17. Fácil

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Lenna

Papá cargaba con cuidado y adoración a mi hija. Era algo nuevo y maravilloso verlo en el papel de abuelo.

—Te queda bien eso de ser abuelo, papá.

—Mis dos palabras favoritas en una sola oración— sonreí.

Papá se veía agotado, las canas comenzaban a ganar cada vez más terreno en su cabeza y aun así estaba aquí regalándonos su mejor sonrisa.

—¿Qué hubo entre Ángel y tú? —sus perspicaces ojos se apartaron de mi hija para clavarse en mí.

Volví a sentirme como una niña aunque su voz carecía de reproche.

—Todo y nada a la vez— asintió con la cabeza.

—De haber sabido que te interesarías por alguien de mi edad no te hubiera dejado ir a la universidad. —dijo en medio de una sonrisa— Pero él solía ser un gran tipo, no creo que eso haya cambiado.

—¿Qué hubieras hecho sí, al último momento, hubiese decidido correr y no casarme?

—Te hubiera dado las llaves de mi auto— acarició la mejilla regordeta de mi bebé—. Siempre he creído que tienes la idea que evitar el sufrimiento de todos los que te amamos te hará más feliz.

»Pocas veces te he visto hacer algo porque lo deseas de verdad. —aquella mueca de tristeza apareció— Y me encanta el brillo de tus ojos cuando haces algo que te gusta.

—Terminó el horario de visitas— la enfermera que había atendido el parto le dio una mirada coqueta a papá, este hizo una mueca de terror provocando mi risa.

Tan pronto reí supe que era la peor idea que podía tener por el momento.

Con cuidado papá me entregó a mi pequeña y se despidió plantando un beso en mi frente.

—Te amo, princesa.

—También te amo papá.

El sueño poco a poco fue ganando terreno y me dejé arrastrar abrazando a mi hija con ternura.

Abrí los ojos sintiéndome observada. Me removí incómoda en la horrible cama del hospital, no podía esperar para ir a casa.

—Hasta que despiertas.— la voz ronca de Vladimir me despertó por completo— Me has hecho esperar un largo tiempo.

Saber que estaba tan cerca de mi hija me puso alerta. Abracé a mi pequeña con fuerza y giré lentamente para encontrarme con los ojos oscuros de Vladimir puestos en mí.

—¿Cómo entraste?

—Parece que al hospital le importa poco la seguridad de sus pacientes. No es tan difícil como parece.

Él estaba sentado en el sofá con las piernas cruzadas y totalmente tranquilo. No pude evitar compararlo con una gárgola. Esas cosas me aterraban casi tanto como él.

La única luz que llenaba la habitación era la de la luna. Mi pulso se aceleró como nunca y el monitor se volvió loco.

—¿Es amor o miedo? Espero ambas —parecía satisfecho con mi reacción.

La bebé sintió el terror que me embargaba y comenzó a llorar.

—¡Cállala! —su tono de voz me asustó como nada más lo hacía.

—Tranquila mi amor— hablé despacio—. Todo está bien Mami está aquí.

Poco a poco su llanto fue deteniéndose hasta desaparecer. Tomé una cobija delgada y la coloqué sobre mi hombro y mi hija.

Tal vez si la amamantaba ahora la mantendría en silencio el tiempo suficiente como para que ese animal no se acercara.

Hice una mueca de dolor cuando la bebé mordió mi pezón.

—No entiendo porque el pudor— Vladimir se acomodó en el sofá —te he visto totalmente desnuda más veces de las que se puede contar.

Le di una mirada cargada de odio. No podía gritar teniéndole tan cerca de nosotras, así que debía ser cuidadosa con mis palabras.

—Pero no me veas así —sus palabras salieron con diversión —¿qué no te acuerdas como hicimos a nuestro hi...

—¡Cierra la maldita boca!

—Me gusta tu carácter, Lenny. Ya no eres una niña tonta.

—¡No me digas así, maldita sea!— luchaba por mantener el terror lejos de mi voz— ¿Por qué simplemente no me matas?

—He perdido mucho tiempo esperando por ti. A pesar de lo zorra que resultaste cuando vivimos juntos— sentí mis ojos llenarse de lágrimas—, porque mira que acostarte con tantos en nuestra propia casa, sobretodo estando embarazada...

—¡Déjame en paz, por favor! —las lágrimas corrieron libremente por mis mejillas— No te hice nada para que me hagas esto.

—Hablaste, dejaste que me encerraran. — su voz no se elevó ni un poco— Pudiste defenderme, pudiste quedarte a mi lado con nuestro hijo...

—¡Tú lo mataste! —se levantó y comenzó a caminar por la habitación como si nada.

—Da igual, eso ya es pasado. —la sangre me hirvió— Vendrás conmigo, el tiempo que te di se agotó.

—Si me tocas juro que te mato— no podía evitar que mi cuerpo temblara.

—-Claro, Lenny —abrochó el botón de su saco—. Sólo recuérdame ¿qué edad tenías cuando te revolcabas con Ivashkov? Porque no quiero decirte lo que le hacen a los pedófilos en prisión y esos niños, los hijos de mi estimado amigo, se quedarían solos por tu culpa sin importar lo buen abogado que sea nadie pasará por alto su desliz.

Me quedé muda. Esta vez no podía decir nada, Vladimir me tenía acorralada.

—Tienes un mes —se acercó a mí— y cuando llegue el momento no quiero que te veas tan... —me señaló— Quiero que parezcas lo que un caballero como yo merece— besó mi mejilla y salió.

Comencé a llorar como nunca lo había hecho. Mi bebé se había quedado dormida y afortunadamente mis sollozos no la despertaron.

Sentía como el mundo caía a mis pies. Sentía la pérdida de todo lo que amaba.

Odiaba a Vladimir y no podía dejar que ganara como si nada.

Debía detenerlo aunque la vida se me fuera en ello.

—Mami no dejará que te pase nada— besé a mi hija y dejé que los recuerdos me inundaran para recordarme porque un ser como Vladimir no podía seguir por allí como si nada.

Tenía que tomar fuerzas de donde no las tenía para proteger a los que amaba.

Ya no era la niña tonta de la que había hecho su juguete; llegaba el momento de demostrarle de lo que estaba hecha.

Nadie iba a estar a salvo hasta que él dejara de respirar y eso no iba a ser fácil.

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora