Capitulo 1

330 12 8
                                    


*Paulina


El pueblo esta alborotado, el destituido sacerdote se ha ido, muchos feligreses he de estar llorando, otro han de alegrarse, ¿pero en mi? Todo me da igual, mi educación es estricta, cada tarde he de visitar la iglesia y recibir el cuerpo de cristo. Roma la bella ciudad para los católicos, para mí, es mi mundo.

El coche en que los sacerdotes de alto nivel llegan a sus nuevas parroquias entra a la ciudad, muchos gritan, otros tiran festines. ¿Yo? En medio de la multitud asomándome para conocer al nuevo sacerdote del pueblo romano.

- Hija, en cuanto el padre se instale iremos a darle la bienvenida personalmente, nosotros debemos destacarnos entre todos – dice prepotentemente mi señora madre.

Asiento, he de hacer lo mismo, siempre es lo mismo, asentir para no armar problemas con ellos. Algún día he de demostrarle que ya no soy una niña, que tengo edad para tomar mi decisión.

- ¡Ahí viene! – gritan.

- Dicen que es joven – balbucean otros.

- Dicen que viene de España – susurran atrás.

- Más le vale ser buen predicador – añade la duquesa.

El carruaje para, todos se amontonan para conocerlo, he aquí saliéndome del alboroto. Fui obligada a venir, por lo tanto no me interesa.

Empiezo a caminar, voy tirando las piedras del camino, pero escucho un quejido.

- Lo lamento – digo asustada.

- Tranquila hija mía, es mi bienvenida supongo.

Su cabello es castaño, ojos azules, su nariz es fina y su rostro es completamente joven. Quizás diez centímetros más alto que yo.

- ¿Hija? Usted no parece mayor – frunzo el ceño.

- Pero estoy acostumbrado a tratar a mis feligreses de hijos e hijas – me sonríe, tiene muy bella sonrisa.

- ¿Feligreses? No he de entenderle.

- Soy el nuevo párroco – vuelve a sonreírme, esto me pone incomoda.

Y es donde me doy cuenta de la sotana negra que porta.

- Perdone usted señor padre – bajo la mirada, estoy muy apenada.

- Descuide, no sufra – hace ruido en su risa.

Levanto una ceja mientras lo observo reír, deberé de admitir que me agrada e incómoda.

Millones de sonrisas en el mundo y la tuya es mi preferida.

El camino a regreso a mi casa, ha sido incómodo. El padre ha decidido acompañarme. En descuidos involuntarios me detengo a verlo, tiene bonitos ojos y sobre todo esa sonrisa encantadora.

- Todos lo estaban esperando ¿Por qué se vino por esta calle?

- No me gusta el alboroto, es por eso que pedí que me dejaran caminar hasta pues...donde recibí tu piedra. Mis maletas fueron quienes recibieron mi bienvenida – y ahí está nuevamente esa sonrisa.

- Ya veo y perdone, no lo había visto.

- Tal parece que sufres por eso – me toca el hombro.

La incomodidad crece, me parto un poco, siento mis mejillas arder de los nervios. Junto mis manos y estan heladas. Lo veo y está observando el horizonte.

- Aquí es, gracias – abro la puerta.

- Muy bonita casa – ve el segundo piso, justamente mi cuarto.

- Creo que sí.

- Me despido entonces, gusto conocerte jovencita – la adictiva sonrisa.

Lo poco que tengo contigo, aunque es muy poco, me hace feliz...

Entro a mi cuarto, cierro detrás de mí la puerta. Un largo suspiro saco. Salto a la cama, cierro los ojos y...

¡Dios! Esa sonrisa. He cerrado mis ojos y esa encantadora sonrisa se refleja.

- Paulina, ¿Dónde anduviste? – golpea la puerta mi madre.

- He dado un paseo madre – abro la puerta.

- El padre no apareció, informaron que se vino por estas calles, ¿casualidad no te lo encontraste?

¿Ser correcto decirle que le tire una piedra? ¿Qué su sonrisa es linda? ¿Qué me acompaño a casa? Prefiero ocultar esto.

- No madre, no lo vi – me siento en la cama, acomodando mi vestido.

- Me hubiera gustado que sí, así tenemos más influencias en la parroquia, tenemos una clase que mantener hasta en la jerarquía religiosa.

- Eso no ha de importarme – bajo la mirada sacando mis guantes – quiero descansar, por favor.

- Dormirás tu siesta de las cuatro de la tarde, pero a las seis de quiero lista, iremos a la misa de bienvenida.

- No deseo ir.

- Eso a mí no ha de importarme, te quiero lista y... – levanta una ceja – el vestido de gala – sale de golpe.

Rodeo los ojos, me quito mi sobrero y lo ubico en la mesa especial para poner los sombreros recién puestos. Me ubico en la ventana, tiene la mejor vista hacia la parroquia. Me recuesto al borde de la ventana, un largo suspiro sale, el viento mueve mi cabello.

Esa sonrisa ha quedado penetrada en mi mente, mi recuerdo.




Paulina en multimedia - espero que les vaya gustando esta historia :)



Sumisión del Pecado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora