Capítulo 7

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—¡¿REAGAN BLACK?! – chillé siguiéndole escaleras arriba – ¿Estamos hablando del mismo Reagan Black? – pregunté haciendo aspavientos (quizás algo exagerados) al llegar donde él estaba. Por mis dotes de orientación (que podrían ser algo escasos debido a que estaba en un barco perdido en medio de la nada), podría jurar que estaba en la cubierta de camarotes, la primera, cerca de las provisiones.

—¿Conoces a algún otro Reagan Black? – cuestionó riéndose mientras subíamos por la escotilla de popa en dirección a la segunda cubierta, donde se encontraban los camarotes principales.

—¿Sois vos al que todos los servicios marítimos buscan? ¿El nuevo Robin Hood, saqueador de esclavistas? – cuestioné poniéndome frente a él.

—Supongo que así me llaman – contestó encogiéndose de hombros mientras me cogía de los hombros y me detenía. ¿Cómo es que no me di cuenta antes de con quién trataba?

—Pero... ¿cómo es que aún no habéis sido alcanzado? Todas las tropas inglesas y españolas os buscan...

—Se te olvida mencionar las francesas, portuguesas, danesas, austriacas, alemanas, turcas, italianas y griegas – boqueé buscando en mi mente dónde se situaban todos esos países, pero en ningún momento oí hablar de la mayoría de las que había nombrado.

—Sí, bueno... y todas esas. ¿Cómo es que sigue vivo?

—Podría decirse que soy muy escurridizo y tengo muchos contactos – entorné los ojos y él asintió conforme, se pasó una mano por la nuca y me miró de arriba a abajo – Será mejor que te pongas algo, a no ser que quieras que te violen en medio de la cubierta – boqueé un par de veces hasta que me di cuenta de que estaba en ropa interior. Otra vez...

—Claro, y también supongo que tenéis vestidos de mujer escondidos en vuestro camarote – me carcajeé a la vez que poniendo los brazos en jarras – Oh no, es verdad. En mi equipaje tenía ropa suficiente para sobrevivir a los siguientes treinta años, una pena que los dejara en la cuna – ladeé la cabeza y Reagan se rió. ¿Qué narices le hace gracia? ¿Que sea pobre y no tenga dónde caerme muerta?

—No, pero creo que tengo algo de ropa que puedo dejarte – me cogió del brazo aguantando la risa y me llevó hasta lo que parecía un camarote principal – ¿No quieres darte un baño? – preguntó suavemente.

—Oh, disculpe, Don "huelo a rosas" – contesté haciendo comillas. Como si él oliera a realeza.

—¿No era Don "ojazos"? – preguntó con una sonrisa de autosuficiente. Gruñí. ¿Quién se creía?

—Cállese...

—Tenemos agua de sobra. Mandaré que preparen la bañera – comentó cambiando de tema. Seguro que estaba más roja que los tomates. Se giró hacia una puerta y la abrió – ¿Te gusta muy caliente? – preguntó mientras me dejaba entrar. Observé el rostro de Reagan y después el suelo. En serio, en este tipo de momentos, lo más insignificante me parece increíble.

—Como vos queráis – contesté encogiéndome de hombros.

—Espera aquí – asentí y cerró la puerta tras de mi. Me abracé a mí misma mientras observaba el camarote.

No era de mucho tamaño, pero se podía caminar un buen trecho entre cada pared. Había varias estanterías cerca del escritorio, junto a un ventanal no demasiado grande por el que podía ver el mar. El escritorio y las sillas estaban ancladas al suelo, como en el camarote de Rough, solo que este parecía muchísimo más elegante comparado con aquel; este también tenía una pequeña cama muy mal hecha, y un baúl justo al lado donde seguramente habría ropa. Había también muchas armas colgadas en una vitrina, un par de pistolas, sables, espadas, un par de arcabuces y poco más.

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