Capítulo 30: Este día está maldito.

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Capítulo 30: Este día está maldito.

Jane

Recorrí con gran velocidad el espacio que había entre mi casa y el parque, revisando con nerviosismo la hora en mi móvil que, por suerte, no se me había olvidado coger al salir de casa.

Los cinco minutos de la carrera fueron los más largos y a la vez los más cortos de mi vida. Esperaba que mi padre estuviera en lo cierto y hubiera adivinado el acertijo. Y yo, estaba impaciente por descubrir qué era lo que Elliot había estado preparando.

Cuando quedaban, apenas, dos minutos para que fuese la hora exacta, llegué al área donde se encontraban los bancos, frecuentados en mayoría por las personas mayores del barrio. En estos momentos solo había unos cuantos jóvenes, casi todos con sus portátiles.

Pero Elliot no estaba allí, aunque se me ocurrió un sitio donde podría estar. Hace unas semanas, Elliot me había mostrado un pequeño espacio, que solo contaba con una mesa de picnic y unos cuantos árboles. Aun así, el lugar era precioso. Sobre todo, cuando el sol se ponía y podíamos admirar su reflejo en el agua de un lago que estaba no muy lejos de allí.

Ese lugar era maravilloso, un paraíso natural.

La otra opción era que Elliot no estuviera en ninguna de esas zonas del parque porque no había mensaje oculto, y todo hubiese sido fruto de mi imaginación.

Aparté unos cuantos arbustos que bloqueaban mi camino y fui avanzando por el diminuto trecho que conducía hasta el lugar. Tras pasar el gran árbol, le vi. Estaba de espaldas pero sabía a ciencia cierta que era Elliot. Le había observado tantas veces que ya me sabía su cuerpo de memoria, y era capaz de enumerar las pequeñas manías que tenía.

Él debió oír mis pisadas, porque se levantó y se acercó a mí. No sabía si yo estaba nerviosa por lo que tenía que decirme, o por el objeto que acababa de ver a su lado. No quería hacerme una falsa idea antes de saber de él mismo si eso era lo que tenía planeado, pero creo que había acertado. Eso solo provocó que mi corazón se acelerara como si estuviera corriendo una maratón.

—Pensé que no ibas a venir —susurró juntándome a él. ¿Por qué tenía que oler tan bien? En estos momentos debería dejar de olisquearle, si es que acaso quería conservar la poca cordura que me quedaba. Toda la cordura ya perdida era por culpa de Elliot.

—Los Parks nunca nos rendimos —contesté guiñándole un ojo. Él se rió negando con la cabeza y me pasó una mano por la cintura, invitándome a sentarme donde él se encontraba cuando yo había llegado. Me senté a su lado, de forma que nuestras rodillas chocasen. Sentí un pequeño escalofrío, y que Elliot dejase "sin darse cuenta" su mano en mi rodilla no hacía más que incrementar mis nervios.

—Sé que lo que vas a presenciar te va a parecer una locura, se me ocurrió cuando no podía dormir... Dios, esto es una mala idea... no te va a gustar y yo soy idiota por pensar lo contrario —se pasó una mano por su nuca, claro signo de que estaba inquieto. Me pareció muy mono que estuviera así, por lo que apoyé mi cabeza en su hombro. Desde donde yo estaba, pude ver cómo una sonrisa se había hecho pasó en su rostro.

—Si tú lo has hecho para mí, sé que me va a gustar. Es más, presiento que lo voy a amar —le sonreí transmitiéndole lo que pensaba, intentando disipar esos pensamientos negativos de su cabeza.

Elliot depositó un suave beso en mi sien y se enderezó para coger su guitarra. Se volvió a colocar junto a mí, pero esta vez de lado, de tal modo para que nos pudiésemos ver en todo momento.

Se santiguó y no pude evitar reírme. Colocó sus dedos en sus trastes correspondientes y, con un suave movimiento de muñeca, empezó a tocar una canción. Con solo la primera estrofa, ya sabía que la canción no era conocida. No era una canción romántica de Ed Sheeran o Bruno Mars. No, la primera estrofa la conocía muy bien, ya que era el primer mensaje.

Más allá de la música © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora