CONFUSO DESPERTAR

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¿Cómo pude ser tan despistada?
Ahora mismo parada en la puerta del hospital central de chicago, viendo a las enfermeras atendiendo en la sala de espera, por que dentro del hospital no quedaba mas espacio. Me sentí horrorizada.
Carlisle me extendió una mascarilla que era obligatoria, no la necesitábamos, pero los demás no sabían eso. El me condujo por un conjunto de deprimentes paredes, y a cada tramo encontraba a más personas enfermas.
Abrió la puerta de una habitación dejándome ver a Edward, el cual estaba sentado junto a la cama de su padre y a su lado izquierdo ya estaba su madre.
El no me había visto y aun así me quede quieta sin hacer ningún movimiento. Fue Carlisle el que se acerco a el.
-tu madre tan bien a resultado enferma... -afirmo Carlisle, y Edward lo vio sorprendido. Al parecer estaba demasiado inmerso en sus pensamientos. El volteo lentamente y sentí que mi cuerpo vibraba al ver, lo mal que se veía.
El color rosado había desaparecido de sus mejillas, y tenia grandes ojeras. Me lleve la mano al pecho, sintiéndome morir, por verlo en esa situación. Se puso de pie.
-Edward no luces bien... ¿Ya te examinaron? -pregunto Carlisle, y Edward rio, aunque no le encontraba la gracia a nada.
-no me preocupan los exámenes... -le dijo y de nuevo volteo a mi, me sonrió. Camino dos pasos hacia mi, y entonces se detuvo, se llevo la mano al pecho y acto seguido cayo.
Carlisle y yo corrimos de inmediato a su lado, la señora Masen se había despertado y al ver mal a Edward empezó a llorar.
-¿Cómo le puede pasar esto? ¿Como nos puede pasar esto? -se preguntaba entre sollozos.
Carlisle acomodo a Edward en una sala adyacente a la de sus padres, y efectivamente y como era obvio para mí. Edward tenía influenza. Me quede a su lado a cada instante, no parpadeaba, solo cuidaba de el, y esperaba.
-deberías irte... -dijo en la mañana -quiero que te vayas... -casi ordeno, y en sus ojos vi que la idea le dolía demasiado y también estaba aquel gesto autoritario, que no había visto en el. Le acaricie el rostro, y el me vio con preocupación al darse cuenta de mis intenciones.
Lo bese, seguro el pensaba que estaba loca, pero no me preocupaba. Junte sus labios con los míos, con delicadeza y acariciando su rostro.
-definitivamente...has...has perdido la razón Isabella Cullen -soltó irritado, antes de empezar a toser.
-la verdad creo que... ahora estoy mas cuerda que nunca -me gire y vi que en sus verdes ojos se reflejaban un mar de sentimientos. Miedo, angustia, preocupación -y no temas mi amor, no te voy a dejar -le dije antes de acariciar su rostro y volver a rosar nuestros labios.
Ese día falleció el padre de Edward. La señora Masen a pesar de estar sufriendo con su propia enfermedad lloraba inconsolablemente desde su lugar y rezaba. Rezaba por el bienestar de su hijo, y casi con vehemencia la escuchaba y pedía que Dios la escuchara.
-Isabella las cosas van a seguir empeorando... ¿Cuánto mas vas a esperar? -me pregunto Carlisle, solo una semana después, y lo vi un poco extrañada.
-¿esperar que?
-es decir hasta cuando vas a esperar para convertir a Edward... -soltó y me quede completamente quieta. No lo había considerado, es decir en aquella realidad que ya no existía, había sido Carlisle el que había convertido a Edward.
-hágan lo por favor... -murmuro una voz rota, sabia que era la señora Masen. Creía que estaba dormida.
-señora Masen... siga descansando -le pidió Carlisle que en ese momento se acercaba a ella, y le pasaba su fría mano por la frente. Seguramente el contacto era refrescante.
-por favor... salven a mi hijo -nos pidió, y aquella mirada verde brillo ansiosa. -Prométanlo -pidió.
-si -dije sin dudarlo. Edward era lo que quería y lo que había esperado, era por lo que espere diecisiete años. Claro que el iba a estar bien.
-bien... -dijo Carlisle y entonces la señora Masen pareció ahogarse, elevo su pecho con lentitud y en un largo suspiro exhalado, desde lo mas profundo de su pecho, ella murió.
Carlisle y yo nos quedamos en nuestra posición. No había nada más que decir.
-crees que ella... -empezó Carlisle, pero lo interrumpí.
-no creo que lo haya sabido exactamente, pero quizás de alguna manera entendía que nosotros somos diferentes... -me voltee hacia Edward -ha llegado el momento.
Ayude a Carlisle a cubrir el cuerpo de la señora Masen, y el de Edward con mantas blancas, serian llevados a la morgue, y entre todo aquel desastre, nadie se percataría de que Edward en verdad estaba vivo.
-me encargare de dar el acta de defunción de la familia Masen... tu llévalo a casa -soltó antes de darse la vuelta y regresar por los pasillos del hospital.
Tome a Edward entre mis brazos y Salí de aquel lugar. Tuve que irme por los tejados, pero no fue algo que requiriera de exceso esfuerzo por mi parte. Apenas estuve en la casa lo coloque en la cama que se encontraba en mi habitación.
El abrió los ojos lentamente, y al verme junto a el, sonrió. Pero al mismo tiempo parecía agitado, y adolorido, sabia que lo que vendría serian horas del peor dolor del mundo, peor del que había experimentado hasta ahora, pero aun así era preferible, a que el se fuera de mi.
-todo estará bien... -le susurré y el me sonrió, me acerque a el y lo rodee en un delicado abrazo. Bese su cuello y lo sentí estremecerse y entonces clave mis dientes en la delicada piel de su garganta.
Era la primera vez que probaba sangre humana en mi vida de inmortal, y es deliciosa. Edward era cálido, podía sentir aquel líquido vital deslizarse por mi boca. El no se estremecía, ni trataba de alejarse. Parecía que solo apretaba mis brazos.
-bella... -susurro y eso, escuchar mi nombre en sus labios, me hizo soltarlo. El se dejo caer en la cama y me vio con los ojos medio abiertos. Aquella mirada verde. Y entonces volvió a cerrar los ojos.
Media hora después, el infierno se abría paso frente a sus ojos, llevándolo dentro de un abismo de profundo dolor.


*Edward*
¿Cuánto más duraría?
Este ardor, esta desagradable sensación de estar y a la vez no. Este dolor que te atormenta y quema, y hace que hierba en ardor cada pequeña parte de tu cuerpo. Deseaba llorar, deseaba gritar, deseaba pedirle al cielo que acabara con mi sufrimiento y me llevara con el.
Pero, no lo haría. Claro que no lo haría.
A pesar de estarme consumiendo vivo, jamás haría que aquel ángel se preocupara por mí. Lo podía escuchar a mi lado, susurrando mi nombre, caminando impaciente de un lado al otro de la habitación.
Y mientras mas tiempo transcurría, más decidido estaba en la decisión de permanecer junto aquel ser, que se encontraba a mi lado, mi precioso ángel.
Poco a poco fui capaz de escuchar con mayor claridad, los movimientos a mí alrededor, e incluso conversaciones lejanas. Asumía que gracias a mi situación podía concentrarme mejor, y era por eso que me parecía escuchar las conversaciones en la calle. Eso era imposible.
Pronto el agonizante dolor se fue reduciendo a dos partes de mi cuerpo, el pecho y la garganta. Podía escuchar el latir de mi corazón acelerado, en una batalla contra aquel fuego infernal. Sabía que ninguno de los dos ganaría.
Y preste atención, al momento justo en el que deje de escucharlo. No latía mi corazón se encontraba quieto. Por inercia lleve mi mano a aquel sitio y efectivamente no latía.
Entonces, ¿estaba muerto?
-Edward... -susurro el ángel. Debía estar muerto -Edward... -murmuro y parecía estar sollozando.
No, un ángel no debe llorar. Abrí los ojos con lentitud y sentada junto a mí, estaba ella. Observe mi mano izquierda y estaba sujeta a la suya.
¿Cómo pude estar tan ciego?
Yo le había dicho hermosa, preciosa, bella. Ninguno de aquellos adjetivos era adecuado para describirla. Sus grandes ojos lucían angustiados, sus castaños cabellos caían libres por sus hombros, como nunca los había visto. Su pálida piel brillaba tenuemente con la luz de la habitación y sus labios tenían aquella pequeña imperfección, que la hacia tan perfecta.
El labio superior mas relleno que el inferior, completamente fuera de balance. Y de nuevo no pude evitar dirigirme a ellos de forma automática.
Ella me recibió con cariño, deslizando sus manos por mi piel y haciéndome estremecer por su cálido contacto.
¿Cálido?, eso era extraño, siempre creí que era frio, de nuevo me lleve la mano al pecho.
¡Que bien ah despertado! -escuche. Me incline un poco a un costado para ver quien me hablaba y entonces tuve la necesidad imperiosa de parpadear.
Aquel hombre, Carlisle, el, era demasiado hermoso. Tanto como lo era mi, mi bella.
Mía. Recordé que ella era mía, y junto a eso a mi mente vinieron un conjunto de imágenes, un hospital, mis padres. Esto estaba mal.
-¿Por qué no estoy muerto? -pregunte de golpe y me sorprendí al escuchar mi propia voz. Jamás había sido tan suave, nunca había sido tan calma y firme a la vez.
Bella deslizo su mano por mi mejilla.
-todo a su tiempo mi amor... primero que todo... debes tener sed -soltó y sentí que la garganta me quemaba, asentí.
-bien... iré a buscar algo para ti, Carlisle estará en la casa por si necesitas algo... -se puso de pie, y sujete su mano con fuerza, tenia miedo de que se fuera de mi lado -volveré mi amor... -susurro, antes de besar mi frente. Acto seguido desapareció y con ella Carlisle.
Me quede quieto en la cama, pero me sentí extraño. No encontraba la comodidad en ese acto ni en la situación. Respire profundo, pero la actitud también pareció mal. Me puso de pie y lo hice con tanta velocidad, que pensé que me marearía, pero ese tampoco ocurrió.
Camine solo un poco y me encontré con un espejo de cuerpo entero. Me quede petrificado ante la imagen que me mostraba el espejo. ¿Ese era yo? No, el reflejo debía estar equivocado.
Mi cuerpo parecía más fornido, como si mis músculos se hubieran endurecido un poco. Para darme un mejor cuerpo, mi rostro parecía más pálido, era como el color de piel que tenían bella y Carlisle, y esos ojos. Eran rojos. No, no, mis ojos no eran rojos.
La confusión se apodero de mi, y negué y cerré los ojos esperando que el reflejo cambiara, pero eso no ocurrió. Fruncí el ceño a aquel hombre que me miraba de la misma manera. Y entonces el viento al entrar por la venta me distrajo.
Había una sabana en la pared, creo que la sabana estaba cubriendo algo. Me acerque con lentitud, y tome con delicadeza la punta, y sin quererlo la sabana se deslizo dejándome ver un cuadro que ocupaba casi toda la pared.
Eso era más confuso todavía.
Empecé a respirar de forma agitada, ahora en verdad quería salir de aquella pesadilla. Todo estaba mal. En aquella imagen estaba bella, parada a mi lado, tan hermosa como siempre. Carlisle y en compañía de otras personas que jamás había visto, entonces como podía estar yo en aquella imagen. Lo que mas llamo mi atención fue la niña en los brazos de Isabella.
Una pequeña criatura que sin dudas era preciosa, pero que a la vez me llenaba de una confusión indescriptible al verla.
Ella era mitad bella, mitad yo. Los cabellos ensortijado, tenia un color bronce, como el mío. La piel pálida, las mejillas rosadas, los labios rojos. Y las facciones del rostro. La nariz de bella, la forma de mi rostro, y esos ojos color chocolate, que no reconocía ni en bella, ni en mí. Pero que de alguna manera hacia que la niña se viera más hermosa.
-¡¿Carlisle?! -grite, esto era una verdadera locura, y el o bella me la iban explicarían.

Isabella CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora