24. El carmín rojo.

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La balanceó un poco. Quería despertarla. No reaccionaba.- Sara.- susurraba a la vez que la agitaba. Sus ojos se abrieron.- ¿Qué quieres Marlene?-  Ha vuelto Gina.- Sara parpadeó sin inmutarse.- Sara, ¿dónde has estado?- Sara pensó y dijo.- Aquí.- Marlene agitó la cabeza y frunció el ceño.- mentira, no has estado aquí, he venido durante toda la semana.- Con Marta.- No desde ayer, he hablado con Pablo.- Por ahí.- Marlene suspiró fuertemente.- Toma.- Le entregó una caja blanca. Sara la abrió.- Es..¿para mi?- Si.- un precioso colgante con una zafiro amarillo estaba dentro. Se enamoró de él al instante. Miró a Marlene con ternura.- Te quiero.- Se levantó y la besó.

Subió el volumen mientras limpiaba su nuevo piso. Por fin era feliz, estaba de nuevo en España. Muy feliz. Tocaron el timbre, así que abrió la puerta y dejó pasar a Pablo. Le ofreció un café; Lo rechazó, pero ella se lo sirvió de todas formas.- Imbécil.- Sonrío.- Idiota.- respondió.- ¿Dónde está el baño?-preguntó Pablo.- por el pasillo, 3 puerta derecha.- caminó por el pasillo, hasta encontrar la puerta, pero no llegó a entrar. La puerta de la habitación de Gina estaba abierta. Entró. Comenzó a investigar, no esperaba encontrar nada comprometedor, era simple curiosidad. Estaba lleno de cajas medio llenas, cosas tiradas por la cama, por el tocador. Había un montón de sobres en una banqueta, uno le llamó la atención, era diferente, era azul. Lo miró un rato, replanteó si mirar lo que tendría dentro; no tenía derecho a cotillear sus cosas, aún así lo abrió. Nunca se abría imaginado lo que pondría.- Solicitud de la paciente, negándose a recibir tratamiento quirúrgico, para retirarse de la lista de espera de transplante de la aurícula derecha del corazón, por Gina Bassani.- Pablo tartamudeó, no se lo podía creer. Dejó caer la carta, la recogió. Fue hasta el salón, miró a Gina, ella estaba desconcertada,¿a qué venía esa mirada?- Qué ocurre, Pablo?- Pablo la miró con rencor, casi llorando.- Pensabas contármelo, o simplemente pensabas morirte sin decírmelo?- dejó la carta en la mesa, dando un golpe en esta a su vez. Cogió su mochila, y se fue. Gina no tuvo tiempo a contestar, ni si quiera a reaccionar, no sabía de qué hablaba, miró el sobre, lo abrió, lo leyó.

Sara se desvistió, las costillas se le notaban tanto que las podrías contar con los dedos de las manos. Se apresuró a ponerse el sujetador, una camiseta negra floja, vaqueros negros, unas botas de tacón negras con la cremallera dorada, la chaqueta de piel roja. Por último se colocó su nuevo colgante, se hizo una coleta y salió de la habitación. Sus salidas del hospital estaban restringidas desde que habían conocido el incidente con Marta, aún así contaba con algunas oportunidades.- Tienes disponibles solamente 4 salidas más, seguro que quieres salir hoy? Estamos a principio de mes, no te llegarán para aguantar hasta el final, Sara.- Sara afirmó.- Sí, quiero salir Emma.- Pensaba que era su momento, tendría que entender el por qué de lo que le había pasado a Marta, tenía que averiguar quién lo había hecho, y si se le presentaba la oportunidad, vengarse. Bajó las escaleras taconeando a su paso, dejando un rastro de perfume que enamoraba a los que caminaban a su espalda.

Marta se incorporó poco a poco, tenía las pestañas húmedas y pegadas, no era capaz de abrirlas totalmente, su pecho estaba vendado; levantó el resto de la sábana para comprobar que es lo que se ocultaba debajo, entonces comprobó que las vendas estaban colocadas hasta el abdomen. Distinguió también algo de sangre en ellas, no recordaba mucho, solo que estaba con Myers, y ahora se despertó estando sola, de pronto le cubrió una oscura capa de soledad y tristeza, ¿de verdad quería vivir?

Su espejo era blanco, algo viejo, de cuerpo entero. El espejo le gustaba, se lo había traído su madre a la propia habitación del hospital, desde su casa; lo que no le gustaba era lo que veía en él. Sus dedos eran largos, extremadamente delgados, su cara, llena de curiosas pecas, estaba muy chupada y pálida, estaba irreconocible, cada vez odiaba más su cuerpo, cada vez se odiaba más a sí misma. Comenzó a contornear su pecho, de pronto se dio cuenta de que no tenía a penas pecho. Toda la belleza que un día tuvo, ya no estaba. Marlene se había ido. Se puso un vestido largo y blanco, un jersey flojo y granate por encima y unas sandalias. Se recogió el pelo en  una trenza de raíz, se pintó los ojos con una finísima raya verde, lo que resaltaba su preciosos ojos color ámbar. Sonó su teléfono y lo ignoró.

Gina marcó el número de Pablo varias veces. Sin respuesta. Llamó a Marlene. Sin repuesta.- ¿por qué estas cosas solo me pasan a mí?- Se puso un chaquetón gris por encima de la ropa que ya llevaba puesta, se peinó el pelo, cogió las llaves de casa y el móvil, salió por la puerta. Buscó la cabina más cercana de teléfono, como era de esperar el recuento fue de cero cabinas. Era un barrio pequeño, nadie tenía en cuenta esas cosas. Ahora deseaba no haber comprado esa casa, no haber viajado a Italia, no haber perdido a su hermana, y así, nada de esto habría pasado.

Pablo estaba nervioso, histérico, alterado. No sabía qué hacer, a quien llamar, a quien contárselo, ni si quiera se había acordado de Marta, ¿cómo estará? Olvidó todo por un momento, recobró la consciencia. Pensó, recapacitó, debí aclarar las cosas con Gina primero, luego iría a ver a Marta. Miró al frente antes de cruzar la calle.

Para siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora