Ángel.
Recorrí mi clase con la vista dejando que la esperanza de ver su rostro entre alguno de los alumnos apareciera; aun así parecía improbable que volviera.
Mis ojos encontraron a Maxwell, uno de los amigos de Lenna, con una expresión de total preocupación y la mitad de su delgado torso cubriendo algo de mi vista. Casi en un acto reflejo mis ojos se fijaron en la chica a su lado.
Habría reconocido esos rasgos en cualquier parte del mundo, había soñado con ella todo este tiempo. Su cabello carecía de la uniformidad del tinte dejando ver las raíces doradas que diferían por completo del castaño que cubría el resto. La recorrí de arriba abajo con la mirada... me detuve en su vientre.
Nunca me había considerado una persona sentimental pero eso me rompió el alma.
Ahora no solo no era mía; sino que también iba a tener un hijo con el hombre por el que me había dejado.
Sentí cada músculo en mi rostro tensarse y la presión en mi mandíbula casi resultaba dolorosa.
No podía darme el lujo de demostrarle cuanto me dolía.
Sus ojos se clavaron en los míos un segundo más, eso bastó para ver que aún estaba allí lo que sentía por mí, pero también lo estaba su determinación y apostaría mi alma a que eso no iba a cambiar. No con un bebé en camino.
Me molestó de sobremanera su actitud. En este momento la amaba y odiaba a partes iguales.
Cada palabra mía iba dedicada a hacerla sentir mal, a hacerla volver; obviamente no logré nada. En este tiempo había olvidado que no era solo una cara bonita.
Salió del aula corriendo con una velocidad bastante impresionante para alguien que llevaba zapatos altos y un bebé dentro.
Mi mal humor aumentó cuando revisé las listas de cada secuencia que debía impartir y encontré su nombre en tres de ellas, sólo que ya no era Lenna Abbott, ahora era Lenna Rossetti y eso mataba a cualquiera.
Mis alumnos no tenían la culpa... pero alguien debía pagar y no me gustaba desquitarme con mis hijos después de un mal día.
La vida me sonreía a veces y así me sentí cuando la vi a lo lejos caminando justo hacia donde me encontraba, por su expresión sabía que estaba perdida en sus recuerdos. Pude haberme movido y dejar que se fuera sin prestarme un poco de atención. Una punzada de dolor invadió mi pecho ante el solo pensamiento.
Antes de darme cuenta tropezó contra mí rebotando con fuerza. Y cayendo de espaldas.
Me moví y tomé su cintura antes que tocara el suelo.
—Gra... gracias, profesor— sus ojos se ampliaron cuando recobró el equilibro y recordó que mis manos la envolvían.
Todo y nada parecía haber cambiado en ella.
Mis ojos se detuvieron de nuevo en su vientre. Me había imaginado ese momento suficientes veces como para sentirme mal al verla viviéndolo con alguien más.
—Te ves hermosa— sus mejillas se sonrojaron de la forma en la que pocos habíamos tenido el privilegio de ver.
—Debo irme— se alejó de mí haciéndome sentir completamente vacío y sólo sin ella.
Rebeca, y el departamento, estaba hecha un caos en cuanto llegué a casa.
—¡¿Por qué tardaste tanto?!— ella nunca había sido un mujer dulce, y desde el nacimiento de Sophia su paciencia había ido en declive.
Colgué el saco y dejé el portafolio en su lugar. Si me detenía a responderle esto terminaría en una discusión.
—¡Papá!— Mattew y Joshua corrieron a mí.
Adoraba haberlos sacado de ese internado, llegar y verlos iluminaba mis días.
Revolví el cabello de ambos de manera juguetona. La relación con ellos había mejorado, o mejor dicho surgido, desde que Lenna llegó a nuestras vidas.
El llanto de Sophia sonó por toda la casa provocando que Rebeca lanzara un grito frustrado.
—¡Nunca se calla! — tomó su abrigo y salió dando un portazo.
—Esa es nuestra señal— los gemelos asintieron y cada uno tomó su posición habitual.
Una hora después Sophia no dejaba de llorar, y debo admitir que nosotros tres hacíamos un gran esfuerzo por no llorar con ella.
Ángel Ivashkov vencido por una bebé.
El timbre sonó y los niños corrieron gustosos de alejarse del escándalo que hacía su hermana.
—¡Lenna! — escuché a los niños gritar— ¡Adrián!— mi corazón se comprimió al escuchar la emoción con la que le recibían también.
Hice un movimiento brusco y Sophia reaccionó llorando más fuerte.
Escuché los pasos de todos subiendo las escaleras. Los niños no dejaban de hablar al mismo tiempo tratando de acaparar por completo la atención de Lenna. Increíblemente ella respondía correctamente las preguntas de ambos.
La puerta de la habitación de Sophia se abrió dando paso a los cuatro. Mis ojos se dirigieron a las manos de Lenna y Adrián, firmemente entrelazadas.
—Ángel— Adrián asintió saludando.
Podía ver que aquella manera de verme como un enemigo había desaparecido por completo, y no era para menos, bastaba con ver la manera en la que ella lo miraba para saber que todo había cambiado.
—¿Puedo?— los ojos verdes de Lenna se posaron emocionados en Sophia.
Asentí y Adrián soltó su mano.
—No le gustan los desconocidos— ella asintió tomando a mi hija en brazos.
—Hola, bebé— su mano acarició la mejilla de Sophia, quien apreció la caricia y como por arte de magia dejó de llorar.
Comenzó a balancearse lentamente de un lado a otro mientras cantaba algo suave (pocas veces la había escuchado cantar y me preguntaba porque no lo hacía todo el tiempo), algo que seguramente no era una canción de cuna pero mi hija adoraba.
La imagen de Lenna con mi bebé en brazos, y llevando el suyo en el vientre, me ablandó. Todo el tiempo ella parecía ajena a la magia que la rodeaba, a lo que provocaba en los demás, era imposible no amarla y ciertamente, yo lo hacía, la amaba con el alma.
Si había una pequeña oportunidad debía aprovecharla; tenía que luchar por ella.
No la iba a perder sin haber puesto todo de mi parte para tenerla de vuelta.
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Ecos de amor (#2 PeR)
ChickLitHistoria ganadora de Wattys 2016 en la categoría Lecturas Voraces La vida ha cambiado para Lenna, la vida de casada resulta ser más difícil de lo que creyó; aun así todo parece ir bien hasta que decide volver a la escuela de leyes en donde se encue...