Capítulo 29

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William decidió que, después de mi inmediato silencio, no sacaría nada de nuestra conversación. No salí de la cama el resto del día, no bajé para buscar comida como habría hecho en otras ocasiones, simplemente me dejé llevar en el limbo, llorando como una maldita energúmena por un hombre que decía que estaba enamorado de mi pero que no quería estar conmigo. Después de cerrar mi puerta a cal y canto para evitar visitas de cualquier tipo, me acerqué a la ventana, mirando el horizonte, donde estaba el puerto, totalmente vacío.

Él ya no estaba. No había sido todo un mal sueño. Se había marchado a surcar el mar con la promesa inconclusa de que volvería a por mi, pero ¿cómo creerle después de esto? Me abracé, sentándome en el alféizar de la ventana con nuevas lágrimas cayendo sobre mis brazos y rodillas. Era masoquista no dejar de mirar cualquier punto en el horizonte, esperando verle de lejos y correr a sus brazos.

Qué ingenua era, aunque no me extrañaba tratándose de una cría de dieciséis años que aún creía en los cuentos de hadas con su príncipe azul. Golpeé mi cabeza contra la pared sin dejar de mirar al mar. Echaba de menos el vaivén de las olas contra la madera del casco, despertarme para levantar a Derek y dirigirme a la cocina a ayudar a Jack. Solo había pasado un día... y ya parecía que quería mi muerte.

Pasaron dos días más en la misma situación, gente que intentaba entrar y que se marchaba con las manos vacías, hasta que al tercer día mi estómago rugió y me obligué a ir a la cocina a comer algo. Me puse los pantalones que llevé la noche de la fiesta y unas botas que encontré muy en el fondo del enorme vestidor (una zona a la que mis manos no habían llegado durante mi ataque autodestructivo). Me hice una trenza de forma rápida y, antes de que saliera el sol, salí de la habitación, comenzando a recorrer todos los pasillos para intentar dar con el de la cocina para robar algo de comida, a pesar de que me había resignado a que viviría aquí el resto de mi vida.

Encontré la cocina después de media hora dando vueltas, cerca del patio trasero. Aún estaba vacía y no creía que durase mucho en el silencio, así que me apresuré a comer un poco de pan y un vaso de leche antes de desaparecer por completo, como si no hubiera pisado la sala.

Corrí escaleras arriba, pero como no recordaba el camino de vuelta, me perdí. Maldije por lo bajo mientras me llevaba una mano a la frente, mordiéndome el labio. Ni para orientarme bien servía...

—¿Caris? – me giré lentamente, encontrándome a un muchacho no mucho más mayor que yo, con un par de documentos en las manos y el ceño hundido en su frente.

—¿Nos conocemos? – pregunté con la voz ronca. Carraspeé apartando la vista unos segundos en los que me moría de la vergüenza de que me encontrase con aquellas pintas.

—En la casa no se habla de otra cosa. Jacob está deseando conocerte.

—Supongo que tú eres Malcolm – asintió con una pequeña sonrisa en la comisura de la boca. Hice una leve reverencia y se acercó para estrecharme la mano – Es un placer conocerte... – dije con tono agrio. No era que no me alegrase de conocerle de verdad, simplemente que no era el momento.

—Lo mismo digo, hermanita – sonreí por educación con algo de incomodidad. No me gustaba demasiado que me tratase con tanta familiaridad sin siquiera conocerme, pero supongo que las cosas serán así durante un tiempo — ¿Has desayunado? – asentí lentamente con la boca pequeña porque, seamos sinceros, pan con leche no era un buen desayuno – Anda, sé que tienes hambre. Has estado tres días ahí encerrada, no creo que por un poco aire fresco vayas a morir – contestó de forma rápida – Además, te vendría bien, ¿sabes? El mal de amores no se cura tumbada en la cama.

No me dejó hablar, ni pude replicar por el comentario. Malcolm tenía aspecto de ser hablador y extrovertido con la gente, creo que incluso se ha tomado demasiado bien lo de que seamos medio hermanos. Me agarró del brazo y me arrastró por los pasillos intentando sacarme conversación hasta el salón-comedor, donde las sirvientas estaban colocando la comida del desayuno, me sentó junto a él y me sirvió café caliente y leche. Nunca había probado el café así que dejé que lo condimentase a su gusto con el azúcar y la canela. Me resultó extraño el hecho de que fuera café y no té, como buenos ingleses de cuna, y también me resultó raro que no empezase su interrogatorio sobre mi vida, como muchos otros habrían hecho.

