El destino no se vende

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Aquella luna menguante era la más solitaria que ninguna otra, pues aunque su luz clara era la más propicia para el romance, la pasión, el derroche de besos y la locura sencillamente no era suficiente para incitar a dos personas que en esa torre compartían la habitación. Después de que la recepción hubo terminado, ambos decidieron regresar al dormitorio sin dirigirse siquiera una palabra, pues en esos momentos esas mismas sobraban ante el evidente desenlace que enfrentarían en tan solo unas horas.

Hermione Granger sintió por primera vez la confianza de caminar semidesnuda en presencia de un hombre, después de tomar una ducha se vistió con una camiseta de algodón ligero y unos pantaloncillos cortos que se ceñían a sus capuchinos muslos. Damon se encontraba en ropa interior oscura, esa misma que marcaba sus atributos masculinos contrastando a la perfección con su piel caucásica, sus piernas fuertes ligeramente velludas y sus pezones diminutos en color marrón.

Se sentó en el extremo de la cama que le correspondía sin mirar siquiera a su clienta, no le dirigía la palabra para no arruinar las pocas horas que tendría con ella hasta que el contrato se terminara.

¿Qué pasaría después?

¿Cómo deshacer algo que desde un principio no tuvo hechura?

Preguntas sin respuesta rondaban en esa habitación como si se trataran de papelitos llenos de ideas que revoloteaban en espera de ser desdoblados. El silencio sepulcral y la tensión entre ambos se encontraban en asenso mientras que la honestidad se dispersaba a todos los rincones de la tierra para alejarse de su presencia. Dos corazones que latían uno por el otro jamás se atreverían a abrirse para recibir el regalo que tanto habían esperado antes de conocerse.

Irónico pensar que la felicidad la tenían en esa misma cama, a unos cuantos centímetros que con tan solo un toque de sus dedos podía consumarse. Sin embargo había una realidad que difícilmente podían enfrentar, pues caían a la cuenta que aquella relación sería ilógica, irracional y descabellada a no ser que hubiese un contrato de por medio que la justificara.

“El es un vampiro, yo soy humana”

“Sigue amando a Draco pero lo disimula”

“¿Quién es Elena?”

“Seguro que yo la tengo mas grande que ese cabrón”

“Solo soy su clienta, todo lo que me ha dicho, se lo ha dicho a todas”

Suposiciones, especulaciones, rumores, paranoias plasmadas en sus pensamientos como si se tratara de un carrito de feria que daba vueltas. Aunque la habitación se encontraba en silencio, ambos sostenían una guerra sin cuartel contra sus propios miedos, inseguridades, todos esos fantasmas que se vuelven poderosos e invencibles si no son capaces de enfrentarse; y aquellos dos no tenían el valor para hacerlo y probablemente, jamás lo harían.

Como si de un movimiento sincronizado se tratara, se recostaron boca arriba mirando al techo observando los grandes bloques iluminados tenuemente por la luz que alcanzaba a colarse por el vitral. Damon exhalaba un gran suspiro profundo, pausado, esperaba que la castaña fuera la primera en hablar para romper el témpano de hielo que acababa de formarse a la mitad de esa cama matrimonial. Volteaba de reojo para apreciar su perfil aguileño y hermoso, el corazón que formaban sus labios, cerraba sus ojos por un momento aspirando su aroma para grabarlo en su memoria para siempre. Concluía que a pesar de separarse de ella,  sería digna de recordarse.

Todo terminaría pronto, cada segundo se escapaba de sus manos para dirigirse al mar del olvido donde nunca podrían recoger vestigios. Tan solo contarían con esa semana para recordarse, esos siete días llenos de sorpresas, de mutuo aprendizaje estaban a un paso de su culmen total.

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