Capítulo 31

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La Grita seguía siendo un lugar maravilloso. William se había esforzado por intentar acercarse a mi, no me había agobiado, me hablaba con ternura mientras me explicaba cosas de la zona, me tomaba el brazo y lo acariciaba con paternidad... Había cruzado al menos un par de palabras con mi madre, pero poco más. Y por lo que me había enterado, William y ella iban a casarse en cuanto mi padre hablase con su actual esposa, que se había ido a Nueva Orleans. Igualmente, lo ignoraba.

Me levanté de la cama con el pelo trenzado y una camisa fina y me dirigí al baño privado, donde me aseé, lavándome la cara y refrescándome la nuca con los ojos cerrados. Disfrutaba del silencio. Echaba de menos a Derek, muchísimo más de lo que me hubiera imaginado y a Jack. Reagan... no tenía más remedio que recordarlo a menudo, pero simplemente se convertía en recuerdo poco a poco, con el paso de los días. Se convirtió en rencor y poco después, en dolor soportable.

Malcolm me apoyaba. Si no estaba con algunos clientes de vez en cuando, estaba conmigo, proporcionándome clases y libros de todo tipo. Mi único pasatiempo era la lectura, que había mejorado mucho con el paso de los días, al ser lo único que podía hacer.

A veces bajaba a las cocinas y ayudaba en lo que me dejaban al "ser la hija del señor". Poco a poco adquirí ciertas libertades, y dos semanas después podía pasear a caballo por el pueblo y los alrededores con tranquilidad, aunque siempre con algún guardia vigilando o con mis hermanos. Jacob se dedicó a enseñarme el negocio y le ayudé en algunas negociaciones, cosa que agradeció. Al menos podía hacer uso de mis conocimientos en la vida real.

A principio de la tercera semana, mientras yo estaba paseando por el jardín de rosas, Malcolm me obligó a entrar en casa y me pidió que comenzase a armar mis maletas porque partiríamos dos días después. Yo estaba emocionada. Por primera vez desde que me encontraba en la casa, sonreí de forma genuina y mi madre se sentó con nosotros en la mesa, ataviada con un bonito vestido color canela y el cabello recogido en una trenza de lado. Yo llevaba algo parecido, pero en un conjunto de camisa y pantalón.

Mi padre y ella se veían felices, tomados de la mano mientras cenaban y, por mucho que me costase creerlo, mis hermanos ignoraron que se sentase a la mesa y la trataron como una verdadera madre. Yo todavía no podía decir lo mismo, me sentí un tanto intrusa en todo este ambiente, pero poco a poco me iba camuflando.

Por mi parte, cené en silencio mientras pensaba en lo que realmente quería para mi y, si seguía mi plan al pie de la letra, conseguiría llegar a ser lo más alto. Volví a sonreír, puliendo detalles de lo que tenía que seguir durante el viaje.

—¿Estás con nosotros, querida? – preguntó mi madre, rozando mi mano con la suya. Sonreí con brevedad y asentí mientras tomábamos el café – Los chicos me han dicho que viajarás con Malcolm pasado mañana.

—Sí, lo estoy deseando – contesté removiendo el café.

—¿Tanta prisa hay? – William frunció el ceño, aún sabiendo que me estaba costando adaptarme, me gustaba estar aquí, al menos había dado un paso en la relación interfamiliar. Era algo, ¿no?

—Solo quiero viajar y cumplir un plan – respondí con una sonrisa ladeada.

—¿Y puede saberse, hermanita? – preguntó Jacob con complicidad. Solo Malcolm lo sabía, y confiaba para que me guardase el secreto hasta que yo decidiera mantenerlo escondido.

—Aún no – reí con la taza rozando mis labios – Primero tengo que ponerlo en marcha hasta que yo crea que sea conveniente. Terminar mis estudios y luego... quizás sepáis de mi.

—¿Y tardará mucho? – cuestionó mi madre apretando entre sus manos la de mi padre.

—Supongo que es cuestión de tiempo... – me encogí de hombros y Malcolm se carcajeó con las manos en su pecho, controlando la respiración.

—Al ritmo que vas, hermanita, serás una erudita – negué con una pequeña sonrisa naciendo entre mis labios – No he visto persona más aplicada desde que cursé abogacía, papá. Le mando algo y al día siguiente ha hecho el doble.

—Bueno, pudiendo solo leer no me extrañaría que supiera más que tu – replicó mi padre acariciando el dorso de la mano de Amelia.

—Eso es cierto, hermanito – corroboró Jacob – Aparte de tener un don innato para el regateo – me guiñó un ojo y dejó la taza sobre el platito con rostro satisfecho.

Algo que había aprendido durante mi estancia fue observar. Me fijé en la forma genuina de mis padres de cuchichear como dos adolescentes enamorados, del hambre voraz de Jacob y del silencio a ratos de Malcolm. Cada miembro de la casa poseía diferentes tics nerviosos y gestos que los caracterizaba. El de mi hermano mayor, era frotarse los puños; el de Jacob chascar la lengua; el de mi madre era morderse las uñas o tamborilear con los dedos sobre la mesa, y el de William era mirar fijamente a alguien. Era quizás algo compulsivo el fijarme en todo aquello que me rodeara, pero tampoco había necesidad de no centrarse en ello. Quiero decir, a veces las cosas que definen a una persona no están a plena vista.

—Por ahora me quiero centrar en aprovechar los viajes para aprender todo lo que pueda – finalicé arqueando una ceja – Después volveré aquí y me asentaré un tiempo antes de continuar.

—¿Qué quieres decir con eso? – cuestionó William, imitando mi anterior gesto.

—Me gusta el mar – suspiré con mirada altanera – Y no me gusta quedarme durante mucho tiempo cuando puedo vivir aventuras.

La mesa se quedó en silencio, uno muy grotesco. Amelia miraba a William, y Jacob a su hermano, como si quisieran comprender mis palabras. Pero ese era mi plan, conseguir un barco y viajar hasta una isla chiquitita donde poder asentarme un tiempo antes de volver a hacerme a la mar. Posiblemente comenzaría por las Islas Vírgenes y después marcharía a Venezuela, más tarde a Nueva Orleans, a las colonias inglesas y después quizás iría al continente.

Hay muchas cosas que hacer en esta vida, ¿no es así?

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