Capítulo 6: Mirando la ciudad

98 10 8
                                    

Al salir, decidimos dar un paseo por la ciudad. Si mi padre quería hablar con nosotros tenía mi número.

—¿Derecha o izquierda? —me preguntó pillándome desprevenida.

—¿Derecha?

—Tú verás. Como vayamos por mal camino será culpa tuya —farfulló.

Empezamos a caminar. Íbamos por una calle muy bonita. Las baldosas eran transparentes y por eso se podía ver debajo la vegetación y la tierra. A los lados, había edificios altísimos de colores y de diversos materiales brillantes. Caían enredaderas de cada terraza que salpicaban a los edificios. La gente no reparaba mucho en nosotros. Todos iban con prisas y caminaban rápidamente.

Se notaba mucho quien tenía un ligado o no, ya que vestían igual, del mismo color o combinado. Me acordé de que una vez les había preguntado sobre ello a Luke y a mi padre. Su respuesta había sido que uno se viste según su estado de ánimo, y como tienen empatía... no les reproché más sobre ello.

Las pocas cosas que sabía de los ligados era que no se debían separar mucho entre sí, ya que cabía la posibilidad de que se cortase la conexión. Cuando uno de ellos moría, él otro lo sabía. Sentía su pérdida en una parte de él. Ya que cada uno formaba parte de otro. Me contaron que era bastante doloroso, pero que ese sufrimiento se terminaba yendo.

—¿Liz? ¿Me oyes? —La voz de James me hizo volver a la realidad

—Sí, perdón. Estaba pensando... ¿Me has llamado Liz?

—Me pareció largo tu nombre así que hice un juego de palabras y bueno me quedó Liz. E-liz-abeth —se sonrojó un poco mirándose las manos. Me di cuenta de que te podía contar cualquier tontería en un momento, o responderte con un comentario sarcástico, pero había ocasiones en las que era inseguro.

—Me gusta —en realidad me encantaba la forma en la que decía mi nombre. Liz.

—Aunque te iba a llamar así aunque no te gustase. No me he roto la cabeza con tu nombre para nada —y ahí estaba el James que conocía.

—Mmm...James...

—No le busques ninguno a ese —me advirtió poniendo los ojos en blanco.

—¿No tienes un segundo nombre?

—Vale. En realidad tengo uno... Mis padres no se aclaraban con el nombre. Él quería James y mi madre...Willian. Y bueno, ya ves quién ganó. Pero de segundo nombre me dejaron Willian. James Willian. Ya sé que queda raro —sonrió.

—Will me gusta.

—Llámame cómo quieras, Liz.

—Ya lo iba a hacer. Will —recargué su nombre al igual que él.

De repente, la voz de mi vecino sonó asombrada.

—¡Mira! —su mano señala el cielo justo a mis espaldas.

Me giro rápidamente y veo una nave transparente. Se ve todo lo que hay en su interior.

—Es la nave que ideó mi padre —exclama orgulloso. Me había contando que su padre ideaba nuevos transportes.

—¿Son oficinas?

—Ya no queda espacio aquí abajo, por están ideando una especie de naves que se mantienen en el aire sin motor. Aunque estas también lo llevan cuando quieren moverlas.

—Es tan...cristalina.

—Sí —luego empezó a dar a entender cuánto sabía del negocio de su padre—. Es de un material transparente muy flexible y denso. Lo malo es que no se puede unir a un material de color ni pintar. Lo deja todo...al descubierto. No puedes esconder la verdad.

Pero, en ese momento, sonó una voz en la ciudad, interrumpiéndolo. La misma que había sonado al principio de la película en el cine. La de la mujer de pelo plateado.

Volvía a recitar el mismo mensaje que antes. Razón por la que volví a pensar en Lía. ¿Dónde estaría? ¿Se habría ido porque no quería someterse a la ligación? No lo sabía. Lo único que quería en este momento es que estuviese bien. A salvo de todo. Porque si la encontraban... no le traería nada bueno.

Cuando terminó seguimos caminando por las calles hasta que me fijé en una tienda de la esquina. Tenía un escaparate atestado de cosas que nunca había visto por nuestro pueblo. Decidí entrar.

Cogí una libreta de rayas con una portada llena de sellos de ciudades en las que nunca había estado.

—¿Te gusta? —La voz de Will sonó a mis espaldas sobresaltándome. Asentí.

—Pues cómprala.

Pero por más que buscaba en el bolsillo, la cartera no aparecía. ¿Como podía ser tan tonta para perder una cartera? Adiós a mis pequeños ahorros. ¿Qué le iba a decir a mi padre?

—La he perdido.

—Ahora la buscamos. Te la pago yo.

—No hace falta, de verdad —pero ya había sacado su cartera y ya la había pagado en cuestión de seundos. Increíble.

—Cuando encuentre la cartera te devuelvo el dinero.

—Considéralo un regalo.

—¿Y de qué celebración, si puede saber?

—No se deberían necesitar celebraciones para poder regalarte algo. Un regalo por... —Dudó un rato—. Por ser mi amiga.

—Parece como si fuese un premio.

—En realidad no lo has dejado de ser para mí en ningún momento. El problema es que no sé cómo te he ganado.

Y el color volvió a subir incontrolablemente a mis mejillas. Aparté la mirada.

—¿No íbamos a buscar la cartera? —Me pregunta después de sonreír al verme.



LigadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora