Sólo el amor lastima así

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Lo que parecía ser una reunión sin precedentes terminó convirtiéndose en la comidillas de todo Londres para días posteriores, ahora todo el mundo hablaría que por fin Harry Potter había sido derrotado no por un mago tenebroso, sino por el terrible monstro de la traición. La profesora McGonagall estaba dispuesta a guardar la compostura ante los acontecimientos; no obstante era inevitable que todos y cada uno de los congregados no hablaran aunque fuese un poco de lo que presenciaron en unas horas anteriores.

Después de aquella declaración de Ginny Weasley todos y cada uno de los familiares no sabían qué palabras decir, que hacer o la manera perfecta de actuar ante una situación tan delicada como aquella. Molly miraba a su única hija como si en verdad no la conociera, ahora lo que tanto detestaba en una mujer fatal encarnó sin conocimiento previo a la menor de su estirpe.

Harry se había retirado con la frente en alto, con lágrimas frescas que emanaban de sus ojos verdes prefiriendo tal vez que la cicatriz le ardiera como nunca para justificar tal dolor y pena. Hermione por su parte sabía que necesitaba espacio, su tiempo a solas, tan solo esperaba que Ron estuviera con él en estos momentos complicados, después de todo había ignorado la relación que su hermana menor sostenía con su ex novio.

Draco sentía el sabor salado de su propia sangre salir de sus labios, miraba a todos los presentes en el gran comedor recordándole que continuaba siendo una escoria; si bien no era por las acciones en la guerra pasada, lo sería por esta afrenta que tan directamente cometió contra Harry. No eran los mejores amigos, pero después de la terrible caída que sufrió de su pedestal, aquel chico de la cicatriz había hecho algo que de niño le negó... Tenderle la mano.

Miraba a Hermione, observaba a la única mujer que amaba de verdad en la vida y que quizá amaría aún en su lecho de muerte. Si en algún momento existió una posibilidad de recuperarla ahora se evaporaba como el agua a extremas temperaturas. Sin mirar a su despampanante accesorio de medidas proporcionadas se dio la media vuelta para dirigirse a la salida, sabía a la perfección que tratar de dar alguna explicación tan solo empeoraría las cosas al límite de pulverizarlas.

La castaña de ojos miel lo sabía, pues de nada serviría la mejor excusa para redimirse, había algo mucho más importante por lo cual no le correspondería al platinado, y eso se reducía a una sola cosa. Ya no lo amaba.

Quizá para ella significaría algo demasiado sublime en su vida, aquel "Dramione" del que muchos hablaban, cotilleaban, aquella pareja inmortal que se reduciría a un fugaz recuerdo para la posteridad sobre la forma en que un sangre pura se había enamorado y cambiado su vida por a quien consideraban... Sangre Sucia.

Hermione lo quería, lo quería como lo que había significado, pero las cosas cambiaron en tan solo un instante. Su corazón, su alma, su cuerpo, todo su ser ahora pertenecía a otra persona, a un hombre que había alquilado para demostrarle precisamente a él que podía continuar con su vida sin importar lo pasado. Pretendía ingenuamente engañar a los demás con el cuento irónico del amor a la medida intentando crear una farsa lo bastante creíble para alejar las molestas preguntas a su alrededor. No obstante había una regla que ni siquiera la astucia nata de Hermione Granger podía burlar... "Con el corazón no se juega".

Todos y cada uno de los invitados comenzaban a retirarse en silencio tratando lo más posible de mostrarse prudentes ante la evidente vergüenza de los Weasley. Los respetaban, los querían a pesar de lo que su hija les había mostrado, después de todo continuarían siendo unos auténticos héroes de guerra. Uno a uno se alejaban del gran comedor para retirarse a sus habitaciones, muchos otros abandonarían el colegio en un par de horas para evitar dar la cara a los pelirrojos y no verse forzados a dar su opinión que quizá no era requerida.

Hermione decidió hacer lo mismo escabulléndose por los pasadizos secretos del colegio que conocía como la palma de su mano. Daba gracias a Merlín que las contraseñas hubiesen sido las mismas de hace algunos años o de lo contrario tendría que verse obligada a subir por las escaleras cambiantes enfrentando las miradas de todos los invitados llenas de lástima.

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