40. Decrescendo

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—Pero voy a despertarla, ¿cómo sé que no va a llorar?

Las palabras de Charles resonaron con suavidad en la sala de estar. Acunaba a una somnolienta Léonore con cariño, atendiendo a las indicaciones de Evelyn sobre cómo sostenerla correctamente. Frente a ellos, un enternecido Sylvain se sonreía al contemplar la reunión familiar. Si su madre hubiera podido verle... No, ya le estaba viendo. Sabía que les veía desde algún rincón en el cielo junto a su padre desde hacía cuatro días.

—Sólo llora cuando tiene hambre o cuando la coge su tío Dirry. Puedes estar tranquilo —insistió Evelyn, divertida—. Ahora bien, tarda un poco en darle leche y no parará hasta perforarte los tímpanos.

—Ha salido guerrera, ya lo veo. Léonore Lemierre, ¿eh? Claro que sí. Eres una perfecta Lemierre.

—¿Lemierre? Oh, no. Es una Maystone. ¿Qué te has creído?

—Ah, sólo será Maystone por poco tiempo. ¿Qué te parece la idea de casarte conmigo?

Sobresaltados por su pregunta, tanto Evelyn como Sylvain se miraron, escandalizados. Charles parecía no ser muy consciente de lo que acababa de decir, pues siguió haciéndole carantoñas a su hija.

—Charles, ¡no puedes proponer eso así como así! —exclamó Evelyn, ruborizada— ¿Con qué derecho me lo preguntas después de todo este tiempo?

—En mi defensa diré que estuve a punto de volverme loco sin ti cuando tuve que regresar, y como bien dijiste, he de hacerme cargo de los dos amores de mi vida. ¿Acaso no debo proponerte matrimonio para hacerlo correctamente?

—Tienes la delicadeza en el culo, hermano —murmuró Sylvain, llevándose una mano a la sien—. Evelyn, ¿cómo diantres os enamoró? Porque si lo hizo hablando así no sé cómo no habéis salido ya corriendo.

—Ah, mi querido Sylvinie, nadie mejor que vos para entender que el amor es ciego, por desgracia —Evelyn suspiró, recostándose en su sillón—. Supongo que fue su rudeza y su poca mano con las palabras la que me encandiló.

—Eso suena terriblemente triste...

—Y vulgar.

—¿Hola? Sigo aquí delante y os estoy oyendo perfectamente —protestó Charles.

—De eso se trata, hermano.

Tanto Evelyn como Sylvain brindaron con sus tacitas de té, sonriéndose con divertida malicia antes de tomar un sorbo. Qué bien le sentaba poder hablar con ella para no dejar títere sin cabeza. Charles les contempló de hito en hito, aterrorizado.

—Os lleváis bastante bien por lo que veo —dijo éste, volviendo a centrarse en Léonore.

—Motivo de más para que te preocupes por si osas volver a cagarla, mi amor —sonrió Evelyn—. Tarde o temprano los dos acabaremos enterándonos en menos que canta un gallo. ¿Verdad, monsieur?

—Verdad, milady —asintió Sylvain con elegancia.

—Evie me contó que le salvaste la vida hace ya bastante tiempo. ¿Es esa la clave de vuestra siniestra alianza? —inquirió Charles.

Tanto Sylvain como Evelyn se miraron con regocijo, incapaces de no sentirse orgullosos de aquel primer encuentro.

—Probablemente sí, pero es una larga historia —respondió su hermano, soltando la taza de té sobre su plato—.  No nos deviemos del tema. ¿Vas a pedirle matrimonio de verdad?

—¡Eso! ¿Vas a hacerlo? Porque como no lo hagas te prometo que no vuelves a ver a Léonore.

—¡Pero si hace un momento me has dicho que no podía proponértelo! —replicó un apurado Charles.

Sylvain ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora