Sylvain suspiró.
Contempló el sagrario con cierta melancolía mientras se recolocaba en el banco de madera. Habían gozado de la gran suerte de que la capilla del pueblo estuviese libre aquella tarde, pues necesitaba un poquito de paz. A su lado, Savary permanecía en silencio.
Tres semanas habían transcurrido desde la fatídica noche en la que se emborrachó hasta decir basta. Todavía se estremecía al recordar los gritos de su madre al día siguiente, perforando sus oídos y su dolorida cabeza. ¡Cómo se notaba que nunca había sufrido una resaca!
El bueno de Darrell todavía seguía recordándole, divertido, todas y cada una de las barbaridades que salieron de su boca aquel día. Al parecer le había prometido al inglés que, cuando llegara a casa, le haría todo tipo de obscenidades. Eso fue antes de perder el conocimiento, claro. ¿En qué se había convertido en aquellos dos últimos meses? Era terriblemente feliz, de cualquier modo. Era muy feliz de poder dar rienda suelta a sus sentimientos y su libertad de aquella forma.
—Parece que fue ayer cuando apenas levantabas un centímetro del suelo, Sylvain.
El Lemierre se sobresaltó ligeramente al oírle. Sabía que su mentor nunca decía nada por gusto, por lo que aguardó a que continuase. Al no recibir ninguna respuesta a su espera, Sylvain le contempló con curiosidad.
Su rostro reflejaba una seriedad que pocas veces había advertido en él. Un lúgubre halo de tristeza lo envolvía y, preocupado, decidió horadar aquel silencio.
—¿Qué os ocurre? —inquirió en voz baja, temeroso de que el eco fuese a resonar con demasiada fuerza.
—Nada en especial. Sólo las tonterías que a un viejo como yo se le cruzan por la cabeza —le dijo sonriendo con cierta falsedad.
—Señor, más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Gratamente sorprendido al oírle decir aquello, su maestro lo contempló de hito en hito. Recordaba perfectamente la vez en la que se lo había dicho por primera vez y, como el ciclo que perpetúa la vida, se lo devolvió.
—Veo que he podido educaros bien después de todos estos años —se rió el hombre por lo bajo—. En vista de que me has vuelto a pillar, te diré que hay algo que me gustaría pedirte, zagal.
—¿De qué se trata?
Savary redirigió su mirada hacia el sagrario antes de responder, como si estuviese eligiendo sus palabras con cuidado.
—Sé que lo harás sin necesidad de que te lo pida, pero me gustaría que, cuando yo ya no esté, cuides bien de tu madre y veles por su felicidad.
—¿Por qué decís eso ahora? —preguntó Sylvain, alarmado.
—Eres lo suficientemente mayor como para que no me ande con rodeos. Te lo digo porque presiento que mis días están llegando a su fin, y en caso de que no alcance a decírtelo con tiempo, he preferido hacerlo ahora.
—No digáis tonterías. Vos estáis en perfecto estado de salud. ¿Cómo podéis decir algo así?
—Muchacho, a veces uno sabe cosas sin necesidad de que exista un motivo detrás —sonrió, todavía mirando al sagrario—. Cuando has vivido lo suficiente como para entender la mecánica de todo lo que ocurre y deja de ocurrir, simplemente intuyes cuando se acerca tu momento.
—Lo que acabáis de decir no tiene ningún sentido.
Incapaz de querer creer lo que le estaba diciendo, Sylvain decidió encerrarse en la mentira de no otorgarle mayor importancia. Sólo era una charla filosófica. Sólo era una lección más, como todas las que aún no le había enseñado.
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Sylvain ©
Historical Fiction#1 en novela histórica - 29/12/16 De la mano de los ilustrados y de las ideologías liberales, Sylvain-Dennis Lemierre se ve acorralado por la mentalidad aristocrática de su ambiente en la Francia del siglo XVIII, pese a haber nacido en el seno de la...