8. Así sea la eternidad

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Ángel.

Como todos los días desde que esto había explotado fui a ver a Lenna tan pronto volví a casa. El médico le había prohibido levantarse, agitarse o hacer algún tipo de esfuerzo, por lo que ya tampoco la veía en clases.

Me sentía culpable, si tan sólo mi reacción hubiera sido distinta.

La rutina era la misma: llegaba, iba a su habitación, trataba de platicar con ella quien sólo respondía con monosílabos, comíamos en silencio y finalmente regresaba a casa en donde Rebeca siempre estaba de mal humor.

Hoy al tocar el timbre me atendió Marie, la abuela de Lenna, con una sonrisa que me hizo sentir bienvenido.

Era el tipo de calidez que extrañaba.

—Ángel, querido, pasa— besó mis mejillas y caminó hacia la cocina— ¿Qué es lo que ocurre? —ella siempre iba al punto.

Marie era una mujer sumamente observadora y notaba cuando las cosas estaban mal.

—Muchas cosas— solté aire con fuerza—. Todo, nada.

—Le dije a mi Linny, que lo que hacía era una tontería —su sonrisa se desvaneció—, incluso su madre, a su manera, trató.

—No entiendo, creí que Julia deseaba esa boda.

—Julia es una mujer terca, casi tanto como su hija, pero siempre ha buscado el bien para ella. La asedió día y noche con los detalles de la boda esperando que su hija mandara todo lejos...que se rindiera. Supongo que de tal palo...

Nos quedamos en silencio por unos minutos.

—Deberías subir a verla— sin decir nada más me dirigí a la habitación.

Encontré a Lenna durmiendo recostada de lado y una mano sobre el vientre de manera protectora. Por primera vez la idea de que esto era difícil para ella atravesó mi mente.

En cuanto me enteré de lo de Vladimir comencé a mover contactos para atraparlo. Entre las cosas que encontré di con el expediente de su caso; lo que Lenna me había contado no se acercaba ni un poco a lo que había vivido y Vladimir había hablado sin inmutarse.

Desde pequeña demostró lo fuerte que era.

Me preguntaba cómo alguien que se veía tan delicada y frágil la mayor parte del tiempo podía soportar tanto.

Me senté a su lado y no resistí la tentación de acomodar un mechón de cabello detrás de su oreja. El movimiento hizo que se despertara. Abrió un ojo y luego en otro mientras se acostumbraba a la luz.

—Llegaste antes— su voz sonaba ronca.

—No, tú dormiste más— respondí con una sonrisa.

—Lo siento— se sentó—. Se mueve demasiado durante la noche.

—No puedes controlarlo.

Me sonrió por primera vez desde hace un largo tiempo.

—¿Planeas salir? — señalé su ropa.

—No, pero no soportaba más el estar en pijama todo el día.

—Te queda bien— y de verdad lo hacía. El short corto dejaba libres sus magníficas piernas y la playera de tirantes se ajustaba justo donde debía —¿Hay algo que te haga lucir mal?

Pensó por un momento —Mi suéter de unicornios— dijo con total seriedad.

Comencé a reír, jamás imaginé que una chica como Lenna usara algo así.

—Apostaría a que incluso con eso puesto te ves hermosa— sus mejillas se tiñeron de rosa.

El silencio descendió, al menos esta vez de verdad habíamos hablado.

—¿Te arrepientes? — la pregunta la tomó por sorpresa.

—No, no lo hago— contestó después de pensárselo un poco—. Al menos ahora ya no. Me ha traído un montón de problemas, pero valió cada segundo— acarició su vientre—. Ahora tengo a mi bebé.

»Sabes cuanto lo deseaba.

Sonreí sin poder evitarlo.

—Yo tampoco lo hago. Ni me arrepiento ¿Qué pasará después, Lenna?

—No tengo la más mínima idea— se movió hasta quedar a centímetros de mi de manera inconsciente—, Adrián y yo... a estas alturas ya no hay un nosotros— se alejó en cuanto notó la cercanía— ni siquiera sé si quiero salvar algo. Si me divorcio volveré a Francia y me haré cargo de las empresas allí.

Tomé un respiro para evitar reaccionar mal.

—¿Y si es mi hijo, me alejarás de él? —apareció aquella línea en su frente que indicaba que estaba pensando.

—No voy a jugar a la familia feliz, Ángel. Si mi bebé resulta ser tuyo entonces tendrás todo el derecho a estar cerca, de lo contrario no resultará ningún problema.

—Nos dejarás— No lo negó en ningún momento.

Tenía la impresión de que ella ya tenía un loco plan trazado, uno que implicaba alejarse de todo y todos.

—Esto es mucho, ya no soporto tanto drama— mordió su labio luchando por no llorar—, simplemente no quiero seguir luchando.

Sus palabras me sorprendieron, justo ahora se estaba dando por vencida.

—A veces creo que nos hubiera evitado todo esto si no...

—¡No, Lenna!— sentí algo caliente deslizándose por mi mejilla. Sus ojos verdes me miraban con sorpresa— No lo digas, nunca, por favor.

Se colocó sobre sus rodillas y besó el lugar en el que estaba la lágrima. Dudé por un segundo y giré la cabeza lentamente dándole tiempo de retirarse si lo deseaba, gracias al cielo no lo hizo.

Besarle de nuevo fue como respirar.

Una bocanada de aire puro.

No tenía ni idea de lo mucho que extrañaba sus labios hasta este momento. No fue un beso lleno de pasión; más bien, fue uno lleno de súplica, lamento y dolor. Mucho dolor.

La envolví en mis brazos y la besé con fuerza provocando que gimiera. Cada roce me hacía desear más de ella.

Rompí el beso antes de no poder detenerme.

Sus labios estaban rojos y sus mejillas sonrojadas, sus pupilas se estaban dilatadas por el deseo.

Ambos habríamos seguido hasta el final de no haber puesto algo de distancia. Pudimos continuar, pero únicamente ella se arrepentiría después.

—Aún me amas —fue una súplica y afirmación a la vez.

—Nunca dejé de hacerlo— eso me alentaba— .No es algo que se olvide tan pronto.

—Te amo, Lenna, y no quiero que apresures tu decisión. Puedo esperarte.

—¿Así sean cien años?

—Así me pidas la eternidad.

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora