Aquella misma noche, Sylvain soñó que se reencontraba con Jacques. Se aferró a su almohada como si ésta fuese la vida misma en cuanto se despertó. No se atrevió a abrir los ojos, ya que la fría puñalada que la realidad le había propinado lo dejó sin aliento durante el resto de la noche.
Siendo consciente de que se había tratado de un sueño demasiado lúcidez, trató de caer dormido de nuevo, rememorando aquellas frescas y tiernas sensaciones de nuevo. Se dio cuenta entonces de lo mucho que dependía de Jacques. Lo único que hizo fue visualizarle de nuevo, haciendo un gran esfuerzo por no perder la calma y volver a perder el sentido con el sueño. De buena gana habría caído dormido si no hubiera sido por los golpes que llamaron a su puerta.
—Sylvain —llamó su madre desde fuera—. ¿Estás despierto?
—Ahora mismo sí —respondió incorporándose con mal cuerpo—. ¿Qué ocurre? Aún no ha salido el sol, madre.
Con paso suave, la figura de la mujer rompió un poco la penumbra de la habitación al entrar. Sylvain no alcanzaba a verle el rostro pero, gracias al candil que ella llevaba, consiguió vislumbrar un brillo especial en sus ojos que lo hizo estremecer.
—No te preocupes cielo. Todo va a salir bien, ¿de acuerdo?
El tono de su voz, más suave y cariñosa que de costumbre, lo desconcertó aún más. A cada segundo que pasaba sus pulsaciones se disparaban irremediablemente a causa del miedo, aunque... ¿Debería asustarse cuando acababa de asegurarle lo contrario? Tras las faldas de Anne-Marie apareció una segunda silueta, esta vez de vestimentas algo más sencillas y con un maletín en la mano.
—Disculpad, pero ¿quién sois vos? —inquirió el muchacho, tapándose más tras las mantas.
—Sylvain, te presento al señor Modigliani. Es el doctor del pueblo, y tiene muy buena reputación —el mundo se le cayó a los pies—. No te preocupes. Estás en manos expertas.
—¿Un doctor? —repitió atónito— ¿Para qué diablos ha venido?
—Buenas noches, monsieur Lemierre. Ante todo disculpad las molestias —el hombre, de unos cincuenta y pocos y muchas canas, hizo una pequeña reverencia y soltó su maletín en una silla. Ahora que la luz lo alumbraba percibió un gesto afable en su mirada, aunque eso no ayudó en absoluto. Hablaba un francés algo oxidado—. Vengo a examinar vuestro estado físico y psicológico, y puedo aseguraros que seré breve. Después podréis seguir durmiendo.
—Es por tu bien, querido mío —las palabras de Anne-Marie resonaban de forma espectral—. No te pasará nada.
En pos del peligro que acababa de reconocer, Sylvain recordó lo ocurrido dos tardes antes y emitió un grito interno que lo escandalizó aún más. Mirando a su madre con la boca abierta, intentó articular dos o tres sonidos coherentes sin éxito. ¿No sería aquel el sueño de verdad? Comenzó a desear que su mente le estuviese engañando de nuevo.
—Me gustaría que me respondiérais a unas preguntas mientras compruebo vuestro pulso —continuó el intruso.
—Madre, ¿cómo habéis podido? —inquirió Sylvain retirando el brazo bruscamente— Y vos, ¡no me toquéis!
—No se preocupe, señor. Sólo está nervioso.
—¿Es un habitual, madame?
—No lo es.
—Pero ¿qué...? —aquella no era su madre. Ella no le trataría como un enfermo falto de razón— ¿Qué estáis diciendo? ¡He dicho que no me toquéis! ¡Apartaos de mí!
—Tendré que administrarle un pequeño relajante —dijo el doctor, haciendo caso omiso a sus órdenes y rebuscando de nuevo en su maletín—. Decidme, monsieur Lemierre, ¿desde cuándo tiene esa desviación hacia su mismo sexo?
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Sylvain ©
Historical Fiction#1 en novela histórica - 29/12/16 De la mano de los ilustrados y de las ideologías liberales, Sylvain-Dennis Lemierre se ve acorralado por la mentalidad aristocrática de su ambiente en la Francia del siglo XVIII, pese a haber nacido en el seno de la...