Capítulo 31

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—¿Desapareces y luego llegas como si nada? El papá está preocupado—espetó el muchacho alzando la mirada a la chica que estaba sentada en la copa de un gran árbol. Estaba oscuro, y él con sumo cuidado, se había escabullido de la cabaña para ir a ver a su hermana. La chica jugaba con las hojas y sonreía hacia el horizonte. Él dio un gran suspiro y se sentó en el césped apoyando su espalda en el tronco del árbol—. Pensé que te habías muerto. Primera vez que desapareces por tanto tiempo. ¿Qué te pasó?

—Fui a hacer unos trabajitos—él frunció el ceño y se bufó—. Esperar me cansa.

—¿Esperar qué?

—A Lucas, hermanito—saltó y cayó de pie al lado de su hermano sin ninguna dificultad. Bajó la mirada a él—. Lo mataré.

—Sí, sí, sí. ¿Me trajiste algo o vienes por información? —respondió el muchacho sin prestarle mucha atención.

—Roro, tu nulo apoyo me tiene anonadada. Pensé que estabas conmigo en esto—dijo fingiendo decepción. Él se encogió de hombros.

—Me da igual. ¿Quieres saber o no? —la muchacha se sentó a su lado y asintió cruzando los brazos—. Bien. La Carmesí se fue con Lucas a México, los gringos invadieron el norte, y... ¿Qué más? Se me olvidó—se tocó el mentón y sintió como su hermana lo golpeaba en la cabeza. Su enojo era evidente, a él, no le importaba.

—Dime algo que no sepa... que mal, morirá antes de que yo pueda hacerlo.

—¿En serio quieres matarlo? Has esperado por él todos estos años, y no precisamente para dañarlo. No te engañes, no podrías vivir sin Luquitas—se burló. Ella negó con la cabeza.

—Ese no es mi Lucas. Se volvió en un marica, que asco. O vuelve a ser el de antes, o mejor que ni piense en... su vida.

—Cata, él jamás volverá a ser lo que era. Mi papá se lo entregó en bandeja de plata a Chaura y tú lo apoyaste, ¿Crees que quiera verte? Es más, yo que él los mato a los dos—se cruzó de brazos y asintió a su propias palabras. Ella endureció la mirada.

—Debía irse, tenía que irse... pensé que seguiría igual, pero me equivoqué. Debe desaparecer, desaparecer, desaparecer...—comenzó a susurrar las últimas palabras abrazando sus piernas y abalanzándose hacia delante y hacia atrás.

El muchacho la miró con cansancio y le dio unas pequeñas palmaditas en la espalda.

—Estás loca Cata, loca, loca—dijo mientras su hermana seguía repitiendo las mismas palabras.

Se quedaron viendo el río pasar y como las estrellas se amontonaban para brillar en el cielo.

***

Mirar el mar era una de las cosas que calmaban el espíritu de Sofía.

Había nacido en un mundo lleno de promesas y esperanzas, las cuales, se vieron afectadas por un bombardeo en un lugar que nunca conoció y que muchos en su familia, lamentaron no haberle mostrado esa belleza antes que fuera arrasado por fuego y sangre.

Una pequeña niña, que no entendía lo que sucedía, se protegía bajo el cuidado de una madre sobreprotectora y de un padre que rara vez demostraba un real afecto hacia ella. A pesar de eso, a pesar de vivir así, era feliz.

Dentro de la misma miseria que pasaba su país, ella nunca tuvo un recuerdo triste en su infancia. Los bombardeos en las noticias se hicieron comunes, las muertes de inocentes era pan de cada día, y los toques de queda ya eran necesarios para hacerla dormir tranquila.

Esa, era su vida.

Ahora era distinto. El solo pensar que todo eso fue gracias a la mala inteligencia aplicada de su abuelo, la abrumaba. Ese hombre la había condenado a eso sin siquiera poder alegar o negarse. Estaba condenada a ser quien debía dar vuelta la historia, esa que vivió siempre.

Operación LatinoaméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora