Capítulo 2: En teoría sóla

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Escuché un crugido en el bosque. Eran las pisadas de alguien. Una persona se acercaba al lugar en el que me encontraba. Giré mi cabeza y vi a un chico moreno de ojos color avellana. No miraba en mi dirección, si no a la nada. Se quedó así durante unos minutos; yo tumbada en la hierba y él completamente inmóvil. Cuando por fin se dio cuenta de mi presencia, al principio se asustó, ya que pensaría que estaba sólo. Después se tranquilizó y me miró. Me estudió el rostro unos segundos, en los cuales yo me ruboricé, y luego apartó la mirada algo avergonzado. Volvió a mirar el bosque y yo me senté. Aún no me quería ir casa. 

—Siento haberte molestado. No sabía que había chicas que se dedicaban a dormir en los campos.—Dijo sentándose enfrente mía.

—Tranquilo, me habría despertado. Solo estaba pensando.—Y al decir eso, me sentí algo estúpida.

—Todos estamos pensando en todo momento.—No creo que tenga mis problemas— ¿Puedo quedarme un rato contigo? No me apetece mucho volver a casa y siempre me ha gustado la compañía.—Al ver mi cara, añadió— Si quieres me voy...

—No— le digo apresudaramente. Prefería cualquiera distracción que enfrentarme a mi padre-Quédate, no me estorbas.

—¿Quieres hablar de algo?—me pregunta.

—Lo que sea para distraerme, no he tenido muy buen día que digamos.

—Bueno, pues en ese caso... ¿Te gustan las nubes? —Vale, no me imaginaba que me fuese a preguntar eso.

—Claro. Las blancas son mis favoritas —dije algo sarcástica, pero él no se enfadó. Se limitó a sonreír pícaramente y a tumbarse en la hierba como yo estaba antes.

—Estarás más cómoda si te tumbas para poder ver mejor las nubes.—Le hago caso y me tumbo a su lado.

—¿Qué se supone que tenemos que hacer? —le pregunto.

—Perdón. El juego consiste en mirar las nubes y buscarle sentido. Su forma, su papel y crear una historia. Por ejemplo, ¿ves esa nube del fondo? —me dice señalando una— yo veo en ella a un conejo. Se llamaba Felipe, vivía muy feliz en su madriguera hasta el día en el que llovió tanto que se deshizo su cabaña.

—¿Por qué termina mal? —le pregunté mirándolo. Me parecía horrible que todo empezase tan bien, y luego por unas gotas de agua todo su mundo se hiciese pedazos. Me recordaba demasiado a la realidad.

—No termina mal. Aprende una lección. Felipe debería haber hecho mejor su casa y así no se hubiese destruído.

Era otro punto diferente de ver las cosas. Por eso no le hice más preguntas.

—Te toca.

—A ver... esa nube es un árbol que había plantado un niño. Según el niño crecía con el tiempo, el árbol también lo hacía. Pero llegó una edad en la que ambos se quedaron parados. Luego el niño envejeció, pero el árbol seguía igual. Sus nietos siguieron cuidando al árbol con el paso del tiempo. —Le volví a mirar y pude ver una sonrisa asomar de sus labios.

Tras ese juego, empezaron las preguntas.

—¿Cómo te llamas?

—Elizabeth. —Contesté rápidamente.

—¿Eres la hija de Guillermo? —Dijo poniéndose de lado.

—Sí, ¿por qué?

—Bueno mi padre es Luke... su ligado.

—Entonces... ¿tú eres James? —fruncí las cejas.

—Supongo, ¿o quieres llamarme de otra forma?

—James está bien. Tú vives en la casa de enfrente, ¿cómo es que nunca nos hemos visto?

—Bueno, mi padre nunca quería que fuese a una de tus cenas, y tampoco me dejaba salir mucho a fuera. No es que sea malo, pero es muy protector.

—¿Y cómo es que estás ahora aquí conmigo en el bosque?

—Se supone que estoy sólo, en teoría, claro.—Me sonrió y me guiñó un ojo—. Mi padre no se fía de cualquiera compañía, por esa razón recibo las clases en casa y no voy al instituto.

Al igual que yo. Parecía todo una coincidencia. Vivíamos enfrente y teníamos casi la misma vida, pero nunca nos habíamos visto.

—Está anocheciendo. Creo que deberíamos irnos a casa.—Me dijo levantándose. No me había dado cuenta de lo tarde que era.

—Claro, seguro que mi padre está preocupado porque aún no haya llegado. —Me tendió la mano, que yo cogí.

Cuando nos levantamos fuimos por el camino en dirección a nuestras casas. Antes de salir del bosque me paró y me preguntó:

—¿Mañana quedamos en el mismo lugar que hoy?

—Claro. Aunque será mejor que volvamos solos a nuestras casas para no levantar sospechas. Si quieres iré primero. —Le dije. No quería que le riñesen por mi culpa.

—Tranquila, puede que se alegre de que haya hecho una amiga.

—¿Amiga? —Nunca había pensado detenidamente en esa palabra. Formaba más parte de los libros que leía, que de mi vida.

—¿Tienes algún problema con esa palabra? —preguntó arqueando una ceja.

—Claro que no. Amigos entonces. Pero sigo pensando, ¿por qué no te dejan venir a cenar a mi casa?

—Quizá yo no insistiese demasiado. Además, mi madre tampoco iba. La próxima vez intentaré ir.

Fuimos juntos a nuestras casas. Quizá James sea el que ocupe ahora el lugar de Lía.

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