ENTRE ESPINAS

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Una mañana lluviosa como muchas de las que son comunes cerca de las regiones nortes de los estados unidos. Corría el año de 1948 y yo no cabía en mi emoción. Hoy era el día lo sabia. Edward lo sabía por que ya se lo había dicho, pero para el resto era una sorpresa, de la cual no tenían ni idea.

-no podemos tardarnos mucho... -dijo Rosalie, mientras se subía el cierre de su chamarra -hoy llegan los niños -soltó con una sonrisa al pensar en su hijo.

Si, esa era otra razón para estar alegre. Hoy mi hija y Nat estarían volviendo de su visita a Londres. Yo los había enviado por dos razones.

Una sabiendo lo que llegaría, era mejor alejar a Nessie un poco, solo para no dejar a Alice del todo ciega, para que así pudieran encontrarnos. Y la segunda razón era por que creía que Nat lo necesitaba.

Recuerdo aquella vez en la que Emmett y Rosalie habían salido de compras. Necesitaban la comida suficiente para Ness y Nat, y aparte Rosalie quería comprarle ropa, ya que Renato estaba a semanas de cumplir sus quince años.

Yo venia bajando las escaleras en busca de unas partituras que Edward había dejado en el piano, pero me sorprendí al ver que Nat estaba con las piernas recogidas, completamente solo, viendo sin ver a través de la ventana.

Me acerque a el con cautela, esperando no espantarlo de ningún modo.

-tía... -murmuro, y sonreí. Nat era muy perceptivo, era capaz de escucharme a pesar de que tuviera cuidado de no hacer sonidos. Supongo que esa era su ventaja al haber crecido entre vampiros.

-no quería sorprenderte, pero sin embargo eres tu quien me sorprende -dije con una sonrisa, mientras me acomodaba en el sillón que estaba frente a el.

Se volteo cuidadosamente hacia mí, y esos ojos azules parecían tristes. La sonrisa que temblaba por aparecer en sus labios no era feliz, y me estremecí ante el pensamiento de que algo malo le ocurría.

-¿Qué ocurre? -pregunte, pero el no me contesto, muy al contrario se quedo en su posición. Solo entonces me di cuenta de que el no observaba lo que había a través de la ventana. Al contrario el estaba mirando detenidamente su reflejo, estudiando sus facciones.

-me parezco a mi madre... ¿verdad? -pregunto

-claro... eres tan guapo como Rosalie -dije con un tono alegre, esperando que eso le quitara un poco la tensión al cuerpo, pero eso no ocurrió. Al contrario observe como apretaba los labios, y parecía molesto.

-te molesto parecerte a tu madre... -solté y el se volteo a verme de golpe. Negó enérgicamente.

-no es eso... mi madre es hermosa -dijo seguro de sus palabras -solo me pregunto si ella es feliz... si... si

-Nat siento que no me quieres decir algo... ¿Qué pasa? ¿Que te han dicho? -pregunte, y el se puso de pie. Sonrió levemente hacia mí, y subió las escaleras, poco tiempo después escuche el leve golpe de la puerta de su habitación cerrándose.

Mi hija Reneesme, salía en ese momento del salón comedor. Ella hacia mucho que su cuerpo había alcanzado la madurez y la apariencia de una mujer de diecisiete años. Se quedo mirándome, segura de que estaba tan preocupada como yo.

Fue entonces que decidimos enviarlos por todo un mes a Londres. Lo que queríamos era que descansaran, que la pasaran bien, que Nat se tranquilizara. Por que hasta Rosalie se había dado cuenta de que algo malo le ocurría.

-¡vamos! -soltó Emmett que en ese momento atravesaba el umbral de la casa, parecía extasiado y divertido. Le sonreí, tome la mano de Edward y salimos de ahí.

Nos dedicamos a jugar a quien atrapaba primero a un león de montaña que estaba bastante cerca, más o menos al sur del bosque de Hoaquiam. Edward y Emmett se adelantaron disfrutando de la competencia, pero entonces ambos se detuvieron en medio de su diversión.

Isabella CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora