19. Todo cambia

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Ángel.

Llevaba casi un mes sin verla. Había intentado a toda costa no pensar en Lenna. Después de recibir los resultados de la prueba de paternidad decidí que lo mejor era dejarla ir.

La parte rusa de mi alma me decía que debía ser fuerte; por el contrario, la parte que la amaba me decía que era un idiota por no tratar de hacer que entrara en razón y admitiera de una buena vez que ella era mía tanto como yo suyo.

El nombre de la niña me parecía hermoso, Josh y Matt no dejaban de hablar de ella. Lenna tenía la costumbre de enviar una foto de ambas a diario.

La foto que ella me regaló se había ganado un puesto de honor junto a mi cama. Extrañaba sus labios, su voz, y sabía que ella estaba exactamente igual.

Adrián y yo nos habíamos reunido ocasionalmente para intentar atrapar a Vladimir, Lenna ocasionalmente salía al tema y debía poner mi mejor cara de póker. De una u otra forma sabía que ella había hecho su elección y era inapelable, no había manera de hacerla desistir.

Me quedé atento mirando el humo salir del café mientras esperaba la llegada de Adrián.

—Ivashkov— un par de segundos después me levanté para saludarlo. En estos pocos días nuestra relación había cambiado, al parecer Lenna no sólo nos hacía pelear, también era algo que nos unía lo suficiente como para bromear y estar aquí esperando protegerla.

—Igor— al contrario de lo que habría hecho hace poco Adrián río.

—También me agradas Ivashkov.

Asentí tratando de no dar mucha importancia a sus palabras.

—Si, claro ¿cómo está tu familia?

—Ambas están hermosas.

Por más que lo deseara no podía odiar al tipo. Era agradable y hacía feliz a Lenna. También la hacía pelear y estaba seguro que eso mantenía la mente de Lenna ocupada en algo más que Vladimir.

—¿Ha vuelto a llamar? —Adrián negó.

—Eso la altera más. Hace un par de días deshizo sus nudillos golpeando un saco de box.

Mi piel se erizó. Me imaginé a Lenna luchar por mantenerse cuerda, intentando con todas sus fuerzas.

—¿Tan mal está?

—Piensa tanto en ello... —el ceño de Adrián se frunció, dándole muchos más años de los que en realidad tenía— a veces simplemente no puede evitarlo y le cuesta no hacerse daño. Agradezco que estén los niños para ella.

»Escucharlos correr, reír, jugar funciona para ella.

—¿Cuánto queda? —conforme la fecha se acercaba sentíamos el mundo comenzar a arder.

—Poco más de una semana. —negó como si no pudiera creer estar en una situación así— No puedo creer que sea tan escurridizo como una rata.

—¿Buscaron ya en los lugares que frecuentaba?

—En todos, absolutamente. ¿Ya están las pruebas que presentarás para demostrar que está vivo?

—Fue difícil —le di un largo sorbo a mi café—, pero en este momento el juez debe estar revisando todo. Tan pronto de la orden la policía comenzará a buscarlo también.

Nos quedamos en silencio un momento. Ambos sabíamos que si no conseguíamos atraparlo Lenna terminaría por hacer una locura, nadie podía detenerla cuando algo se le metía en la cabeza aún más sabiendo que los que la rodeábamos corríamos tanto peligro como ella.

















El plazo que Vladimir le había dado a Lenna había terminado y estábamos tan cerca de atraparlo como al principio.

Encendí el televisor intentando distraer mi mente de lo que ocurría. Definitivamente pensar en las locuras que la mente de Lenna tenía no ayudaba, solo esperaba que Adrián supiera mantenerla en calma no importaba la forma que eligiera para distraerla. Apostaba a que si amarla era lo viable lo haría.

Cerré los ojos y me quedé dormido.

El sonido de las sirenas me despertó.

Al inicio creí que había una película de acción y que mientras dormía alguien había cambiado de canal. Miré el reloj, los niños se habían ido a dormir hacia horas, lo que me aseguraba que eso no era posible.

Fijé la vista en la pantalla y sentí mi corazón caer cuando, al fin, vi el encabezado de la noticia: «Explota automóvil en el que viajaban el empresario León Abbott y su familia »

Busqué mi móvil como demente. Los dedos me temblaban, necesitaba saber que Lenna estaba bien.

Me equivoqué tres veces con la contraseña.

Alguien contestó el móvil de Lenna al primer timbre.

—¿Ivashkov? Adrián sonaba más preocupado que nunca.

—¿Está bien? —sentía mi voz temblar— ¿Lenna está bien?

—Tuvieron que sedarla— el hombre se oía desesperado.

—Voy para allá— Marqué el número de Hanna y subió al instante junto a Ernesto para ver a los niños. La expresión de ambos no difería mucho de la mía. Podía ver como se debatían entre quedarse aquí o ir conmigo y asegurarse de que Lenna estuviera bien.

Ernesto logró calmarla y me dejó salir.

Bajé por las escaleras, maldiciendo a cada paso.

Debía estar en una jodida pesadilla.

La carretera a casa de Adrián era un maldito caos. El tráfico se había detenido, el sonido de las sirenas era más intenso aquí, en vivo, que en televisión.

Bajé del auto y caminé hacia el lugar.

León era mi amigo, habíamos pasado mucho juntos cuando éramos jóvenes. Logré observar lo que quedaba de su automóvil. Algunas partes seguían ardiendo, otras habían quedado hechas nada.

—Los cuerpos han quedado irreconocibles —escuché a un forense hablar.

—¿Cuantos viajaban a bordo? —la escena parecía algo lejano.

—Es información clasificada— me gané una mala mirada de un oficial.

—Soy Ángel Ivashkov, el abogado de la familia Abbott —el oficial asintió negando al ver mi atuendo.

—Cuatro: León y Julia Abbott, Marie Abbott y Rogelio Le Blanc.

Toda la familia de Lenna había muerto, sus padres y abuelos. De un segundo a otro todo había cambiado para ella, para todos los que apreciábamos a la familia.

La amenaza que representaba Vladimir nunca había sido más real.
Los autos comenzaron a avanzar y corrí hacia el mío. Tenía que abrazar a Lenna, tenía que asegurarme que estuviera bien.

Tenía que anclarla a la realidad. 

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora