Capítulo 3: Coge un paraguas

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Las cuatro en punto. Salí de casa, pero antes me miré en el espejo. No me parecía en nada a mi hermana. Yo con mi pelo ondulado moreno y ella rubia. Hacía que no pareciese que érmaos hermanas, salvo por los ojos.

Al salir, fui andando hasta la casa de Luke. Él siempre se había portado bien conmigo y no me podía creer cómo era tan protector con su hijo. Toqué en la puerta y me abrió él mismo. Llevaba su cabello un poco despeinado con una sudadera y unos vaqueros. Aún así lucía una sonrisa. Cogió un paraguas y salió de casa:

—¿Un paraguas? —Le pregunté.

—Nunca se sabe. Con este tiempo es imposible saber lo que va a suceder.

—Vale, señor meteorólogo. —Respondí, lo que hizo que sufriese un pequeño codazo por su parte.

Al llegar al prado, nos sentamos como en el día anterior. Cogió un manojo de hierbas y lo arrancó.

—¿Qué haces con la hierba?

—¿Esto? —Me dijo arrancando otro manojo—es una manía mía. Cojo un trozo de hierba y empiezo a hacer nudos con ella.

—Nunca había visto eso. Bueno, es que la verdad no tengo muchos amigos...

—Yo tampoco. Esto de vivir encerrado en casa aislado del mundo tiene sus inconvenientes.

—Ya lo creo que sí. Yo siempre me he apoyado en mi hermana. —Se me hizo un nudo en la garganta al mencionarla.

— ¿Cómo se llama?

—Lía. —Intenté decir lo mejor que pude su nombre. Él lo notó y cambió de tema.

—¿Qué día hay una cena? —¿Se estaba autoinvitando?

—¿A qué te refieres?

—A ver si con esta pregunta te enteras algo —alzó las cejas— ¿qué día puedo ir a cenar?—me sonrojé. Sí que tenía ganas de venir.

—No lo sé. Intentaré hablar con mi padre. ¿Quieres alguna comida en especial? Aunque... ¿No tendrías que hablarlo primero con Luke?

—Supongo que accederá. Puedo ser muy persuasivo —sonrió maléficamente.

—¿Rabietas y lloriqueos? —me reí.

—Ahí le has dado. Una pregunta, no me respondas si no quieres. —Me dice mirando a otro lado para luego clavar sus ojos en los míos.— ¿Has pasado la ligación?

—No, pero un día de estes seguro que veré la proyección.

—¿Y esa persona será tu futuro marido o amiga que vivirá en la casa de enfrente?

—No lo sé. El amor no va unido así que no tiene por qué ser así. ¿A qué ha venido esa pregunta?

—¿Cuántos años tienes? —Odio que me respondan con otra pregunta.

—Quince. ¿Tú cuántos tienes?

—También quince. ¿Cuántos me echabas?

—Pues no sé... quizá dieciséis o diecisiete.

—¿Tan mayor parezco? —Preguntó poniendo los ojos en blanco. Tenía entendido que a la mayoría de los chicos de estas edades les gustaba aparentar tener más edad de la que tenían.

—No. —Su pelo revuelto le daba un toque juvenil que no se podía comparar con ninguno de dieciocho años.

—Mejor, me gusta la edad que tengo. No soy de los que se apuran con el tiempo.

Nos quedamos hablando hasta las seis y media, junto a él el tiempo pasaba volando.

—¿Tienes hambre? —Me preguntó.

—Un poco, pero puedo esperar. —No me hizo caso y se levantó—. Puedes venir a mi casa. Mi padre estará trabajando hasta tarde.

—Perfecto, vamos. Como te fueses a desnutrir por mi culpa, no me lo perdonaría.

Fuimos caminando hasta que me calló una gota de agua en la cabeza. Miré al cielo y muchas más impactaron en mi cara. El señor meteorólogo no había hecho mal en traer un paraguas. Ya que parecía que iba a más. Abrió su paraguas, pero no me tapó.

—¿Qué haces? ¿No me tapas? —Cada vez llovía más.

—No me lo has pedido —me respondió con su brillante sonrisa. Se lo estaba pasando pipa. Yo mojándome, y él con su paraguas.

—Por favor, el gran James, ¿me podrías tapar?

—Si me lo pides así...—En ese momento me acercó a él, pero yo le cogí el paraguas y empecé a correr para que no me alcanzase.

—Cuando te atrape... —Me chilló mientras me perseguía. Él corría más rápido, por esa razón me alcanzó en nada, pero en ese momento, ya estábamos en mi porche. Ambos mojados, aunque no demasiado. No hay mucho trayecto del bosque a  mi casa. Nos reímos un rato y él me revolvió el pelo. Abrí la puerta y entramos. Dirigiéndome en primer lugar a la cocina.

—Si quieres, siéntate en el salón mientras meriendo algo.

—Estoy bien aquí. Así reviso que no te cortes un dedo ni nada por el estilo.

Empiezo a hacerme un bocadillo y a cortarme un poco de fruta. Me siento algo intimidada. Odio que me mire la gente fijamente en silencio. 

—¿Quieres algo? —Se me había olvidado preguntar. Los modales no son lo mío cuando tengo hambre.

—No, gracias. Estoy bien.

Al acabar de merendar me dirigí al salón mientras él me siguió.

Me senté en el sofá y él hizo lo mismo.

—¿Qué quieres hacer?

—¿Tienes unas cartas?

Subí arriba y las cojí. Era uno de los únicos juegos que teníamos mi hermana  y yo. No es que nos gustasen mucho. Lo que más había en nuestro cuarto, eran libros que guardábamos en unas estantería que ocupaban toda una habitación.

—Vale, antes de empezar a jugar, vamos a hacer una apuesta. Si yo gano me invitarás a cenar en cuanto se presente oportunidad.

—¿Y si gano yo?

No te volveré a preguntar.

Estuvimos jugando bastante tiempo. Él hacía alguna que otra trampa, pero me lo pasaba bien. Era algo nuevo para mí. Él hacía que no pensase tanto en Lía.

Pero, de repente, escuché abrirse la puerta. Me había olvidado de mi padre. Ambos nos levantamos rápidamente del sofá.







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