La cena transcurrió en silencio, al menos por mi parte, porque toda la tripulación estaba charlando animadamente mientras bebían como cerdos y reían como amigos que no se habían visto desde hacía siglos. El mar estaba en calma y yo, extrañamente, también. En un momento dado, todos se pusieron a bailar y cantar tocando música de una guitarra, un violín y unos cascabeles mientras caían por la borrachera.
Derek no estaba conmigo, pero sí lo estaba Jack. El pobre hombre ni siquiera se había molestado en preguntar si había visto al niño cuando bajamos por la red. Simplemente frunció el ceño y mandó al pequeño a que sacara la cecina. Ahora mismo se encontraba con una jarra de algún licor fuerte junto a un plato de comida mientras cantaba alguna canción que yo desconocía.
Observé mi propio plato. No tenía hambre y sabía de buena mano que alguien en el barco lo necesitaba más que yo. Al estar en un sitio apartado de todas las miradas, cogí con más fuerza el plato de madera e, instintivamente, mis pies guiaron al resto de mi cuerpo hacia los calabozos, buscando a Jonathan. Como recordaba, seguía siendo un sitio oscuro y húmedo que olía peor que la tripulación en estos momentos, lleno de país en algún que otro rincón y poco más. Me adentré con un candil en la otra mano y busqué el cuerpo del que creía mi amigo. Lo vi tirado en el suelo, acurrucado en forma de feto, tiritando y con los dientes castañeando. Era un lugar frío, y más por la noche.
Apoyé el candil en una especie de taburete y busqué las llaves de la celda por todo el lugar y allá donde mi imaginación llegaba. Las encontré ocultas en una viga cerca de la puerta. Volví a la celda de John y la abrí, sabiendo que en su estado no podría hacerme ningún daño; cogí el plato y una manta que había colgada a la pared y me adentré mientras un tremendo sentimiento de culpa me inundaba. Porque si estaba así era por mi culpa...
—Jonathan... – susurré arropándole mientras le ponía la cabeza sobre mis piernas. Él no me contestó, a lo que insistí mientras retiraba su cabello sucio de la frente. No estaba enfermo, no tenía fiebre, pero sí frío – Dios... debiste estarte quieto, maldita sea...
—¿Caris? – preguntó mientras cogía una de mis manos y la apretaba, como si quisiera cerciorarse de que no era producto de su imaginación. Teníamos manos congeladas, por lo que cogí parte de una manta que llevaba sobre los hombros para calentarle también – ¿Qué haces aquí? – frunció el ceño ante mi acción, pero no se retiró.
—Te he traído comida y una manta – señalé el cuenco alzándolo, a lo que él abrió los ojos y quiso abalanzarse para devorarlo – Come despacio, puedes vomitarlo.
—¿Por qué haces esto? – preguntó después de unos minutos en los que saboreó la comida como si fuera el mejor de los manjares. Me encogí de hombros restándole importancia, realmente no estaba allí porque le tuviera lástima, más bien al contrario.
—Supongo que la culpabilidad de que estés aquí.
—Pero tu no hiciste nada... yo desobedecí.
—Intenté hablarlo con Reagan. Juro que intenté que no hiciera lo que estipulan las normas, pero no pude... él debe hacerlo – Jonathan asintió de forma lenta – Lo lamento tantísimo, John...
—Bebí ese día, Caris... – y no dudé de su palabra, quizás Jonathan no fuera la mejor persona del mundo, pero siempre fue honesto en todo, al menos lo que yo había visto – No quería hacerte daño pero mis padres me repudiaron por ayudarte... ellos querían venderte y yo quería evitarlo, y esa noche vi mi oportunidad – apreté una de sus manos cuando adiviné que estaba llorando – Si solo... hubiera tenido más cuidado, quizás nada de esto estaría pasando...
—De veras lamento todo esto, John. Nunca quise que esto acabara así... – susurré intentando infundir calor al cuerpo helado de mi amigo – A pesar de todo, te tengo cariño...
—Pero no lo merezco, ni yo ni mi hermano ni mi madre... nadie merece tu cariño, ni siquiera Reagan. Eres demasiado buena para ser un ser humano... – fruncí el ceño, pero me mantuve en silencio – Sé que a él le gustas Caris, o al menos le atraes, y eso es algo que has hecho en todo ser viviente desde que comenzaste a crecer.
—No digas tonterías, John – murmuré con el ceño fruncido – Nadie se fijó en mi durante años, ¿quién lo haría? No soy nadie especial – parecía un discurso monótono, más un parecido al querer convencerme a mí misma de ello que a los demás.
—Y eso mismo te hace distinta – no podía estar más confundida. Cuando dejó de comer, se acomodó más en la manta y puso de nuevo la cabeza en mis rodillas, como si quisiera los mimos de una madre – Las personas siempre buscamos aceptación e integración, a veces destacar entre los demás...
—Pero eso no asegura tu felicidad – concluí acariciando su pelo – Cada uno debe amarse a sí mismo y no decepcionarse, después compartir ese amor con los demás – expliqué – Eso solo demuestra la buena fe de una persona.
—Pero tú no crees en Dios.
—¿Tu lo haces? – asintió – No creo que tengas razones para venerar a un dios que permite que nos matemos entre nosotros, las mujeres sean violadas y no se respete la libertad ni el derecho de vivir en paz. Dios para mí solo es un sueño.
—A veces los sueños son los que te dejan tomar las mejores decisiones...
—Eso es solo para los ilusos – dije con los labios apretados – Tú tuviste una buena infancia, un buen comienzo. Yo fui abandonada y maltratada después. Lo único que agradezco es haber conocido a Reagan y esta familia y que tú no estés solo aquí.
—Gracias, Caris. No merezco todo lo que estás haciendo por mi – sonreí arropándole mejor.
—Volveré a traerte comida en cuanto pueda; mientras tanto intenta no morir de frío.
Jonathan asintió y yo me levanté dispuesta a irme a mi camarote a descansar, hoy había sido un día agotador tanto física como mentalmente. Crucé los pasillos y me interné en mi camarote, me tumbé en la cama y cerré los ojos sintiendo cómo mis fuerzas me abandonaban.
—Dios, ¿por qué tienes que torcerlo todo?
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One more pirate
AdventurePROHIBIDA LA COPIA O ADAPTACIÓN. OBRA REGISTRADA. Tras quedar huérfana a los cinco años, Caris pasa parte de su infancia bajo la esclavitud en una taberna, hasta que se le presenta la oportunidad de volver a ser libre. El destino quiere que en su...