Diecisiete.

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En el camino hacia el despacho, que momentos antes había ocupado Natasha, alguien se encargó de darme un albornoz lo suficientemente amplio para poder cubrir mi desnudez; Gillespie me seguía a una corta distancia y podía oler su miedo. Aquel hombrecillo había sido la mano derecha de Natasha y debía ser conocedor de todos los secretos que había tenido la mujer antes de que... bueno, antes de que hubiera muerto.

Mis ojos bajaron hasta mi mano ensangrentada.

Esa mano que había atravesado su pecho sin dudas y le había causado su propia muerte. Las palabras, la verdad oculta tras estos años, de Natasha seguían repitiéndose en mi cabeza, provocando que mi sentimiento de culpabilidad se multiplicara; siempre había procurado ir con cuidado con las mujeres... y ahora sabía que había cometido errores.

Errores que me habían costado muy caro.

Aparté esos pensamientos de mi cabeza. En esos momentos tenía que centrarme en encontrar cualquier tipo de pista que pudiera ayudarme a encontrar a Rebecca y a mi hermano; Gillespie intentaba mostrarse entero, pero podía ver un brillo de pánico en sus ojillos, creyendo que podría deshacerme de él. Que se había convertido en alguien prescindible.

-Señor Harlow –empezó con dudas el hombrecillo.

Le lancé una rápida mirada mientras nos acercábamos al despacho que había pasado a ser mío. Me había convertido en el nuevo señor de Willard, Natasha me había obligado a tomar aquella dura decisión y había aceptado su final con una frialdad y entereza encomiables; aunque luego hubiera soltado aquella bomba que había terminado de desestabilizarme.

-Gillespie, ¿entiende en qué posición se encuentra ahora? –le interrogué.

El hombrecillo dio un respingo y se retorció las manos con evidente nerviosismo. Ahora contaba con más efectivos bajo mis órdenes, pero también corría el riesgo de que varios de esos licántropos decidieran perjudicarme; no dudaría ni un segundo en eliminar a los posibles puntos conflictivos, pero antes tenía que hacerme valer mediante el miedo y la coacción.

El tiempo corría en mi contra.

Abrí la puerta del despacho y esperé a que Gillespie entrara primero, dirigiéndose tímidamente a una de las sillas. Eché un rápido vistazo a la estantería que había destrozado momentos antes de un golpe cargado de frustración, pero rodeé el escritorio y ocupé la silla que antes había pertenecido a Natasha.

-Señor, permítame que le diga que le soy completamente leal –se apresuró a asegurarme el hombrecillo. Su nuez subía y bajaba con rapidez, presa de un ataque de pánico por el cambio de circunstancias.

Moví la mandíbula, comprobando su integridad. Tenía que concederle a Natasha que no se había guardado nada y que mi cuerpo había acusado como bien había podido todos los golpes; los ojillos de Gillespie observaron el movimiento de mi mandíbula y tragó saliva.

-Tú trabajabas de manera muy cercana con Natasha –empecé, frunciendo los labios-. ¿Viste en alguna ocasión que se reuniera con una mujer llamada Rebecca? –la boca se me secó de golpe al terminar de describir a mi hermana.

Gillespie contrajo su rostro en un gesto de concentración. Estaba esforzándose, buceando en sus pensamientos para tratar de dar con algún detalle que concordara con lo que le había pedido; aprecié que estuviera haciendo aquel esfuerzo, ya que ese hombrecillo había sido la mano derecha de Natasha desde que se había convertido en señora de Willard. Incluso sospechaba que su relación se remontaba a tiempo atrás.

Tamborileé los dedos encima de la mesa, nervioso por lo que Gillespie podría decirme al respecto.

-Creo... creo recordar que estuvo en contacto con ella durante un tiempo –musitó el hombrecillo, retorciéndose las manos con más ansia aún-. Sin embargo, y por lo que me contó la señorita, Rebecca no hablaba directamente con la señorita; lo hacía por medio de un intermediario.

Alpha (Saga Wolf #3.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora