Capítulo 25

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Lucas estaba recostado sobre la cama del hospital del Cielo mirando hacia el techo. Las vendas en su cabeza y cuerpo eran más que la misma piel. Había quedado muy mal. La golpiza que recibió fue más grande de lo que recordaba.

Aún seguía pensando en lo sucedido y todas esas cosas extrañas que la Carmesí no fue capaz de explicarle. ¿Qué es exactamente ser un Carmesí?, odiaba no poder ni siquiera conocerse a sí mismo lo suficiente para saberlo. Necesitaba un respiro.

Sintió la puerta sonar y vio como la linda cara de Sofía se asomaba por ella. Esbozó una sonrisa, le hubiera gustado sentarse o moverse para poder observarla mejor, pero le dolía hasta respirar.

—¿Puedo pasar? —preguntó en un tono inocente.

—Claro—Sofía sonrió y entró sigilosamente a la habitación con Berlín en sus brazos.

—Te ves horrible Lucas—dijo de pronto sorprendiendo al muchacho. Éste quiso reír, pero se aguantó, ya que el dolor sería mucho.

—Gracias—susurró. Ni la voz podía sacar como corresponde—. Tú en cambio te ves bien—Sofía suspiró y sonrió de medio lado. La melancolía de la chica era demasiado evidente, y sus ojos reflejaban temor e incertidumbre.

Estaba claro que ella tenía miedo de lo que estaba pasando y sentía que lo que estaban haciendo no era lo correcto. Algo le decía que ese no era el camino. Comenzó a chasquear la lengua. Miró a Berlín. Su gato era extraño, ella siempre lo supo, ¿pero porque nunca sospechó de él?

—Lucas...tengo un secreto que no te he contado—Lucas se tensó por un momento. ¿Otro secreto?, ¿No se suponía que ya no lo tendrían?, se puso serio. Era de esperarse que un poco de decepción invadiera el cuerpo de Lucas, pero prefirió no decir nada—. Es serio... tanto que ni yo me lo puedo explicar.

Sofía suspiró y dejó a Berlín en el suelo para que caminara libremente.

—¿Me quieres decir ese secreto? —Sofía asintió en silencio. Y se quedó así por muchos minutos.

—Berlín... tiene treinta y dos años—espetó haciendo que los ojos de Lucas se abrieran de la sorpresa.

—¿Qué?

—Sí, saqué la cuenta... tenía una foto de mi papá y mi abuelo guardada en mi velador en casa. Recuerdo perfectamente la fecha. Era del año 2016. Y Berlín en ese entonces era un cachorro. Lo reconocería a mil kilómetros de distancia. No hay duda.

Lucas se quedó en silencio totalmente impactado. Sofía continuó:

« No recuerdo cuando él llegó conmigo, siempre estuvo ahí. Mi papá decía que era mío y que debía cuidarlo porque él cuidaría de mí, pase lo que pase. Un día, cuando tenía cinco años, me caí torpemente en el pavimento mientras jugaba con Benjamín. Me hice una horrorosa herida en la rodilla. Como tenía miedo de que mi mamá me retara por ser tan tonta, Benja y yo nos escondimos en el baño. Él tenía a Berlín en brazos, él saltó a mí y mientras lloraba en silencio, mi gato lamió mi herida, y de un segundo a otro... se sanó. En ese tiempo nunca entendí porque mi gato hacía eso, yo creí que todos eran iguales, así que no me preocupé. Cada vez que me hería, Berlín venía y me curaba.

Ya cuando comencé a tener razonamiento de mi alrededor me di cuenta que no era normal. Berlín no envejecía y nunca mi papá lo llevó al veterinario. Nunca enfermó y comía como siempre. Era extraño, pero me sentía feliz, porque Berlín es más que mi mascota. Es una parte muy importante de mí, y sentir que está o estará siempre conmigo, me calma. Él es raro, él cura, él tal vez ni siquiera esté vivo y sea otro de los experimentos raros de mi abuelo... nunca me puse a pensar mucho en ello, y no porque no se me ocurriera, sino porque no quería saberlo, no quiero saberlo, pero...pero... tal vez Berlín sepa algo que ni tú, ni yo sepamos»

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