Prólogo

4.6K 181 28
                                    

—Papi no quiero—el miedo en los ojos de esa pequeña niña hizo dudar al hombre. ¿Qué explicación le podía dar a la luz de sus ojos? Ninguna, por lo menos, no una que alguien de su edad entendiera. Estaba en su plena inocencia, donde el mundo era un enorme lugar el cual explorar, un mundo sin límites, sin saber que ella se había convertido en uno para él

Un límite que estaba dispuesto a proteger con su vida.

Él le sonrió con ternura, era su hija, la amaba y ver temor en su mirada no le gustaba. Se puso los guantes de látex y se aproximó a ella para sentarse sobre la cama, a su lado.

—Está bien, es solo una inyección, no te dolerá—removió el cabello que quedaba suelto sobre su cuello y limpió levemente ese sector con un algodón húmedo. La niña tembló al sentir el frío del alcohol.

—Pero no me gustan las agujas—susurró la infante con miedo. Eso rompió en mil pedazos el corazón de su padre. Él lo sabía, él sabía que ella temía de las agujas, pero no encontró una forma más efectiva y menos dolorosa para salvarla. Tragó saliva y la miró a los ojos expresando la mayor sinceridad posible.

—Es por tu bien Sofí, con esto podrás vivir muuuucho tiempo y jugar con Benja por muchas horas más. Serás mucho más sana. No enfermarás y mamá no se preocupará nunca más, ¿Te parece no preocupar más a mamá?—ella quedó meditando un momento en las palabras de su progenitor, y el hecho de no preocupar a su madre la hacía sentir ansiosa. Asintió tristemente. Lo haría, por su mamá, lo haría. Él le sonrió y le inyectó la jeringa en el cuello. Sofía chilló un poco y cerró los ojos aguantando ese horrible dolor y como el líquido quemaba dentro de ella y corría ahora, por sus venas. Sacó la aguja y la tiró al piso—. Buena niña—se acercó él y besó la frente de su hija. Atrajo su pequeña cabeza hacia su pecho y le dio algo de consuelo en el dolor que ella claramente estaba sintiendo— ¿Pasó?

—Quema papi—se quejó subiendo sus manos al pecho del hombre y empuñando la camisa arrugada de éste.

—Lo sé, amor, lo sé, resiste un poco más.

—Tengo sueño...

—Duerme mi niña, duerme. Ya mañana olvidaremos esto y todo seguirá como antes.

Su pecho se contrajo y una angustia que nunca antes había sentido se apoderó de él. Rogaba a Dios, que fusionara, que nada fuera en vano, que ella siguiera igual que siempre. No aguantó las lágrimas. Al sentir a su hija cayendo en un profundo sueño, hizo que su agarre a ella fuera más fuerte, acomodándola entre sus brazos, mirando su pequeña y delicada cara, llorando desconsolado.

No importaba lo que hiciera, lo único que le quedaba por hacer era esperar, y tiempo, era lo que más le sobraba.

O por lo menos eso era lo que él creía.

Operación LatinoaméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora