Extra.

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Adrián

El bufete estaba hasta el tope de trabajo, nadie parecía tener siquiera un segundo de sobra para respirar. Intenté a como diera lugar concentrarme en el caso que tenía entre las manos, me concentré tanto que cuando observé el reloj sobre mi escritorio me sobresalté al ver que eran pasadas las tres de la madrugada.

Tomé mis cosas y salí de la oficina. No tenía razón alguna para llegar a casa, Lenna ya no me esperaba recostada sobre el sofá mientras devoraba un libro más. Tampoco estaba mi hija para despertarme a mitad de la noche.

Subí a mi auto y conduje con la mente puesta en todo lo que había cambiado mi vida. Estacioné el auto frente al bar al que solía ir cuando todo estaba mal.

De alguna manera, con un par de tragos de más, era consciente de la mala suerte que los Rossetti le habíamos traído a los Abbott, especialmente a Lenna, y sabía que quizás la solución era dejarla ir.

El pensamiento dolía como un puñal en el pecho. Admiraba a los tipos como Maxwell que seguían adelante aun cuando la chica no los escogía y después de ello seguían ofreciendo su amistad incondicional. Quería ser como él, pero no lo era. Pasé prácticamente toda mi vida creyendo que Lenna sería mía hasta que la muerte nos separara. Soñé con nosotros envejeciendo rodeados de nietos y ahora todo se había desmoronado.

Después de subir de nuevo al auto tomé el teléfono y marqué el número que me sabía de memoria.

—¿Está todo bien? — la voz de Lenna sonó preocupada— ¿Estás bien, cariño?

—¿Fuiste feliz a mi lado? —encendí el auto y pisé el acelerador.

—¿En dónde estás? —Ignoré su pregunta

—¿Fuiste feliz conmigo?

—Me preocupas, cariño, ¿en dónde estás? —la escuché corriendo de un lado a otro, incluso gritarle algo a Hunter sobre rastrearme ya— ¿has bebido, Adrián?

—Un par de copas —me reí ante lo patético que resultaba—. Aún no me has contestado, nena.

—Fui feliz como nunca antes —contestó intentando ahogar un sollozo— ¿A dónde quieres llegar con esto?

—Quiero saber si ya no te hago feliz, si tuvieras que escoger de nuevo ¿sería yo?

Hubo un largo silencio, interrumpido ocasionalmente por los sollozos de Lenna.

—Si —respondió. Esa era justo la respuesta que no quería oír— ¿vendrás a casa? —sonaba desesperada.

Sabía que hablaba su siempre presente lema de hacer lo correcto. No le importaba ser infeliz siempre y cuando las personas que le importábamos no sufriéramos.

—No puedes salvarnos a todos, nena. —hablé mientras dejaba atrás la cuidad— No a costa de tu felicidad. Eso se terminó para ti.

—No estoy sacrificando nada— cada una de mis células quería creerlo. Lo quería con desesperación—. Así no deben terminar las cosas. —escuché su coche encender y un «Vamos con papi» cuando mi hija protestó por el movimiento— Por favor.

Puedes guardarme en el collar que compraste cuanto tenías 16 años, cerca de tu corazón, donde yo debería estar. Mantenme dentro de tu alma. —Canté la pequeña estrofa de esa canción y no pude hacer más que continuar— Y si me lastimas, bueno, está bien cariño, solo las palabras sangran dentro de estas páginas. Simplemente abrazame y nunca te dejaré ir. Cuando esté lejos, recordaré cómo me besaste, bajo el poste de la 6ª calle. Oyéndote susurrar a través del teléfono: espera que vuelva a casa.

—Nunca entendí por qué te gustaba una canción tan deprimente— suspiró —¿volverás pronto?

—No lo sé —me adentré aún más en la carretera—. Dile a Ivashkov que lo mataré si te lastima.

Hubo más silencio.

—¿Adrián?

—¿Qué pasa, nena?

—Zoe y yo te amamos.

—También las amo —terminé la llamada y apagué el celular.

«Lo correcto no siempre es lo más fácil» la frase con la que Lenna solía moverse todos los días vino a mi mente.

—No lo es, nena, no lo es.

Conduje son rumbo aparente hasta que el aeropuerto apareció frente a mí. Tomé el pasaporte en la guantera y compré el boleto al sitio más lejano que pude.

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora