20. Al borde

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Lenna

Hoy Zoe cumplía un mes de nacida y había sido la excusa perfecta para hacer algo en familia. Esto me recordaba un poco a cada fin de semana, cuando era pequeña, en el que mi familia se reunía, por supuesto que en aquel entonces mi abuelo estaba vivo y se encargaba de que nadie se sintiera excluido.

El bullicio, las risas y abrazos de todos me anclaban al mundo. Adrián estaba luchando por mantener mi atención en cualquier cosa y casi funcionaba a la perfección. La seguridad de la casa había aumentado considerablemente. Nadie salía sin llevar al menos cuatro guardaespaldas y yo obviamente no salía a menudo de casa.

Vladimir había hecho ya su llamada y cuando le dije que se fuera al infierno simplemente contestó «En ese caso me acompañarás, querida».

No quería permitirme entrar en pánico, así que decidí disfrutar ese día con mi familia. Mi abuela, su marido, mis padres e incluso mis suegros parecían estar disfrutando de verdad. Zoe pasaba de unos brazos a otros, a este paso ella terminaría siendo una pequeña malcriada.

Cuando todo el mundo estuvo distraído mamá se acercó a mí. Acarició mi cabello como solía hacer cuando yo era pequeña, su aroma, ese que era único de mi mamá, inundó mis fosas. Siempre creí que ese era el mejor aroma del mundo, me preguntaba si eso era cosa solo de mamás.

—De verdad quieres a Adrián— su mirada estaba fija en mi marido.

—Lo amo— asentí.

—¿Alguna vez te conté acerca de cómo conocí a tu padre? —sus ojos se dirigieron a papá. No era difícil ver la manera especial en la que lo veía, el amor en ellos parecía aumentar con el tiempo.

—Sólo sé que fue un matrimonio arreglado.

—Yo despreciaba a León, de verdad que lo hacía. —la miré totalmente sorprendida— Me negué por años a casarme con él, incluso intenté huir un par de veces. Tu papá era un joven atractivo, pero un completo idiota. —se sonrojó cuando cayó en cuenta de la palabra que acababa de usar— Cuando nos casamos le hice la vida imposible, incluso busqué un método para no embarazarme.

—¿Cómo es que...

—Él pareció comprender mi molestia, supongo que en el fondo ambos nos sentíamos igual. Comenzó a intentar conquistarme todos los días —sonrió de la manera tonta en la que las mujeres enamoradas sonreímos— Incluso ahora mantiene la costumbre.

—Nunca me imaginé que tú... Es difícil imaginarlo. Siempre creí que tú de verdad creías en lo que me dijiste toda la vida.

—Creo que el hombre es la cabeza de un hogar— pasó su brazo alrededor de mis hombros y me acurruqué contra su pecho disfrutando de mi madre tanto como me fuera posible—, pero creer que una mujer debe depender de uno no es precisamente lo que quería enseñarte.

» A veces la cabeza es un poco lenta y necesita un buen cerebro. Veo que no fracasé al enseñartelo.

Me reí. Tal vez no entendía la manera en la que mamá me había mostrado esa lección, pero de verdad lo agradecía.

La noche comenzó a caer y todo el mundo comenzó a despedirse. Mis suegros fueron los primeros en marcharse.

—Te veo mañana, nena— papá me dio un fuerte abrazo y salió detrás de mamá.

Mi abuela me dio un fuerte abrazo y se marchó con ellos.

Tan pronto estuvimos solos las manos de Adrián rodearon mi cintura y recargó su cabeza en mis hombros.

—Al fin tenemos nuestra familia— sonreí con sus palabras— Te amo, Lenna.

Me giré —También te amo Adrián.

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora