Capítulo 7: El billete

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Al salir de la tienda recorrimos nuestras pisadas. Ambos mirando al suelo. Anduvimos así cerca de un cuarto de hora cuando vi a un señor inclinado en la acera. Se había agachado para coger una pequeña cartera. ¡La mía!

—¡Will! Ese hombre tiene lo que buscamos

Me cogió la mano y tiró de mí hacia la carretera. Ningún vehículo se nos cruzó. Corría tan rápido y ágil como si hiciese esto todos los días. Cuando llegamos a la otra acera, ningún pelo se le había movido. Sin embargo, yo no había tenido la misma suerte. Parecía un espantapájaros. Intenté arreglarlo rápidamente.

—Déjame que te ayude —cogió un mechón suelto que se me había escapado y lo colocó detrás de mi oreja—. Perfecta.

El señor estaba enfrente nuestra, ambos corrimos en su dirección.  Éste se asustó un poco, porque intentó retroceder, pero se resbaló y Will lo cogió antes de que se cayera.

—Perdone, mi amiga ha perdido su monedero y creemos que es el que tiene ahora mismo en la mano —le dijo con mucha educación.

—¿Este? Lo siento, lo vi en el suelo y lo recogí para dárselo a los guardias —me lo dio y en ese momento un atisbo de asombro cruzó sus ojos—. He visto esos ojos antes.

—¿Qué? —fue todo lo que le pude responder.

—Hubo una muchacha que vi días atrás. Tenía los mismos ojos que tú —Lía. Desde pequeñas nos decían que teníamos los mismos ojos. Era más o menos en lo único que nos parecíamos según mi punto de vista.

—Creo que es mi hermana. ¿Dónde la viste?

—¿Tenéis prisa? —Nos preguntó a ambos—. Es mejor que os cuente toda la historia desde el principio —se fue a sentar en el banco y yo hice lo mismo. Will también lo hizo, pero algo confuso.

—Veréis. Hace dos días estaba en el bar "Enredos". Queda muy cerca de aquí, se podría ir perfectamente andando. Ese día, se abrió la puerta y apareció una chica rubia de más o menos diecisiete años. Entró en el bar y se sentó en la barra. Justo al lado de donde yo me encontraba. Pidió un refresco y un bocadillo. Parecía que llevaba días sin comer, por como lo devoraba. A la hora de pagar buscó en uno de sus bolsillos, pero no encontró nada. No tenía dinero y ya había comido lo que le habían servido. El señor del bar estaba con un humor de perros, por lo que no tuvo mucho paciencia y la amenazó con llamar a la policía. Yo tenía alguna moneda suelta, por lo que no me importó pagarle la cuenta. Se notaba que estaba mucho más necesitada que yo.

—Lía... —Musité.

—Ella aceptó el dinero de mala gana, pero me prometió que me lo devolvería. Al mirarme vi que tenía unos ojos muy bonitos. Iguales a los tuyos —prosiguió—. Le pregunté a dónde iba. Me entraba la curiosidad. Es un poco raro que fuese por ahí sin dinero ni nada. Me contó que no me lo podía decir, pero que se iba a un lugar muy cerca, pero lejos. Que dejaba su hogar por una gran razón. Que dejaba a seres muy queridos atrás. Luego me dio las gracias y se fue. Al salir vi que se le quedó un billete de tren en la mesa. Seguramente estaba en su bolsillo y al buscar la cartera le cayó. Salí corriendo del bar para dárselo, pero ya era demasiado tarde. Había desaparecido.

Así que Lía estaba vagando sola. Por ahí, sin dinero. No me quería quedar de brazos cruzados, pero no sabía dónde buscarla. El anciano aún me seguía mirando cuando le pregunté:

—¿Me podría dar el billete que se dejó?

Él miró en su bolsillo y me dio un billete arrugado.

En él aparecía la dirección. Travelson. Era una ciudad un poco alejada de aquí. Según el billete, era para viajar pasado mañana a las siete de la mañana.

—Muchas gracias...

—West.

—Gracias, West. Yo soy Elizabeth y mi amigo es Will. Si hay algún favor que le pueda hacer, pídamelo. Estoy en deuda con usted —cogí mi cartera y le di unas monedas—. Por la bebida y el bocadillo de mi hermana.

Me fui y Will me siguió.

—¿Me podrías explicar qué está sucediendo? —suspiré.

—Yo tenía una hermana. Se llamaba Lía. Es dos años mayor que yo. Es rubia y bastante  alta. Ella... se fue de casa hace unos días. Mi padre piensa que está en casa de mis abuelos, pero no es así. Dijo que cuidase de mi padre y que no fuese a buscarla. Pero presiento que corre peligro —lo dije todo de corrido, para no intentar retroceder.

—Mi hermana está en la universidad, aunque no hablo con ella desde hace años.

—Creo que este billete me puede llevar a donde está. Necesito ir a buscarla. Quiero saber a dónde ha ido. Estoy segura de que algo va mal. Por eso quiero que le digas a mi padre que me he ido a donde está Lía y que intentaré traerla de vuelta. Intenta que se lo tome bien, creo que le caes bien. Me voy pasado mañana, cogeré el tren.

—Pero no puedes irte...¿Y si no vuelves? No puedes ir por el mundo sola.

—Pero tampoco puedo dejar sola a Lía.

—Pues iré contigo —afirmó.

—No te puedo poner en peligro por mi culpa.

—No lo harás. Ha sido decisión mía. No me harás cambiar de opinión —siempre tan tozudo.

—Supongo que no. Pero, ¿qué le vas a decir a tus padres?

—Ya lo pensaré.

—¡Qué insensato!

—No soy yo el único que se va a ir de casa.






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