Capítulo 17: Scott

57 7 0
                                        

Jane

Nada más despedirme de la pareja de hermanos, acompañé a Elizabeth a su habitación. Esta chica le gustaba al hermano de Kate, y presentía que le iba a hacer sufrir. Una de las razones era que se notaba demasiado que él haría lo que fuese por Elizabeth, pero dudaba que ella le correspondiese.

<<< >>>

—Jane, mírame. Te quiero —me lo repetía muy a menudo. Pero no como un chico se lo dice a su novia, era más como un hecho entre dos hermanos. Aun así, yo lo quería demasiado como para a preocuparme sobre eso.

Nos encontrábamos en unas mesas en el comedor. Sus ojos claros centelleaban ese día.

—¿Sabes dónde está Kate? —Siempre se preocupaba por ella. Sabía el aprecio que le tenía a ella, por lo que era bastante normal que me hiciese esa pregunta.

—Creo que se ha marchado a una misión. Seguramente volverá por la noche. A la cena ya estará enfrente nuestra —le di un rápido beso, pero lo notaba tenso. Siempre que se iba, se preocupaban más de la cuenta.

«Solo es porque sabe lo importante que es para mí» me repetía una y otra vez.

<<< >>>

—Jane —la voz de Elizabeth me devolvió a la realidad.

—¿Qué decías?

—Me voy a mi cuarto, si tal a la cena nos vemos, ¿vale?

—Claro. Tengo más cosas que hacer —Elizabeth se fue por su pasillo para llegar a su habitación y yo, tomé la ruta contraria. Antes de perderla de vista, me giré un segundo para observarla. No era fea, aunque no se parecía en nada a su hermana. Ella era mucho más insegura. Quizá, ese fuese el adjetivo que el que se había fijado Will.

Caminé por el pasillo hasta que mi vista se topó con un chico que estaba sentado en las escaleras. No se le veía muy contento, ya que parecía que estaba llorando en ese rincón.  Su pelo oscuro como el carbón y alborotado le tapaba la cara, por lo que no se definía muy bien su estado. Supuse que tendría unos catorce años recién cumplidos. Sólo era un niño. No es que hubiesen muchos de aquella edad en la fortaleza, pero a veces sucedía. Solían ser huérfanos y no sabían qué hacer con sus vidas, así que eran adoptados por la fortaleza. Los más pequeños, estaban en otro edificio internos, ya que los dominantes los rechazaban. Pensaban que eran como fallos técnicos del sistema y no sabían qué hacer con ellos, así que los abandonaban a su suerte. Claro que los ciudadanos no sabían mucho de esto, eso traería problemas.

El chico levantó la cabeza al notar que lo observaba. Lo había visto en los entrenamientos, pero no me acordaba de su nombre. Nos quedamos mirándonos un rato.  Tenía los ojos vidriosos y la cara bastante colorada.

—¿Qué miras? ¿Mi desgracia? Sí, soy huérfano. Ahora lárgate —sus palabras cortantes significaban que no quería hablar con nadie. Estaba enfadado con la vida, lo que hacía que  me recordase demasiado a mí. Como era yo cuando tenía su edad. Cuando vine a esta fortaleza. Antes de conocer a Kate.

—¿Cómo murieron tus padres?

—No lo sé. La verdad es que no tengo certeza de que hayan muerto. Nunca me presentaron sus cadáveres. Solo lo dieron por hecho.

—¿Quienes?

—Ellos. Los dominantes. Cuando desaparecieron no hicieron nada salvo quedarse de brazos cruzados, así que me fui de casa. Clyde me encontró y me trajo aquí.

«¿Cómo no?» Clyde, el de buen corazón, pero que había roto el mío.

—¿Por qué lloras?

—¿Y por qué no lo iba a hacer? —el chico arqueó las cejas hacia mí expectante.

Tenía razón y lo sabía. Todos teníamos motivos para llorar, sin embargo no nos podíamos quedar atrás. Esa era una lección que había aprendido aquí. Por lo que cogí aire y dije:

—Aún te queda mucha vida por delante. No puedes tirar la toalla ahora. No puedes rendirte. Nunca. ¿Me oyes? Levántate y haz algo. Si te quedas de brazos cruzados no lograrás nada. Nada cambiará y todo seguirá igual. Por eso debes levantarte y hacer algo. No digo que vayan se torne ahora mismo. Pero quizá, en un futuro lo haga —le repetía las mismas palabras que una vez me habían dicho a mi.

—¿Cómo te llamabas?

—Jane.

—Pues Jane —repitió mi nombre con algo de furia— ahora mismo no tengo nada por lo que levantarme. Por lo que si no tienes ningún premio, ¿por qué lo ibas a intentar?

—Quizá el premio no se vea a simple vista.

—Bonitas palabras, pero son copiadas —sabía que no iba  a lograr hacerlo cambiar de opinión, pero por intentarlo no perdía nada—. ¿Quién te las dijo?

—La razón por la que ahora mismo yo esté levantada y no en el suelo, tirada y llorando  mis desgracias. A esa persona se lo debo todo.

—Pues dile a quién te ayudó que yo por ahora me quedo sentado. No tengo nada por lo que vivir ahora mismo.

—Te pareces a mí —suspiré.

—¿Tú también eres huérfana? —Dudé en responderle.

—Sí, pero tengo un hermano.

—Yo tenía una hermana. Se la llevaron. Ya está ligada.

—En ese caso, ¿por qué no te fuiste con ella?

—No podía —se rió con sarcasmo—. Ella odiaba a nuestros padres. ¿Cómo me podría quedar con una persona así? —insinuó como si fuese evidente.

—¿Y tú solución fue andar por la calle hasta que tuviste la suerte de que alguien te encontró?

—Si a eso le llamas suerte, sí.

—Deberías valorarlo. Si no te hubiesen encontrado, estarías pudriéndote ahora mismo en la calle.

—Aquí nos entrenan para matar. No soy tan inocente como piensa la gente. Sé cosas. Como que se avecina una gran guerra y aquí reclutáis a vuestro ejército. No veo donde está el parecido a un paraíso.

—Peleamos por ser libres.

—¿Encerrándonos en esta cárcel? —se burló.

De pronto, escuché unos pasos que me hicieron girarme. Ahí venía Clyde.

—Necesito que me acompañes a la oficina —seguíamos siendo compañeros de trabajo, cosa que dudaba que fuera a cambiar.

Volví mi vista para ver si Scott seguía, pero ya se había marchado. Se había desvanecido casi por arte de magia.

—¿Y por qué razón debo de acompañarte? ¿O es que no sabes volver tú solito? —El sarcasmo se apoderó de mí sin poder evitarlo.

—Jane... —sus ojos se tornaron de súplica.

—No me pidas otra vez disculpas —le corté. Llevábamos así desde hace un año, cuando me enteré de lo que había sucedido.

—Esto no tiene nada que ver entre tu y yo. Algo le ha sucedido a tu hermano —bastaron esas palabras para que echase a correr.


LigadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora