Las semanas se escurrían, perezosas, en pos de darle la bienvenida a un invierno recién nacido. El frío había hecho imposible que el retrato pudiese terminarse al aire libre, aunque Darrell aseguró que con una última sesión podría finalizar su obra de arte, pues únicamente necesitaba retocar algunos detalles.
Esto dio pie a que fuese invitado a pasar una tarde en la casona de Ludovic, donde siempre era tan bien recibido como un duque. Al menos así lo creía Sylvain. Había dudado de que realmente fuera necesario que continuara posando para Darrell, pues el retrato estaba casi completo, pero éste había insistido en que le era de vital importancia. No lo sería tanto, pensó el Lemierre, cuando apenas se molestó en buscar la iluminación del exterior y le había permitido sentarse como quisiera. Bien sabía que lo suyo era una simple excusa para poder pasar tiempo con él.
Habían decidido asentarse en la biblioteca con la única condición de que alguien más estuviese presente. Por supuesto, Sylvain no era necio y para no oír a su madre le pidió a Chrystelle que lo acompañase. Anne-Marie se había mostrado más que conforme, completa desconocedora de las inclinaciones de su doncella.
—¿Qué leéis, Sylvain? —le había preguntado Darrell tras el caballete.
Sentado hecho un guiñapo, el joven Lemierre alzó la cabeza para mirarle, devolviéndole una cálida sonrisa. Sobre sus piernas cruzadas, un montón de documentos y papeles desordenados se apilaban en un pequeño caos. Esta vez no se había calado la peluca, por lo que pudo rascarse la cabeza sin problemas.
—Acabo de revisar todos los bienes que seguimos manteniendo en París, pero todavía tengo que leer las cartas que recibí de algunas universidades —dijo, enfrascado de nuevo en su lectura.
—Eso suena magnífico —respondió Darrell. Si algo apreciaba de él era el ímpetu con el que lo había estado animando a sopesar aquellas nuevas posibilidades—. ¿Cuáles os han respondido?
—La de Salamanca ha sido la primera, en España. Tiene buena pinta pero me temo que tendría que aprender español desde cero.
—¿Y por qué habéis contactado con ella entonces?
—Creo que fue idea de Savary, ¿verdad monsieur?
Sylvain contempló a Chrystelle con una mueca resignada, asintiendo. La mujer se sonrió ante su acierto y continuó leyendo, sentada en una mecedora de mimbre junto a la chimenea encendida.
—Ha insistido en que era una buena elección. Es un gran admirador de Carlos III, pero me temo que al pobre hombre le queda poco para irse y Savary se niega a aceptar que su hijo sea un necio. En fin —Sylvain chasqueó la lengua, encontrando otra carta y agitándola en el aire—. También está Oxford.
Los ojos de Darrell se iluminaron en cuanto oyó aquel nombre y dejó de pintar. Sylvain supo que reaccionaría así y, con una sonrisa coqueta, se recolocó en su asiento. La propia Chrystelle hizo un esfuerzo al no reírse por lo bajo tras verles.
—¿Habíais considerado estudiar en Inglaterra?
—Por supuesto. Tendré que practicar mi inglés, pero está entre mis favoritas —siguió rebuscando entre los papeles, extrayendo otra carta más mientras fingía hacerse el desinteresado—. Un poco más cerca está la de Siena... Tal vez me decante por ella.
—Oh, no. Oxford os conviene más.
—¿Y eso por qué?
—Porque es Oxford.
Sylvain lo miró, divertido.
—Esa no es una razón de peso —insistió, queriendo oírle protestar un poco.
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Sylvain ©
Historical Fiction#1 en novela histórica - 29/12/16 De la mano de los ilustrados y de las ideologías liberales, Sylvain-Dennis Lemierre se ve acorralado por la mentalidad aristocrática de su ambiente en la Francia del siglo XVIII, pese a haber nacido en el seno de la...