Nueve y tres cuartos

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A pasos agigantados se dirigían a la estación de trenes donde un centenar de personas esperaban su respectivo tren para viajar a sus destinos. Los sonidos de tacones, zapatos de charol, el rechinar de algunos tenis se escuchaban presurosos con el temor de que aquellos vagones cerraran sus puertas en cualquier momento impidiéndoles el paso para arribar a tiempo. En cambio solo aquellos dos se encontraban caminando con toda calma.

Damon observaba maravillado aquel lugar comparándolo con aquel del pasado donde la vestimenta era un tanto diferente; los motores monstruosos impulsados por el carbón, los grandes escapes despidiendo el humo blanco quedaron totalmente obsoletos con la maquinaria y la ingeniería avanzadas. Alguna vez viajó a Nueva York; no supo con exactitud la cantidad de años transcurridos, sin embargo no pudo evitar hacer la comparación con otras maravillas tecnológicas en cuanto al transporte se refería.

Bajaban las escaleras aún con las maletas rebosantes de mudas de ropa. Las botas de Hermione se hacían sonar en el piso encerado con tanta naturalidad y calma, hacía mucho tiempo que no pisaba ese lugar; no desde aquel pasado que tuvo como bruja, no desde su última estancia en el colegio de magia y hechicería.

Detuvieron su paso en el anden numero nueve dejando descansar por unos instantes los equipajes. La castaña confirmaba las cuatro treinta en su reloj respirando profundo al darse cuenta que todavía estaba a tiempo para alcanzar el próximo tren. El pelinegro se adelantaba unos pasos observando el indicador de andenes, fruncía el ceño echando un vistazo rápido al numero diez, en seguida al nueve y así sucesivamente. Observó que su compañera no hacía el menor esfuerzo por buscar el adecuado.

--Hermione.

--Dime Damon—La chica abría su bolso extensible

--No hay un anden nueve y tres cuartos

--Si lo hay—Hermione se empecinaba en buscar su lápiz labial rosa dentro de aquella bolsita que parecía diminuta, sin embargo había olvidado la cantidad de cosas que depositó en algo parecido al fondo de la galaxia.

--Hermione--- Se adelantaba un paso cerrando el bolso para que lo mirase. –Solo hay nueve y hay diez, ni siquiera un nueve y medio, de ser el caso, el jodido tren nos arrollaría—Alzaba un dedo—Eso sin contar con que no estamos parados sobre vías de metal.

La castaña negaba con la cabeza lentamente desistiendo de su búsqueda, volvía a tomar el equipaje encaminándose a la columna que se encontraba debajo del letrero que indicaba el noveno andén. El pelinegro vampiro pensaba que se trataba de un broma y que en cualquier momento su compañera le mencionaría claridosamente haber caído en ella como un primerizo.

No obstante contempló con impresionados ojos que ella se encaminaba a la pared de esa columna con toda la intención de darse un porrazo en el duro adoquinado. Caminó unos cuantos pasos esperando sostener su muñeca para impedir que continuara con esa locura tan descabellada. Observaba de reojo a ambos lados para verificar que ningun curioso estuviese siendo testigo de esa tontería y cuando regresó los ojos a su chica, ésta se encontraba traspasando el pilar como si se tratara de un cuchillo en la mantequilla.

---Pero… cómo…

El vampiro pelinegro se quedaba boquiabierto, pues en ninguna época de su larga vida contemplo un acto tan impresionante haciendo que el ilusionismo de David Copperfield resultara un juego de niños. Se acercó temerosamente estirando su mano con el deseo de tocar el adoquinado por donde ella había pasado. Deseaba cerrar los ojos, en cierta manera un leve miedo comenzaba a hacerse presente en sus sentidos, después de todo desconocía muchas cosas sobre ese mundo del que la castaña le habló a grandes rasgos en algunas conversaciones.

Sintió un tirón tan súbito que descolocó todos sus sentidos. Una mano que conocía tan bien lo estaba atrayendo al interior de la columna sin el temor de estrellarse en el intento. Aún con los ojos cerrados esperaba que todo aquello terminara al instante y que se tratara de un truco de magia del que saldría bien librado.

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