Ni siquiera me fijé en si chocaba con alguien o si me empapaba por la tormenta que caía sobre mi cabeza cada vez con más fuerza, solo quería encontrar en aquella cortina de agua a la persona que me había salvado de ser violada. Quizás también podría sacarme de allí, solo quería mi libertad, aunque había esclavos que vivían en peores condiciones que yo. Finalmente, después de correr unos minutos, me rendí. No iba a poder encontrarle, y quizás jamás le volvería a ver nunca.
Dejé caer los brazos, totalmente rendida. Bajé la cabeza y decidí volver a la taberna con los ánimos por los suelos. Había perdido mi oportunidad de escapar de una vez por todas de Grace y sus órdenes estúpidas, de Rick y su hermano acosándome en cada rincón, del tabernero aprovechándose de mi inocencia, intentando acostarse conmigo cada noche, de no ser porque me escondía en la taberna demasiado bien.
—¿Me buscabas? – di un pequeño brinco en el sitio hasta que reconocí aquella voz. Sonreí casi inconscientemente y esperé hasta que llegó frente a mi en pocas zancadas.
—Quería agradecerte el haberme ayudado – él asintió de forma elocuente con los ojos entrecerrados – Y... bueno... yo...
—O eres muy valiente por venir a buscarme o no sabes quién soy – interrumpió, a lo que fruncí el ceño. Estaba claro que no sabía quién era, apenas sabía leer, la escritura apenas la dominaba, por lo que no podía leer los carteles pegados en las calles de la ciudad; sin embargo era muy buena con las matemáticas – Está claro que es la primera... o quizás quieres que te maten – se cruzó de brazos y separó las piernas ligeramente.
—¡No! Yo... solo quiero... necesito que me compre – balbuceé abrazándome a mí misma – Soy esclava en la taberna... suplico que me compre por una cantidad pequeña de dinero... no me tienen en alta estima, por favor, sáqueme de ahí – supliqué juntando las manos. El chico negó con la cabeza y se alejó de mí un paso.
—Lo siento, pequeña, no puedo ayudarte... – comenzó a caminar hacia el puerto, dejándome ahí parada, en medio de la plazoleta aún con las manos juntas.
—Por favor – susurré con las lágrimas corriendo por mis mejillas. Solo quería mi libertad.
No creo que me hubiera oído desde la distancia, pero tampoco dio señas de lo contrario. Me obligué a dar media vuelta y volver a mi pequeño infierno personal. Mi estómago hizo un pequeño ruido antes de que traspasara la puerta, los clientes comenzaban a marcharse poco a poco, a pesar de que la tormenta afuera seguía insistiendo casi en derrumbar esta pequeña taberna. Volví a la barra, a pesar de estar empapada de pies a cabeza y sentir que el mundo se me echaba encima.
Me sentía pequeña en comparación con la gente que me rodeaba, pequeña y estúpida. Negué mientras cogía los vasos sucios y los echaba a lavar en una cubeta llena de agua sucia. Terminé de lavar los platos y vasos una hora después, cuando ya todos se habían marchado. Apagué las luces pocos minutos más tarde de que los gemelos y sus padres se hubieran marchado a dormir, yo me dirigí a mi pequeña alacena, donde me escondía y estaba atenta por si a alguno de mis dueños se les ocurría hacerme algo.
—¿Cuánto ha dicho que nos darán por ella? – oí que decía el esposo de Grace en voz baja. Me detuve junto a la puerta de su cuarto y procuré que no vieran ni la vela ni mi sombra.
—Cincuenta, pero dijo que quería verla de cerca mañana – contestó la bruja que tengo por dueña.
—¿Crees que debemos venderla? – preguntó su marido casi con voz arrepentida. ¿Se referían a mi?
—Esa mocosa no ha hecho más que causarme problemas desde que llegó – contestó Grace con tono enfadado – Me saca de quicio... – pegué mi oído a la puerta, vigilando a la vez que nadie me estuviera viendo y continué escuchando.
—Pero es muy trabajadora, y sabe lo que tiene que hacer sin que se lo digamos...
—Sí, y hoy a provocado una pelea en la barra. Debería haber hecho lo que decía ese hombre, a ver si ganaba algo de dinero...
—Es una niña todavía, Grace – regañó su marido.
—Sí, y eso no impide que siga siendo su trabajo hacer todo lo que los clientes pidan... sea lo que sea – contestó. Me tapé la boca, intentando ahogar mi grito para no alertarles de mi presencia.
—Escuchar detrás de las puertas es de mala educación – oí detrás de mí. El aliento en mi cuello hizo que todo el vello de mi cuerpo se erizara y comenzara a temblar. Me di la vuelta, temblando, sin saber exactamente a qué me estaba enfrentando en ese instante.
Para mi fortuna o mi desagravio, el chico que me separaba de una brutal paliza era el hermano de Rick, Jonathan. Era muy diferente a su gemelo, en cuanto a aspecto no había mucho que decir, ambos eran altos, fuertes, morenos y de ojos azules. Pero en Rick veía un atisbo de maldad mientras que en Jonathan era todo lo contrario. Él parecía ser mucho mejor que su hermano en todos los sentidos, aunque no había mantenido demasiadas conversaciones con él para poder afirmarlo.
—Conozco a mis padres, y sé que el hombre al que te han vendido es incluso peor que ellos – contuve el aliento, incapaz de poder murmurar nada – Por tu bien espero que huyas lejos en este mismo instante – aconsejó, a lo que yo fruncí el ceño. ¿A qué se estaba refiriendo? Antes de que pudiera contestar nada, me cogió del brazo, llevándome hacia la puerta trasera de la taberna – Nadie debe enterarse de que te he ayudado a escapar, ¿me has entendido? – asentí lentamente. Se detuvo en la puerta entreabierta y puso una mano sobre mi hombro, sin apretarlo con demasiada fuerza, como si quisiera darme ánimos – Eres una chica lista, Caris, sé que sabrás sobrevivir – bajé la cabeza y él me dio un beso en la frente antes de abrazarme – No te merecías nada de esto, pequeña...
—¿Por qué me ayudas? – pregunté antes de que abriera la puerta y me entregara una capa.
—Porque nadie se merece lo que tú ibas a sufrir – me abroché las cuerdas de la capa al cuello y me puse la capucha, observándole con una tímida sonrisa.
—Gracias, Jonathan... – le di un beso en la mejilla y me acerqué a la puerta – Volveré, lo prometo... – él sonrió y asintió empujándome suavemente para que me marchara.
—Buena suerte, Caris – me despedí con la mano y eché a correr.
No sabía si estaba feliz porque había conseguido mi libertad, porque él me había ayudado o porque por fin podría encontrar algún destino con el que vivir mi vida... de todos modos, continué corriendo, sin saber bien a dónde me dirigía, pues continuaba lloviendo.
Llegué al puerto. Justo donde había llegado antes de que aquel hombre me rechazara. Inspeccioné los barcos con la mirada, recogí mis faldas empapadas y subí la pasarela de uno de ellos, no sabría decir cuál, simplemente que era un trozo de madera flotante y algo podrido.
Allá vamos, vida...
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One more pirate
AdventurePROHIBIDA LA COPIA O ADAPTACIÓN. OBRA REGISTRADA. Tras quedar huérfana a los cinco años, Caris pasa parte de su infancia bajo la esclavitud en una taberna, hasta que se le presenta la oportunidad de volver a ser libre. El destino quiere que en su...