La escena estaba puesta a la luz, con todo el romanticismo, Samuel al fin dio el segundo paso. La propuesta fue pronta, pero no sabemos las razones por las cual Samuel pidió la mano de Guillermo.
—¿Aceptas? —miró Samuel directamente a los ojos de Guillermo.
Dichos luceros emitían una luz radiante, llena de ilusión y esperanza.
—¡Claro que acepto! —exclamó con emoción Guillermo. Estampo un gran beso y brinco junto con Samuel en el restaurante. Toda la gente miraba a la pareja con miradas directas llena de confusión.
De la nada, la gente comenzó aplaudirles, habían descifrado el festejo.
El festejo duro unos segundos más, cuando Samuel y Guillermo decidieron tomar asiento en su mesa. Los meseros trajeron la comida y comenzaron a comer.
—Estoy tan emocionado. El lugar será en la playa, me encantaría que las flores fueran todas blancas y el salón sea color perla —ansió Guillermo el día, sin importar lo que costara, él quería tener la boda de sus sueños.
—Con calma Guillermo, todo irá a su paso —explicó Samuel.
Guillermo se encontraba sumamente emocionado por todo lo que le estaba pasando, una boda no se lleva todos los días y mucho menos con quien era tu enemigo a muerte.
Samuel y Guillermo disfrutaron la cena, rieron, reflexionaron y entre otras muchas cosas más. Era un momento íntimo, donde Samuel y Guillermo estaban llegando a la compresión de uno al otro.
Samuel tomó la mano de Guillermo, lo miró a los ojos y sonrió.
—¿De qué ríes? —preguntó Guillermo.
—De todo lo que está pasando, al fin puedo abrazarte, tenerte y escuchar esa voz que moría por oír.
Guillermo sonrió ligeramente.
—Solo hacía falta que lo dijeras —comentó Guillermo tomando del vino.
Toda una velada romántica; vino, una buena cena y una propuesta de matrimonio especial. Era hora de retirarse del lugar, de dejar toda la emoción de lado y volver a la casa. Aunque la aventura no terminaría ahí, Samuel tenía pensado algo más, un lugar especial.
Samuel tomó la mano de Guillermo.
—¿A dónde me llevas? —preguntó Guillermo.
—Ya veraz, espera a que lo veas.
El taxi pedido por Samuel había llegado al restaurante de manera rápida y con buen servicio. Se subieron al carro, Samuel dio ciertas direcciones al oído el taxista para que Guillermo no escuchara.
—¿Qué tanto le decías al taxista? —preguntó Guillermo mirándolo directamente.
Samuel rió.
—Tranquilo...
Guillermo moría por saber qué es lo que Samuel le preparaba, también temía a lo que Samuel le podría hacer.
Guillermo sintió como la mano de Samuel recorrió toda su pierna, y como Samuel se mordía su labio inferior. Guillermo ya sabía de qué se trataba la sorpresa.
—¿A sí que esta era tu sorpresa? —preguntó Guillermo.
Samuel lo miró y dejo escapar una sonrisa.
—Te gustara —comentó Samuel.
Una velada en un hotel de cuatro estrellas. Las habitaciones con clase y elegancia al igual que los inquilinos. Samuel y Guillermo pasaban por desapercibidos con aquellos trajes color negro mate.
—Habitación 54; penthouse —dijo Samuel—, reservado el día 8 de noviembre.
—¿Cómo sacaste tanto dinero? —interrogó Guillermo.
—Mi padre es de dinero, se me facilita pedirle cantidades —comentó Samuel.
—Dichoso tú...
Ambos chicos subieron por el ascensor del hotel. Samuel no esperó y le estampó un gran beso a Guillermo; con lujuria y pasión lo llevó sobre su pecho.
Al fin ambos chicos estaban en la habitación más lujosa del hotel, con vino y una extensa cama en la cual se podrían hacer miles de cosas...
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