Tercera parte

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Dos blancas manos se cruzaban apaciblemente sobre sus rodillas. Sentada entre las mullidas hierbas de aquel lar en mitad de una blanca nada, tan flamante que eclipsaba al propio sol, Marianne esbozaba una brillante y seductora sonrisa. Una bandera yacía desparramada a su alrededor. En su regazo sostenía un hermoso ramillete de flores blancas y azules anudadas con un lazo.

El aire sonaba a música celestial, mientras que el frío gélido y matutino sabía a tierra mojada. Podía sentirse el despertar de la vida en los alrededores de aquel desconocido páramo, poco a poco, de criatura en criatura. Todo resucitaba al son del viento.

Sylvain se sentó junto a ella. Las flores cubrían su abdomen, y su blanco vestido dejaba entrever restos de lo que una vez fue sangre. Quiso preguntarle cómo había regresado de entre los muertos, pero como siempre, no le salía la voz.

—Tú me salvaste —respondió la mujer.

Sylvain se sobrecogió. Nunca antes la había oído hablar y, en aquella ocasión, sintió que su voz era la de un ser superior. Cuando se percató, supo que de algún modo la había escuchado dentro de su cabeza, dejando tras de sí una resonancia tan solemne como digna de una deidad. Pero, ¿de qué la había salvado? ¿Cómo? ¿Y por qué?

Marianne volvió a sonreír. Le entregó el ramillete de flores y, al tomarlo, Sylvain descubrió que una manzana se escondía en su interior. La miró, perplejo, habiéndola reconocido de inmediato.

—Tú me salvaste —volvió a decir—. Y los salvarás a ellos.

Antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, Marianne se puso en pie. Tomó la bandera entre sus manos y se la echó por los hombros. Le dedicó una última sonrisa, dejando que el viento y el olvido se la llevasen lejos de allí de forma intangible, volátil.

Sylvain oyó como aquella gran nada lo arropaba en su regazo. No quería que se marchara. ¿Dónde iba? ¡Marianne! No podía dejarle solo, no todavía.

A lo lejos, el tenue murmullo de una multitud embravecida acalló sus pensamientos. Gritaban el nombre de aquella dama, locos de furor.

Sylvain ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora