27. Calma

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Lenna

—¿Estás diciendo que debo resignarme a no estar contigo? —en cuanto las palabras salieron de su boca sentí una punzada aguda en el pecho que iba más allá de lo físico.

Sabía que sería mil veces mejor decirle que eso era exactamente lo que quería que hiciera una parte de mí me recordó que ya nada sería igual y aferrarme a él, o a Adrián, sería en vano.

—Yo... — desvié la vista y me concentré en una de las sondas clavadas en mi piel y en los moretones que marcaban mis brazos— eso es lo que quiero.

Me sentía tan cobarde que el simple hecho de pensar en verlo directo a los ojos hacía que mi vista se nublara. Nos quedamos en silencio lo que bien pudieron ser horas, pero resultaron ser solo un par de minutos hasta que él rompió el silencio.

—¡Joder! Eso no es lo que quieres, princesa— odiaba de sobremanera que usara el apodo que me habían dado los niños en mi contra—. Estuve a nada de perderte para siempre, no puedo dejarte ir de nuevo.

Mi ritmo cardíaco aumentó y Ángel dejó de hablar. Lo observé a través de las pestañas y noté como su rostro era adornado con una mueca de terror al ver la máquina que no dejaba de sonar.

—Estoy bien— dije tratando de tranquilizarlo. Sabía que mi corazón se detuvo un par de veces esos días, aún sentía el pecho entumecido a causa del desfibrilador—. Es por eso por lo que quiero estar sola.

Le tomó un par de segundos recuperar la calma y aún con ello su rostro no recuperó el color del todo.

»No quiero que me vean de la manera en la que lo hiciste en cuanto cruzaste la puerta— sentía un familiar nudo en la garganta pero mis ojos seguían secos—. Pasé por esto antes y siempre detesté la manera en la que todos me veían, como si en cualquier momento me fuera a quebrar.

»No necesito la compasión de nadie, Ángel. Ya tengo suficiente con sentirme de esta manera. No puedo parar de sentirlo...

Sus ojos azules aún estaban vidriosos, pero la arruga en su frente señalaba lo concentrado que estaba, era como si se enfrentara a un caso al que no le encontraba solución.

—No te tengo compasión, Lenna —se acercó peligrosamente a la camilla y mi pulso volvió a acelerarse. El miedo y el anhelo de tenerlo cerca tenían una lucha un mi interior—. Eso que viste cuando entré fue alivio, creí que jamás volvería a verte. Estos meses fueron el infierno.

»No podía parar de pensar a cada segundo lo que ocurriría si jamás volvía a decirte cuanto te amo y ver como tus mejillas se sonrojan con las muestras de afecto.

Dió un paso a mí y el miedo ganó. Sabía que no tenía que temer, él jamás me haría daño era algo que no podía controlar.

—No te acerques, por favor— mi pecho subía y bajaba a una velocidad descomunal y sentí mi corazón golpear con fuerza contra mis costillas. Sentí el cabello pegarse a mi cara y el alma a punto de salir de mi cuerpo.

Se detuvo al ver mi reacción y sin decir nada salió de la habitación. Lo irónico de todo era que anhelaba que me tocara casi con la misma intensidad con que lo temía.








Un par de meses después el escándalo aún no había pasado. Esta vez nadie había logrado ocultar lo sucedido y las cámaras y reporteros me asediaban día y noche.

—Nadie me deja olvidarlo— los ojos miel de James se concentraron en mí. Podía jurar que casi expiró con frustración—. No me veas así, porque sabes que es verdad.

Su mirada se tornó más comprensiva y casi aliviada.

—¿Cómo te sientes con eso?

—¡Maldita sea! —pasé mis manos con frustración por mi cara— ¿Eso es lo único que enseñan a decir en la escuela de loqueros?

—No Lenna, —sonrió —pero ya te he dicho muchas veces tanto como amigo y como médico, que si no comienzas a ignorarlos jamás vas a llegar a ninguna parte.

Cerré los ojos para meditar la pregunta. Me parecía una estupidez y apenas había avanzado nada con la terapia; por desgracia, James tenía razón yo no estaba poniendo de mi parte.

—Me siento... encerrada. Es como si reviviera una y otra vez lo que pasó. Aún no logro dormir sin el medicamento para locos que me recetó tu colega, y cuando lo intento siempre sueño con Vladimir sobre mí, sabes siempre que él me tocaba mi mente era más lúcida que nunca.

—¿Quieres hablar de lo que pasó? —Se veía casi tan asustado como yo y no sabía si quería que él supiera todo lo que había pasado—Tal vez necesites sacarlo con alguien.

—¿Seguro que no lo venderás a una de esas revistas de chismes? —las comisuras de sus labios se elevaron ligeramente— Espero no causarte pesadillas— comienzo a contarle todo, conforme avanzo las palabras perecen salir solas y aunque el dolor no desapareció el peso disminuyó un poco.






—¡Princesa! — Joshua se acercó corriendo a mí a penas me vio.

Matt me dió una mirada curiosa mientras se acercaba a paso lento. Rebeca a su lado lo animó e imitó a su hermano. Pronto ambos niños estaban pegados a mí al tiempo que los llenaba de besos.

Zoe tenía los ojitos fijos en la escena sin saber muy bien que sucedía. Como siempre terminó sonriendo coqueta cuando Joshua le dedicó toda su atención.

—Hola, Aubrey— la sonrisa en su pequeño rostro creció más y estiró los brazos hacia Josh.

—Hola, Lenna— Rebeca se acercó a mí con los ojos fijos en Mattew que seguía abrazado a mí sin intención de despegarse pronto.

—¿Cómo estuvo el viaje? —traté de sonreír un poco.

—Largo— ambas quedamos en silencio y comenzamos a caminar hacia la salida del aeropuerto—. Me alegra que estés bien— me sonrió y continuó sin detenerse.










—Zoe, cariño, ten cuidado —los ojos increíblemente verdes de mi hija me miraban con adoración y en cuanto obtuvo mi atención estiró los brazos hacia mí.

No quería malcriarla pero adoraba sentir sus manitas por mi rostro y sus besos salivosos. Adoraba a mi hija. El flash de una cámara nos distrajo. Aún estaba paranoica y me giré mientras abrazaba con fuerza excesiva a mi hija.

—Yo... —las mejillas de Adrián se sonrojaron— lo siento. Es que... bueno... se veían tan lindas.

—No pasa nada— le sonreí— ¿Cómo entraste?

Se acercó lentamente hasta donde estábamos como si explorara terreno desconocido.

—Me diste una llave, ¿recuerdas? —Mi hija estiró los brazos hacia él mientras balbuceaba y sonreía de manera coqueta a su papá.

—Tiene la misma sonrisa coqueta que tú— suspiré mientras me sentaba a verlos interactuar.

—¿Aún vas a terapia?

—Sí, Jamie —Adrián arrugó la frente y apretó los labios ante la mención de mi psicólogo—, dice que estamos avanzando. Aún hay días en los que me cuesta levantarme... Pero ya no me atemoriza que me toquen.

—¿Algún día me dejarás volver a estar contigo?

—¿Algún día dejarás de creer que lo que han hecho tu hermana y tu tío es tu culpa? —lo necesitaba cerca. Necesitaba que ambos saliéramos de esta fase para avanzar.

—Fue mi culpa... si no hubiera insistido en casarnos... —Me levanté y vacilé un poco antes de decidirme a caminar hacia él.

—No fue tu culpa, —tomé la mano que tenía libre y la acerqué lentamente a mi pecho— Cada persona toma sus decisiones —los ojos verdes de Adrián le observaban con incredulidad y al mismo tiempo podía ver la desesperación que tenía por tocarme—. Lo que pasó no ha hecho que te ame menos, no ha hecho que mi corazón deje de latir con esta intensidad. —dejé descansar su mano sobre mi pecho— Pero debemos trabajar si queremos que esto vuelva a funcionar.

—Te amo, Lenna.

—También te amo, Adrián.

En otra circunstancia sus labios y los míos habrían colisionado explorando con ansiedad la boca del otro, pero justo ahora necesitábamos tomarnos todo con calma ya había dado el primer paso y esperaba poder continuar pronto con mi vida.

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora