Capítulo 21

574 50 32
                                    

Buenos Aires Argentina, Julio 2043

—¡Alba, Alba!, ¡Esperá! —le gritó el muchacho detrás de ella.

La chica estaba furiosa y confundida. No podía creer la desfachatez de su propio padre, quería huir, alejarse, viajar a un lugar donde nadie mintiera, donde pudiera encontrar la paz que tanto esperaba desde que nació.

Entró a su habitación y cerró la puerta detrás de ella impidiéndole la entrada a su hermano menor, que como ella, había escuchado la conversación que su padre tenía con aquellos desconocidos.

Se sentó apoyada en la puerta y miró por el ventanal de su habitación. Dormía en un lugar tan grande y se sentía tan vacía. No podía salir, ya era imposible, se había armado una especie de guerra civil invisible en su país, y ella era una de las más perjudicadas.

Su padre, era el presidente del país, y con la guerra y los gringos yendo y viniendo, lo hacían estar muy ocupado.

Sintió el golpe en la puerta y suspiró.

—¿Qué querés? —preguntó cansada.

—¿Podemos hablar?, Alba no podés creer eso.

—¿Creer qué?, ¿qué nuestro papá es un puto vendido?, Max, sos un boludo. Está claro que algo trama.

—Alba ten fe.

—No lo haré. Todos se mueren de hambre por culpa de él.

—Es por los gringos, vos lo sabés.

—Pero por lo que escuchamos, hermanito, él nos vendió a ellos—tomó su cara con ambas manos y negó con la cabeza, debía salir de allí, tenía que hacerlo. Esa sensación rara en el pecho podría volver si se enojaba o preocupaba demasiado, eran insoportables—. Ya no puedo Max. Hay que salir de aquí—se puso de pie y abrió la puerta—. Debemos salir.

—¿De qué hablás Alba?, esta es nuestra casa. Mamá estaría triste si te escuchara—Alba abrió los ojos como platos y aguantó la respiración. Su madre... como la extrañaba.

—No lo creo, ella me apoyaría. Max vos venís conmigo, si no lo hacés, te arrastro—lo amenazó. Se fue a su closet y tomó lo que podía de él. Su hermano la miró desconcertado.

—Alba, todos te esperan abajo en la fiesta, ¿Creés que no notaran que no estamos? —la detuvo caminando detrás de ella. Alba gruñó por dentro. La maldita fiesta. Esa que hacían una vez al año y que hace mucho tiempo para ella ya había perdido el sentido. En las calles había mucha gente hambrienta y con frío, mientras su padre y sus socios, negociaban con exuberantes fiestas con excesiva comida. Suspiró y miró su rojo vestido, debía quitárselo.

—No importa. Ve a cambiarte—le ordenó nuevamente. Max negó con la cabeza. Alba no entendía esa manía de su hermano en contradecirla en todo. Solo le pedía que la siguiera a su libertad, a la de ambos. ¿Cómo no podía entender que en cualquier minuto ellos pagarían las culpas de su papá?, se acercó a él y lo tomó de los hombros. Los cuatro años que los separaban no se notaban si los veías. Él era un poco más alto que ella, pero aun así, alba, tenía un aura de superioridad evidente ante él. Cuando su afilada mirada verdosa se cruzó con los ojos esmeralda de él, Max sintió, que perdería y sedería ante su hermana mayor—. Max, si no lo hacés... morirás—Max tragó saliva, y después de meditarlo un momento, asintió. Debían irse de allí.

Antes de poder ir a la puerta sintieron un bullicio enorme abajo en el gran salón de la mansión donde vivían a las afueras de la ciudad de Buenos Aires. Se miraron extrañados y unos sonidos que les parecieron explosiones, comenzaron a sonar. Max asomó la cabeza fuera de la habitación, y los gritos se sintieron por todo el pasillo.

Operación LatinoaméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora