Capítulo 26

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El despacho no era nada del otro mundo. Casi igual que el salón pero en marrón y con una enorme mesa como escritorio, otra para los mapas, sillones, cuadros, libros, etc. Lo típico de un despacho de un ricachón. No esperé a que nadie dijera nada, simplemente me giré y le di una bofetada a Reagan con todas mis fuerzas. Admito que después me comenzó a picar la mano, pero valió la pena después de ver cómo comenzaba a quedarse la palma de mi mano impresa.

—¡Me mentiste!

—Escúchame, Caris...

—¡Confié en ti! ¡Has montado todo esto para qué! ¿Para burlarte de mi? ¡Sabías que todo esto era delicado para mí!

—¡No! Todo lo que te he dicho este tiempo es cierto...

—¡Excepto esto! Dijiste que iba a ser algo rutinario, ¡un simple robo! Sin daños colaterales... ¿Cómo no lo vi venir? – me llevé una mano a la cabeza y comencé a caminar de aquí para allá – ¿Qué significa todo esto? ¿Quiénes son ellos? – pregunté señalándoles – ¡Explícamelo! – grité cuando él no fue capaz de contestarme pocos segundos después. Comencé a dar vueltas por la habitación, aguantando las lágrimas con todas mis fuerzas, pasándome las manos por el pelo con nerviosismo y pidiendo con la mirada su respuesta – ¿Quién eres? – pregunté con un hilo de voz.

—Caris, cielo... – comenzó la mujer sin nombre, intentando ponerme una mano en el hombro.

—¡No me toque! – chillé alejándome de ella. Me dirigí a Reagan y y le señalé – Sabías que era huérfana, lo sabías por Derek, por Jack, por David incluso por mi, y aún así te metiste... ¿o es que lo sabías desde el principio? – volvió a quedarse callado – ¡Responde, maldita sea! – asintió despacio y se cruzó de brazos. Mi alma cayó a mis pies y yo, sin poder evitarlo, dejé que la primera lágrima resbalase.

—Debía encontrarte – comenzó – No sabía quién eras hasta que te hice mi prisionera y... todo lo que sucedió después – susurró avanzando cada vez más y poco a poco – Todo era verdad, lo que te dije era todo verdad...

Me obligué a sentarme en una de las butacas y me apoyé en las rodillas sujetando mi cabeza, sin poder creerme todo esto. Reagan se arrodilló frente a mi y sujetó mis muñecas de forma lenta y reconfortante. Le miré, secándome las lágrimas con los dorsos de las manos con furia. No lo soportaba, me había mentido, y yo como tonta me había tragado sus mentiras... Pero por otro lado había encontrado a mis supuestos padres y yo... no sabía qué hacer.

Los tenía frente a mi, como siempre había deseado, soñado desde niña. Pensé que estaría feliz, que me gustaría poder formar parte de una familia al fin y al cabo, pero me sentía derrotada, sin ganas de saber más sobre este asunto.

—Cielo, tienes que creerme... – besó mi frente, demorándose más de la cuenta mientras me tomaba de las manos – Cuando comencé a enamorarme de ti me daba miedo tu reacción a esto y yo solo podía mentir y...

—¿Qué has dicho? – pregunté recapitulando cada palabra que había dicho.

—Este no es el momento para hablarlo – susurró mirando disimuladamente al gobernador Ford. Asentí, dispuesta a dejar ese tema para más adelante, pero no dejé de desconfiar del gobernador ni de su esposa y mucho menos de la criada que parecía querer pegarse a mi a cada momento.

—¿Qué relación tiene él conmigo? – pregunté poniéndome a la defensiva, arrastrando el vestido por toda la sala hasta apoyarme en la mesa de billar. Si, porque había una maldita mesa de billar en un despacho.

—Supongo que soy... tu padre.

—¿Supones? – arqueé una ceja y reí sin ganas – ¿Y ella? – pregunté señalándola con la cabeza. Ford la miró y sus ojos mostraron un brillo especial. No sabría decir por qué, pero desapareció en cuanto su mujer sujetó con fuerza su brazo.

—Me llamo Anelise Caroyle, Caris – asentí, permitiendo que continuase – Te tuve cuando yo tenía diecisiete años, sin saber nada sobre la vida y enamorada de un gobernador. Amelia estaba casada con él y a punto de tener a tu hermano, el primero; una noche comenzamos a hablar mientras limpiaba su despacho y... las cosas surgieron. No estaba planeado y los siguientes encuentros tampoco, simplemente sucedía y...

—¿Por qué me dejaste en Puerto Plata? – pregunté interrumpiéndola. Anelise palideció un instante y miró a William Ford y su esposa, sin saber cómo continuar.

—Yo se lo ordené – bufó Amelia – No podía permitir que la hija bastarda de un gobernador se interpusiese en nuestra felicidad, en nuestra familia y muchos menos de cara a las sociedad. ¿Qué creías que habría dicho la gente si hubiera visto a una niña casi exacta a ti corretear por los pasillos?

—¡Me da igual lo que pensasen de mi! ¡Es mi hija y yo decido sobre mis asuntos, no tú! – se llevó una mano a la nuca y la pasó por su pelo con rabia – ¿Creías que enviarla a una muerte segura solucionaría las cosas? ¿Una niña sola en un bar de mala muerte? ¡Obligaste a Anelise a que dijera que murió en el parto!

—Tu no querías despedirla y está en perfectas condiciones, vivita y coleando y siendo la puta de un pirata caza fortunas – Reagan apretó la mandíbula y quiso avanzar hacia ella, pero se contuvo y apretó los puños – Así que sí, creó que lo hice bastante bien.

—Si no fuera porque el divorcio está prohibido ten por seguro que no volverías a ver a tus hijos – amenazó el gobernador – A partir de ahora te irás con tu padre a Nueva Orleans. Dejaré que te comuniques con tus hijos por correo pero no quiero que vuelvas a esta casa, ¿me has entendido? – Se separó de ella y caminó lentamente hacia mi, acariciando el hombro de Anelise de camino.

—¿Por qué ahora? – cuestioné con el ceño fruncido.

—Quiero encargarme de ti. Sigues siendo mi hija y pertenecerás a la familia Ford – chasqueé la lengua y negué con la cabeza mirando hacia los tres desconocidos.

—No – Reagan se sorprendió, pero permaneció en silencio, sabiendo que este tema no era de su incumbencia. Negué con la cabeza, mordiendo mi labio inferior – He sobrevivido dieciséis años sin tu ayuda ni tu existencia, no te necesito – él asintió y miró a Reagan.

—Al menos quédate un par de días quiero... quiero conocerte y saber lo que me perdí – observé a Reagan, pidiendo permiso y solo on ver sus ojos supe que estaba de acuerdo con ello. Asentí de forma lenta y miré a Anelise y Amelia – Amelia, querida, prepara tu equipaje, mañana saldrás hacia Nueva Orleans.

Siento la tardanza chicos, es que ya he acabado los exámenes y tal y es navidad. ¡Mañana es Navidad! Y pues me he reencontrado con un amigo de la infancia y he querido pasar tiempo con él.

Quiero daros las gracias por todo el apoyo que me habéis dado desde que dije que tenía problemas personas y estaba con exámenes, de verdad que me ayudó bastante. Y para futuras referencias: no dejaré por nada del mundo esta novela, capicci?

Ale, alegría pa to el Día.

#chistacomalo: ¿qué le dice una pared a otra? — Nos vemos en la esquina

😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂😂

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