—Padre lleva hablándonos de ti desde hace años – me extendió la taza de café y fruncí el ceño – Si te soy sincero, tengo muchísima curiosidad por lo que es de ti, tu infancia y todo lo que te define pero sé que no lo has tenido fácil, que eres callada y desconfiada, así que dejaré que te abras con tiempo, no te obligaré.

—Tampoco iba a decírtelo – Malcolm sonrió de costado, llevándose su taza a la boca – Verás, no me malinterpretes, pero no quiero estar aquí.

—Es difícil al principio, pero te acostumbrarás a esta vida – negué con la cabeza. No me estaba entendiendo, yo no quiero estar aquí, ni siquiera sé si todo lo que está pasando es del todo legal.

—¿Qué sabes de mi exactamente? – pregunté con los ojos entornados, sin atreverme a tocar el café.

—Sabes tocar el piano, leer, escribir, matemáticas, te sabes defender y desenvolver en cualquier ámbito – sonreí, y esta vez de forma sincera, mientras removía el azúcar – Si no hubiera sabido que eres mi hermana, te habría cortejado en la fiesta – dejé escapar una carcajada limpia.

—Venga ya, si me sacas... ¿veinte años?

—Quince – me guiñó un ojo y me acercó un bollo que parecía un buñuelo pero en forma de cuerno – Pruébalo, es un croissant relleno de crema de chocolate.

—No intentarás envenenarme, ¿verdad? Sé de buena tinta que no le caigo bien a tu madre – reí llevando uno a mi plato.

—Mi madre... guarda mucho rencor por algo que ella no fue capaz de conseguir – negó con la cabeza y bebió un poco de zumo mientras yo partía un trozo del bollo – Pero ese es otro tema. Se marchó hace media hora con su dama de compañía y todo el atelier francés que pudo empacar en menos de una noche.

Bebí del café, dejando que el sabor agridulce empapase mi boca y gemí de puro placer. Eso estaba delicioso, y ni hablar del croissant. Me serví mucha más comida con Malcolm riéndose de mi a cada rato por mi apetito, pero seamos sinceros, tres días y cualquiera tiene hambre.

—Veo que por fin sales, pequeña – miré hacia la puerta, donde estaba William con un chico al que identifiqué como Jacob. Él dirigía el negocio familiar de su madre y ahora me miraba de una forma que identifiqué como... ¿fraternal? William Ford se acercó hacia mi silla y se inclinó para darme un beso en la mejilla, cosa que me sorprendió. Dejé de masticar mientras le veía sentarse con total naturalidad presidiendo la mesa – ¿Qué? ¿Te ha comido la lengua el gato, pequeña?

—No, yo solo... – suspiré y tragué con la garganta repentinamente seca – Buenos días – me giré hacia mi otro hermano y me levanté cuando él se encaminó hacia mi con una sonrisa.

—Lady Ford... – sonrió como un niño y me estrechó una mano con cariño. ¿Nadie me guardaba rencor por los acontecimientos? – Por fin te conozco, hermanita...

—Un placer, Jacob.

—Veo que hiciste tus deberes también – sonreí sin gracia. No lo sabía por nadie más que por Reagan, y él ya no estaba.

—Sí, suelo hacerlo – me volví a sentar y terminé mi desayuno mientras los hombres comenzaban su charla habitual de negocios. En cierta forma me sentía excluida pero tan pronto lo pensé, lo deseché.

—Bueno, pequeña – miré a William y dejé la taza sobre el platito antes de secarme los labios – ¿Por qué no te arreglas un poco y vamos a dar un paseo por el jardín con los chicos? – miré a Malcolm, después de todo era la persona con la que había cogido un poco más de confianza, asintió y yo me levanté preguntando cuál era mi cuarto.

Hola hola holaaaaaaa!
Pues estamos aquí otra semana así que na, pues para otra.

Estrellita y comentario! 🌟⭐️💫

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