Capítulo. 37 "Los siete días"

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-Entonces el sábado de la próxima semana...

-Así es—dijo mi madre antes de darle un sorbo a su café. Era hora del postre—Tal vez sea un poco precipitado, pero no es tanto por mí, Bob tiene negocios que atender y no tiene vacaciones. Digamos que esta fue su oportunidad para librarse un poco del estrés... estresándose un poco más—y emite una corta e incómoda carcajada.

-Bob ha tomado esto de verdad muy bien—comento—No me imagino como debió haber estado en su lugar...su nueva esposa desaparecida—digo con lástima.

-Él es muy fuerte, hija. Sin importar lo gracioso y burlesco que sea, por dentro es un hombre honesto y sincero. Además, ha pasado por mucho.

El silencio nos invade un segundo a las dos. Aquel tema no era muy buen tema de conversación que digamos.

-Acabo de recordar algo que dijo Donatella

Mi madre me mira expectante.

-Mencionó algo con respecto a que todos nos quedamos con una marca, algo que nunca nos dejará olvidar esto. Pero madre, yo quiero hacerlo. No quiero que esto me persiga como lo hizo aquí.

Había dejado salir un poco a la desesperación que habitaba dentro de mí. No era una sensación agradable, muy por el contrario, simplemente tenía deseos de explotar.

-Quiero hacer las cosas bien esta vez, madre.

Alcanzo su diminuta y tan flacucha mano, pero a diferencia de la mía, la de ella estaba cálida.

-Lo harás—dice—Lo haremos, las dos.

Puedo sentir las lágrimas formarse rápidamente justo al escuchar esas últimas palabras.

...

Una semana. Siete días. Domingo.

La palabra "próximo" ahora ya está demasiado cerca y no quiero que los días se acerquen, pero ya es de día. Gruño para mis adentros y levanto de la cama, con esperanza de encontrar algo de consuelo en una taza de café. Mis pasos pesados y lentos no harían que el tiempo se detuviera, tenía que entender.

El timbre de la casa me toma por sorpresa. Los golpes desesperados que le siguen logran sacarme un poco de mis casillas. Estaba a punto de tirar un vaso sobre mis pies desnudos.

Avanzo con rapidez a la puerta y la abro de un jalón un tanto molesta. Adrian estaba a punto de darle otro golpe a la pobre puerta cuando por fin lo recibo. Anda elegante, de traje de negocios, impecable. Su altura y peinado al principio me hacen preguntarme si en realidad este hombre se trataba de mi hermano o una mala broma. Y el, al verme en esas fachas, se echó a reír.

-¿Vas a pasar o qué?

Entró, a un riéndose por mis ojos de panda y peinado tipo nido-de-pájaros.

-Vaya que es temprano—exclama—Pero verás, he vuelto al trabajo y he salido por unos encargos. Ya sabes, si mi padre se entera de que estoy aquí... ¡Adiós bolitas!

-¿Por qué la visita tan apresurada? —digo mientras me dirijo de nuevo a la cocina.

-Iré al grano. Mi madre me dijo que te irás con ella a Nueva York.

-Ah, ¿y?

-Y—se burletea— ¿Estás segura?

-Tengo muchas razones por las que sí quiero ir, pero es igual el número de razones por las que me quiero quedar.

-Si es por el cabrón de Adam, te juro que ahora mismo puedo ir a romperle los dientes.

-No son así las cosas Adrian, déjalo.

El Rol PrincipalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora