26. Éxodo

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—¿Avisaste a Jacques de que regresarías a París?

La voz de su mentor, acompañado de un bache que propició un pequeño golpe en su cabeza, lo despertó del todo. La bamboleante diligencia parecía moverse más que nunca, y retiró una cortina con cuidado para ver el exterior. Al próximo anochecer, aquellos verdes y extensos parajes ya le eran más que conocidos después de una semana y media de viaje.

—No le avisé —respondió, bostezando ampliamente—. Quería que esto fuese una sorpresa.

—Una sorpresa un poco arriesgada, ¿no crees?

Sylvain miró a Savary con mala cara. Parecía no estar dispuesto a dejarle seguir con su lastimosa siesta.

—¿Qué tiene de malo? —replicó, cerrando los ojos de nuevo.

—Nada en especial, pero no sé. Tal vez os cueste un berrinche.

Sin prestarle mayor atención, Sylvain intentó conciliar el sueño una vez más. No obstante, el ruido seco de un objeto cayendo en el suelo de la calesa lo sobresaltó. Volvió a espabilarse y, dolido, se apresuró a recoger el libro que había decidido lanzarse al vacío con otro bache. Lo sostuvo entre sus manos con cuidado, comprobando que nada hubiese dañado su cubierta o las esquinas. Se condenaría si algo llegara a ocurrirle a aquella preciada obra.

—¿Es ese el libro que Jacques te escribió?

Sylvain miró al hombre por unos momentos antes de asentir con la cabeza. No supo descifrar bien el tono de voz que empleó Savary, pero supuso que simplemente estaba tan aburrido como muerto de ganas por hablar sobre cualquier cosa.

—Éste es —afirmó el Lemierre con una pequeña sonrisa—. Lo guardo como oro en paño.

—Se ve que lo cuidas bien, pero ¿de qué trata? Nunca me hablaste de ese libro salvo cuando insististe en que era un regalo.

—Trata de la vida, a rasgos generales. Son relatos, algunos poemas, cuentos, ideas...

—Así que trata únicamente de él.

Desconcertado por lo firme de sus palabras, Sylvain frunció el ceño. Estaba acostumbrado a que fuese más que directo con él, pero en esta ocasión pudo percibir algo de reproche en su voz. Savary lo contemplaba con una sonrisa burlona... No, no había nada de burla en sus palabras.

Una pequeña sensación de desazón lo apabulló en cuanto se percató de lo que quiso decir en realidad. No le faltaba razón, de algún modo. Todo lo que descansaba entre aquellas páginas era un fidedigno retrato del sastre, y únicamente de él. Existían referencias y metáforas que siempre había asociado a sí mismo, aunque no eran muchas. Nunca se había parado a observar el peso de aquella balanza.

—No te apenes, muchacho. Todos los artistas se tienen en mucha y tamaña estima cuando se trata de su obra.

—No todos los artistas son así —musitó Sylvain sin darse cuenta de que lo había dicho. Quiso maldecirse e intentar apartar a aquel pintor de su mente, sin éxito—. Bueno... Al menos después de conocerlos.

—Puede ser. Luego están los músicos, los violinistas en concreto. Tú sin duda eres un caso excepcional, porque en mi vida he conocido a ningún violinista que no estuviese lleno de sí mismo.

—Tal vez sea un caso excepcional porque no soy violinista.

—De momento, quizás. La vida da muchas vueltas, Sylvain.

—A veces más de las que yo quisiera.

Con un suspiro, el Lemierre contempló el paisaje del exterior. Reconocía la lejana silueta de los edificios en el horizonte, mucho más allá de los campos de cultivo y las pequeñas casas de campo que, desperdigadas, pintaban aquellas praderas con su sencillez.

Sylvain ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora