Capítulo 28

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Buena pregunta la suya... ¿qué haría yo en un barco repleto de hombres? Según el código pirata, una mujer jamás debía permanecer a bordo, bajo ningún concepto, resulta que ahora todo se volvía en mi contra. Pero tampoco podía quedarme en tierra, sería muy peligroso: una mujer joven, sola, sin parientes conocidos... podía pasar cualquier cosa.

¡Joder! Yo quiero estar con él... quiero poder luchar con él, que confíe en mi, que me cuente todo de él y viceversa, quiero poder ver crecer a Derek y ahora... ¿qué se supone que debía hacer? ¿Dejar que me abandone en un lugar donde no conozco a nadie?

—¿Cómo que qué haré? Está claro. Me iré contigo.

—No, Caris, piénsalo. Estarías rodeada de hombres, no podrías hacer una vida normal, tendrías que cuidar a un niño que ni siquiera es tuyo.

—¿Y qué mierda importa eso? ¡Derek está encantado con que estemos juntos! Incluso me preguntó si podía ser su madre.

—Es un niño, se encapricha fácilmente – contestó restándole importancia.

—¿A dónde pretendes llegar con esto? – me mordí el labio inferior con fuerza, clavándome las uñas en las palmas de las manos de la fuerza que ejercía.

—Solo quiero que comprendas a lo que te enfrentas...

Asentí, dándole vueltas a todo el asunto, pensando en lo que podríamos hacer para resolver este conflicto, pero había poco que pudiéramos hacer. Me sorbí la nariz, me rasqué el cuello y me volví a girar a la ventana, evitando su  peligrosa mirada.

—Estoy empezando a creer que no quieres que me vaya contigo – me giré de repente, y su silencio me lo confirmó. No fui capaz de retener las lágrimas esta vez y me heché a llorar como una niña pequeña que fui una vez, la niña que en cierto modo seguía siendo. Contuve los sollozos, convirtiendo mi sufrimiento en un llanto silencioso. Esperé un rato a que se dignase a decir algo, pero nada, silencio absoluto, y para aquel entonces, mi corazón se había parado y roto en pedazos – Será mejor que te vayas... – murmuré con voz cortada.

—Caris, no pienses lo que no es.

—Lárgate – me giré, dejando caer los brazos. Ya no tenía fuerzas para luchar con él – Vete y no vuelvas.

Reagan se quedó congelado. Qué gran ironía... el gran pirata, liberador de esclavos, ladrón buscado por todos los imperios conocidos, congelado. Giré mi rostro, no quería verle después de su silencio. Se acercó lentamente e intentó besarme. Me alejé golpeándole en el pecho y me volví a abrazar sintiendo de repente el frío en mi piel.

—Lo siento, Caris, de verdad.

—No, no lo sientes – murmuré, esperando a que se marchara de una maldita vez. Los ojos me ardían, me costaba respirar y las piernas me temblaban con fuerza, casi pensaba que tendría que sentarme.

—Volveré a por ti, cielo...

Cerré los ojos hasta que el sonido de la puerta cerrándose me advirtió de que estaba sola. La inmensa habitación comenzaba a asfixiarme de forma extraña. Era demasiado grande para mi y para todo lo que estaba acostumbrada. Me senté sobre la cama cuando mis rodillas no pudieron sostenerme por más tiempo, me cubrí la cara con las manos y dejé escapar todo lo que había aguantado hasta ese momento. Grité levantándome de golpe, pateando la silla, tirando todo lo que había sobre el tocador, sintiéndome sola como nunca antes lo había estado.

Anelise entró en la habitación y, al ver el desastre que había ocasionado en todo el cuarto, corrió a abrazarme mientras me agarraba el estómago. Dolía. Dolía como nunca antes había sufrido y no sabía qué hacer para detenerlo. Supuse que había más gente en la habitación, quizás las doncellas y mi supuesto padre, a lo mejor mis medio hermanos, pero no lo creía ni me importaba. Solo quería acabar con la presión de mi pecho.

Me pareció que pasaron horas, pero ya no estaba en el suelo, sino en la cama, siendo arropada por Anelise y acariciada por mi padre, de forma lenta y reconfortante. Ni siquiera pude pedir que se apartasen de mi. En este momento lo menos que quería tener cerca era a ellos.

Lo había matado. Delante de mis narices.

Una sensación de miedo y tristeza se apoderó de mí, comencé a llorar sobre el cuerpo sin vida de mi capitán, y mi amigo.

Aquel que me había dado cobijo, había aprendido a luchar gracias a él, a valerme por mi misma, a aprender a contener mis emociones, a no dejar que me manipulasen, a negociar, a matar... todo había desaparecido, incluidos sus consejos que ahora ya no podría volver a escuchar.

Todo lo que quería era intercambiarme por él para que continuara viviendo.

Mis compañeros estaban encadenados y arrodillados frente al capitán de la armada que le había arrebatado la vida al que yo consideraba como mi mejor amigo, todos condenados por seguir su espíritu de almas libres. Algo dentro de mí comenzó a cobrar vida y a la vez algo romperse, solté un grito desgarrador mientras el capitán dejaba escapar un sonoro suspiro de aburrimiento. Le arrebaté la espada a mi captor y me abalancé sobre el capitán. Inmediatamente comenzamos un duelo vida a muerte, pero él parecía disfrutar.

Me arrebató la espada, pero yo continué con los puños; una sensación de euforia comenzó a recorrer cada rincón de mi menudo cuerpo, al tiempo que le pegaba una patada en las rodillas. Esperé a que se levantara, pero ese sentimiento de venganza desapareció. Mis nudillos estaban ensangrentados, pero no me importaba, continuamos peleando hasta que él cogió mi brazo y me atrajo hasta él, me puso un cuchillo en el cuello y...

Desperté con la piel húmeda y pegajosa, me dolía la cabeza, los ojos los notaba hinchados y continuaba doliéndome el pecho. Había sido un sueño. Tenía que ser un sueño...

No reconocí donde me encontraba hasta segundos después, cuando reviví en mi mente todos los sucesos ocurridos durante la noche. No quise levantarme de la cama, ni siquiera cambié de posición, no tenía ganas y mucho menos quería que me doliese el cuerpo. Llamaron a la puerta, no contesté. Quien fuera que quisiese entrar podía hacerlo o quedarse ahí, me daba exactamente igual.

—Hija... – era William. Una nueva lágrima rodó por mi mejilla, todavía húmeda por el sueño o por lo de Reagan... igualmente lo ignoraba – ¿Puedo pasar?

Después de unos momentos, el gobernador abrió la puerta ligeramente y se asomó, como quien estudia primero a lo que enfrentarse. Caminó con cuidado por la habitación, todo estaba roto o tirado en el suelo y se oían los cristales crujiendo bajo sus pies. Se sentó en el borde de la cama y cogió una de mis manos con suavidad, envolviéndola como si se tratase de un tesoro. Besó el dorso y me miró a los ojos, supongo que eso hacía porque yo miraba a la nada, pensando en cualquier cosa menos en Reagan, o al menos eso intentaba.

—Tu madre y yo te hemos dispuesto una nueva habitación – le miré de reojo y sorbí por la nariz – Tus hermanos están deseando conocerte – fruncí el ceño y me incorporé, apoyando la mitad de mi cuerpo en el cabecero de la cama.

—Por mi culpa su madre se irá lejos de ellos, no creo que tengan muchas ganas – hasta yo me sorprendí con la voz que salió de mi garganta. Me sequé las mejillas con los dedos y me restregué los ojos con furia contenida – Y no quiero que se encariñen demasiado.

—Creo que anoche no empezamos de buenas maneras – retiré mi mano de inmediato de forma muy brusca, rozando la antipatía y la mala educación. William suspiró y dejó la mano sobre el colchón – Llevamos mucho tiempo buscándote, Caris. Quiero que conozcas a la familia que te mereces – arqueé una ceja con escepticismo y bajé la mirada – Mi esposa se equivocó, y te aseguro que pagará por ello. Estarás con nosotros, queremos que formes parte de nuestra familia.

—No creo que quiera tener esta conversación.

—¿No es esto lo que querías?

¿Era esto lo que realmente quería? Definitivamente, ya no.

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