Lenna
Lo que nadie te dice del matrimonio es que a partir de ese momento comienzas a conocer mejor a tu pareja... o a darte cuenta cómo es en realidad, y por mucho que Adrián fuera el hombre con la sonrisa más encantadora del mundo, algunas de sus actitudes me sacaban de quicio. Y muchas de las mías lo frustraban.
—¡Oh, vamos, ya habíamos hablado de esto, nena! — Salió con la pasta de dientes en la mano— ¿qué tan difícil puede ser ponerle la tapa?
—Mucho cuando te levantas a vomitar y el mundo te da vueltas— hablé con la cabeza apoyada contra la almohada.
Se sentó a mi lado.
Pude reconocer la sonrisa en su voz.
—¿Alguien se está poniendo rebelde?
Me giré para verlo.
—Alguien quiere volver a mamá un horrible panda— llevé mis manos a mi vientre.
—Está por terminar el tercer mes, amor —sonreí como tonta—, los malestares están por terminar.
—Es horrible no poder retener nada en el estómago— me quejé aunque en realidad esta etapa de la vida era maravillosa.
—No sé qué haría de estar en tu lugar.
—Seguro volverte loco. No lo soportarías, — acaricié su cabello y contemplé la manera en que este comenzaba a enroscarse— no con la forma en la que comes.
Sus labios tomaron los míos por sorpresa. El embarazo me ponía lo suficientemente hormonal como para dejar que el beso se intensificara.
En realidad no tenía ganas de resistirme a los encantos de mi marido. Cuando dejé atrás a Ángel creí que nunca iba a desear otras caricias tanto como las suyas... me equivoqué.
Las caricias de Adrián provocaban ondas eléctricas por todo mi cuerpo y olvidaba todo.
—Tengo que irme— se separó de mis labios dejándome aturdida.
—¿De verdad piensas dejarme así? —Me guiñó a manera de asentimiento— Debes estar bromeando.
—Tengo junta en media hora y no puedo llegar tarde o mi suegro me matará de verdad.
—Tu mujer te matará si la dejas así— hice un puchero.
—Mi mujer me ama— sonreí, amaba la confianza que tenía en sí mismo.
—Bueno... creo que al final se quedó contigo porque Adam Levine ya estaba casado— frunció el ceño y se llevó una mano al pecho de manera dramática.
—Eso ha destrozado mi corazón por completo.
—Imagínate el mío al saber que Adam nunca podrá ser mío— reí al ver el cambio radical en su expresión.
No había nada más divertido que molestarlo.
—Bueno— se quitó la corbata—, en ese caso prefiero que mi suegro me mate a que mi esposa piense en otro.
Dos meses después.
—¡No voy a hacerlo! —no me importaba que los vecinos creyeran que estaba loca.
—Dijiste que era una condición para casarnos, y yo cumplo mi palabra.
—Pero yo no te estoy pidiendo que lo hagas— salí del baño luchando contra el último botón de mi abrigo.
—No, pero sé que amas quemarte las neuronas estudiando— se inclinó para abotonar por mí el estúpido botón—, no perderás nada intentándolo.
—He perdido un semestre— estaba al borde de las lágrimas—, no quiero que la gente me vea raro.
Definitivamente odiaba mis cambios de humor totalmente incontrolables. Odiaba llorar como una niña pequeña y por cosas que no lo merecían.
—¿Es sólo por eso? — el rostro de Adrián de repente se apagó. Su sonrisa fue sustituida por una mueca.
Sabía lo que estaba pensando: Ángel Ivashkov. Y no estaba muy equivocado, él era una de las razones por las que me negaba a acceder aún deseaba estudiar pero volver significaba también afrontar todo lo que había hecho.
—No— respondí tratando de ser lo más sincera que podía—, tengo miedo a que todo cambie cuando nos enfrentemos al mundo de verdad— las cenas, reuniones de negocios, y sólo Adrián y yo habían sido mi vida en los cinco meses que llevaba casada—. Tú sabes todo lo que pasó con el profesor Ivashkov— llamarlo así ahora parecía lo correcto; evitaba que Adrián y yo discutiéramos, además aquella expresión de tortura en sus ojos no aparecía—, no quiero que te sientas inseguro respecto a lo que siento.
»Además me sigue aterrando la idea de que Vladimir aparezca, ha estado fuera de foco estos meses y... —sus brazos me envolvieron, aunque con un poco de dificultad gracias a mi vientre.
—Lenna, yo nunca dudaría de ti— sentí una punzada de culpa—, las cosas han cambiado. Ambos lo hemos hecho. Ángel no me preocupa— dijo esto como si tratara de convencernos a los dos—. Y por Vladimir, yo me encargaré de que nunca, jamás, se te vuelva a acercar.
Inhalé profundamente llenándome de su aroma. Solo la menta de la pasta de dientes ya que no toleraba cualquier tipo de perfume y él había dejado de fumar.
—Tú ganas, pero si digo que no quiero seguir en ello lo aceptarás sin pensar —su sonrisa torcida volvió.
Sabía que la victoria era suya.
—Esa es mi chica— me liberó para tomar mi mano—. Ahora levanta la cabeza y demuestra lo feliz que te hago— sonreí.
Adoraba su manera de ser, pero nunca se lo diría; después de todo alguien debía mantenerlo con los pies en la tierra.
—Me harías más feliz comprándome pastel de chocolate— observé su perfil.
No bromeó conmigo. Lo miré preocupada aquel rastro de duda seguía allí.
—Adrián...Te amo, cariño.
Se relajó por completo ante mis palabras; incluso yo lo hice porque esta vez no sabían a mentira.
Tal vez el tiempo si alteraba los sentimientos y, tal vez, en este tiempo Ángel había salido de mi corazón.
Sí, claro, y los elefantes vuelan.
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Ecos de amor (#2 PeR)
ChickLitHistoria ganadora de Wattys 2016 en la categoría Lecturas Voraces La vida ha cambiado para Lenna, la vida de casada resulta ser más difícil de lo que creyó; aun así todo parece ir bien hasta que decide volver a la escuela de leyes en donde se encue...