Lenna
Mis brazos y piernas hormigueaban, además mi cabeza daba la sensación de estar a punto de estallar. Había perdido la noción del tiempo y eso me tenía frustrada, casi tanto como tener las manos atadas y estar prácticamente a disposición de Vladimir en cuanto él lo deseara.
Lo único que me alegraba de toda esta situación era el hecho de haberle provocado el suficiente daño como para que necesitara un médico y no verle la cara por un tiempo.
Suspiré frustrada viendo como la luz del sol se colaba entre la diminuta ventana haciendo visibles motas de polvo. Era en este momento cuando comenzaba a valorar de verdad la vida y por más que intentaba mantener mis pensamientos en idear una manera de salir de aquí, mi mente no cooperaba y se perdía vagando en los recuerdos que tenía de mi hija, mi marido, mis niños e incluso de Ángel.
Sabía que esto no iba a ser fácil desde el principio, pero nunca me imaginé el montón de sorpresas que me esperaban al llegar donde Vladimir. No es como si, en un principio, hubiera creído que podría matarlo a la primera pero en definitiva no esperaba sentirme tan... traicionada como lo hice.
Claude entró la pequeña habitación en la que me tenían encerrada, siempre que entraba trataba de mantener sus ojos lejos de mí.
—¿Qué tal tu día cuñada? — noté sus hombros tensarse— ¿Sabes si mi bebé está bien? —me ignoró como siempre lo hacía cada vez que entraba— ¿Y Adrián? —sus movimientos se volvieron torpes.
—No has tocado la comida.
—Lo lamento, es como si tuviera las manos atadas. —por un instante su mirada se llenó de terror— No voy a comer ¿de acuerdo?
—El cabello rubio también te queda bien— sus ojos seguían esquivándome y por momentos creía que terminaría quebrándose antes que yo.
—Es una suerte que hayas sido delicada con mi cabello, porque ya tengo suficiente con ser un costal de huesos y preocuparme por seguir viva.
Recordar la mirada de satisfacción cuando comenzó a teñir mi cabello no hacía nada positivo con mis sentimientos. No podía evitar querer arrancarle los ojos casi con la misma intensidad con la que deseaba que Adrián nunca supiera lo que su hermana estaba haciendo; yo nunca tuve un hermano, y ahora no estaba segura sobre sentirme o no afortunada, pero que alguien de tu sangre haga algo así debe sentirse como si te amputaran un brazo... o te arrancaran el corazón.
No la entendía, no podía siquiera imaginar sus motivos, nada era motivo suficiente.
—Nunca imaginé que Vladimir fuese un mejor amigo que yo— su cuerpo se tensó, dándole un aire casi cómico a su cuerpo de bailarina— Tranquila, no es como si pudiera hacerte daño, sólo quiero comprender.
—Tienes una lengua muy venenosa, Lenna — su mirada viajó un segundo a mí. Era la primera vez que lo hacía en un largo tiempo y no me gustó la manera en que me vio— ¿Qué es lo que te cuesta comprender?
—¿Por qué me ves así? —instintivamente me encogí. Ella nunca había visto a nadie de la manera en la que me veía a mí.
—Tú lo engañabas— cerré los ojos y negué. Casi quería reír.
—No fue así, Claude— sus puños se cerraron.
—Tú... Tú esa bebé pudo no haber sido de mi hermano— las lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas— preferías acostarte con tu profesor que salir con mi hermano. Estabas jugando con él, gracias al cielo el tío Vlad— el apodo me recordó a Drácula y no quise contenerme más— me hizo verte como la zorra que eres de verdad.
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Ecos de amor (#2 PeR)
ChickLitHistoria ganadora de Wattys 2016 en la categoría Lecturas Voraces La vida ha cambiado para Lenna, la vida de casada resulta ser más difícil de lo que creyó; aun así todo parece ir bien hasta que decide volver a la escuela de leyes en donde se encue...