No sabría decir cuánto tiempo había pasado, ni cuándo fue la última vez que vi la luz del sol, ni cuando ingerí la última comida, solo sabía que tenía hambre, frío y sed. En ese momento me arrepentía de haber dejado la posada y haberme metido en un barco que no conocía de nada para embarcarme a hacer quién sabe qué. ¿Vivir? ¿Divertirme? Preferiría un insulto de Rick en este momento.
Oí pasos cercanos a mi, por lo que me escondí entre los barriles y cuerdas que me habían mantenido a salvo durante este tiempo y guardé todo el silencio que pude.
—¡Gibs! ¡Trae las cuerdas! – maldije en mi interior y me encogí hasta que sentí cómo apartaban las cuerdas de entre mis piernas.
Oí un gruñido y sentí cómo daban un pequeño tirón a mi falda azul. Después de eso pensé que se había marchado, pero mayor fue mi sorpresa (y mi grito) cuando sentí cómo tiraban de mis pies hasta que me sacaban a la fuerza y me colgaban al hombro de un tío tan apestoso o más que yo en ese momento. Me agarré a todo lo que pude, golpeando la espalda y la cabeza de ese hombre hasta que se cansaba y me daba un azote en mis posaderas.
—¡No! ¡Suéltame, bruto! – chillé agarrándome a una barandilla de madera que daba salida al exterior. Mis ojos comenzaron a arder mientras intentaba cubrirlos con las manos para protegerlos. Dolía como nunca.
—¡Un polizón! – oí que gritaba el mismo bruto que me había cogido.
Pronto los tripulantes comenzaron a rodearme como si fuera la cosa más interesante del barco, aunque claro, no encontrabas un polizón todos los días y mucho menos siendo mujer. A saber cuánto tiempo habrán estado privados de compañía femenina...
—Vaya, vaya, una pequeña polizona a bordo... – se carcajeó uno dando unos pasos hacia adelante.
—¿Qué dirá el capitán sobre ella? – preguntó otro retóricamente.
Me levanté con rapidez y miré a mi alrededor. Posiblemente eran veinte más o menos, no podría decir exactamente el número, todos igual de viejos y sucios. Aguanté una arcada, aunque yo tampoco es que tuviera el mejor aspecto u olor del mundo.
—Ven aquí, preciosa – pidió uno acercándose a mi. Cogí una espada que estaba tirada en el suelo y apunté hacia todos agarrando el mango con ambas manos.
—¿Quién es el polizón? – preguntó otro hombre desde detrás de todo el grupo. Inmediatamente todos hicieron hueco para dejarle paso al que supongo era el capitán. Era un hombre un poco más mayor que el resto, pero era mucho más limpio. Tenía los ojos como dos profundos pozos negros, el cabello blanco y la piel tan arrugada que parecía a punto de caerse. Sin embargo tenía un aspecto atractivo a pesar de tener un par de kilos de más – Con que tú eres la polizona, ¿eh? – preguntó avanzando unos pasos más hacia mi. Yo retrocedí a la vez que aumentaba mi agarre en la espada – Suelta eso, anda – ordenó cruzándose de brazos. Jadeé cuando sentí dos manos en mis brazos. Arrebatándome la espada y haciendo que me arrodillara – ¿Cómo te llamas, pequeña? – cuestionó poniendo los dedos bajo mi barbilla, observando mi rostro.
—Ca-caris – tartamudeé sintiendo cómo clavaban los dedos sobre mi carne.
—Encantado, Caris. Yo soy el capitán Rough – se presentó con una amable sonrisa. Parecía bastante bipolar...
—Por favor, no me devuelvan a tierra – supliqué – No puedo volver, necesito quedarme o déjenme en otro sitio, pero no de nuevo allí – pedí con los ojos cristalizados.
—Tranquila, Caris. ¿Qué te parece si vienes a mi camarote y hablamos tranquilamente? – preguntó haciendo un gesto de que me soltaran. Asentí y me ayudó a levantarme hasta guiarme a un pequeño camarote en el que había un escritorio con lo que parecían mapas y cartas de navegación, un tintero y plumas, algo de licor y un par de libros. También había una pequeña cama y una cubeta vacía junto a una toalla. Me ofreció asiento en la cama mientras que él se apoyaba en su escritorio – Bien Caris. Empieza por el principio. ¿Por qué estás aquí y cómo te colaste en mi barco? – miré mis manos y suspiré, pero tenía que hacerlo si quería continuar en este barco.
—Era esclava en una taberna. Una noche oí que mis dueños querían venderme. Quería escapar desde hace mucho, no les aguantaba pero al menos tenía techo y comida. Uno de los hijos de ellos me vio espiándoles y me ayudó a escapar pero no sabía a dónde ir así que me metí en el primer barco que vi... no sabía lo que hacía, pero por favor no me eche. No tengo a dónde ir, no quiero morir. He oído que los piratas torturan a mujeres antes y después de violarlas, o que las comparten con toda la tripulación... por favor no lo haga – supliqué con las lágrimas picando los ojos.
—Tranquila Caris... – me abracé las piernas y enterré el rostro en la falda sucia del vestido. Solo quería ser libre, no podía permitir que me dejara sola en medio de la nada. Se llevó una mano a la barbilla y estuvo en silencio durante unos pocos minutos, pensando – Primero de todo, no somos piratas. Somos mercaderes, nos dirigimos a Aruba a por un par de mercancías – por un momento pude respirar tranquila al saber que no me harían daño, pero tampoco me aseguraba que pudiera quedarme – Segundo, no te haremos nada mientras estés aquí, aún nos quedan tres semanas de camino – se levantó y comenzó a mirar unos libros – Tercero, aunque el código no deja que los mercaderes viajen con mujeres o niños a bordo, contigo podré hacer una excepción.
—Gracias, capitán Rough – me levanté y le abracé. No podía estar más agradecida con él como con nadie, a parte de Jonathan.
—Sin embargo, pequeña Caris – me separó de él y puso ambas manos en mis hombros – Tienes que hacer algo por mi – sonrió con los ojos abiertos y yo tragué grueso. Cuando un hombre pedía algo a cambio, no era nada bueno – No pongas esa cara, mujer. No es nada malo ni íntimo – posiblemente ahora estoy roja de la vergüenza. Se sujetó el estómago mientras se reía y se sentó en la silla del escritorio – Tendrás que ayudar en la cocina, a reparar las velas, redes o ropas rotas y me ayudarás a mi y al primer oficial con las cartas de navegación, mapas y cuentas ¿entendido? – asentí emocionada.
¡Podía quedarme! Aunque claro, aquí haría mucho menos que lo que hacía en la taberna.
—Mientras tanto, ponte esto – abrió un cajón y me lanzó una camisa y un pantalón que me quedaban grandes – Y esto – me dio también una venda de lino larguísima y ancha y unas botas – Puede que te quede un poco grande, pero te servirá mientras te lavamos la ropa – fruncí el ceño, pero asentí – Te dejaré unos minutos para que te cambies, sal cuando estés preparada – asentí y comencé a despojarme de los zapatos hasta que se fue y pude quitarme todo el vestido a gusto.
Por fin comenzaría una nueva vida, lejos de la esclavitud, la pobreza y las palizas.
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One more pirate
AdventurePROHIBIDA LA COPIA O ADAPTACIÓN. OBRA REGISTRADA. Tras quedar huérfana a los cinco años, Caris pasa parte de su infancia bajo la esclavitud en una taberna, hasta que se le presenta la oportunidad de volver a ser libre. El destino quiere que en su...