Parte 9 - Celos.

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Mi celular comenzó a sonar a las siete de la mañana. Con un ojo abierto y el otro cerrado, miré la pantalla. Era el rubio.

-¿Qué haces despierto a esta hora?

-Necesitaba oír tu voz, linda.

-Podías oírla en tres o cuatro horas, ¿no crees?

-Deja de ser haragana y levántate. No puedo esperar a verte.

Sonreí.

-Eres un lindo, ¿sabes?

-¿Cómo están tus brazos?

Los miré. Mejoraban cada día. ¿Jason causaba eso?

-Están muy bien.

-¿Y tu corazón?

-También está bien, Jay.

-¿Te veré hoy?

-Claro que sí.

No me di cuenta en ese momento, pero estaba dando vueltas sobre el colchón, enredándome con las sábanas.

-Entonces será un gran día. Tengo que colgar, nos vemos en unas horas.

-Está bien. Hasta luego.

-Te quiero, mi niña.

-También te quiero.

Si todos los días de mi vida comenzaran de esa forma, sería la mujer más feliz del mundo. Dejé mi celular a un lado y bajé a desayunar, pero al abrir la heladera, toqué mi estómago, no estaba lo suficientemente chato como para darme el lujo de seguir agrandándolo. No habría desayuno ese día.

El resto de la mañana me dediqué a estudiar y completar algunas cosas para las clases, aunque decirlo de esa forma sería muy generoso. Cada cinco minutos paraba y me ponía a leer las conversaciones que tenía por mensaje con el rubio, pensando en los momentos que habíamos pasado, hasta que llegó mamá y la paz de la casa desapareció. Me pidió que la ayudara con la cocina. Tuve que lavar los platos que habían quedado de la noche anterior y cortar algunas verduras. Papá llegó exactamente a la hora de comer, y yo usé la excusa de que llegaba tarde a la universidad para no almorzar tampoco. Junté mis cosas y salí casi corriendo de casa.

La universidad no quedaba muy lejos, pero caminar nunca había sido mi actividad preferida. Tardé entre 10 y 15 minutos en llegar. Cuando estaba subiendo las escaleras, uno de mis pies tropezó con el último escalón. Me habría desparramado en el piso de no ser por una mano que me sostuvo.

-Ten cuidado, esta escalera es un poco traicionera.

No era quien yo esperaba. Era Bruno, uno de mis compañeros con quien jamás había hablado. De cualquier forma le sonreí y agradecí.

-¿Cómo estás, Elizabeth?

Me parecía extraño que lo preguntara.

-Pues, bien, ahora que me salvaste de caer.

Rió.

-Ya me pasó un par de veces, sé lo que se siente.

Él estaba por decirme algo más, pero alguien gritó a mis espaldas.

-¡Amor, ahí estas! Te he estado buscando.

Jason posó su mano en mi cintura e hizo que volteara para quedar frente a él, luego besó mi boca de una forma tan apasionada que cuando nos separamos, Bruno ya había desaparecido.

-¿Quién era ese? -preguntó.

Yo no podía borrar la sonrisa de mi rostro.

-Es solo un compañero.

-¿Qué quería?

Alcé las cejas.

-Jay...

-¿Qué?

Él no me miraba. Sus ojos estaban fijos en Bruno, que ahora caminaba por el pasillo de espaldas a nosotros. Lo miraba como si me hubiese hecho algo malo.

-¿Estás...? -él me leyó la mente. Esas dos perfecciones azules se posaron sobre mí.

-¡No! -exclamó.

-Ce...

-Basta.

-Lo...

-Elizabeth.

Mi nombre completo, de nuevo.

-No puede ser, ¡estas celoso!

-¡No! ¿Por qué estaría celoso? -gritó.

Sabía que quizás le molestaría el comentario, pero la situación me causaba muchísima gracia.

-Solo te advertiré algo para que lo tengas en cuenta, tú y quien quiera acercarse: Yo soy el único hombre que puede tocarte.

No sonaba amenazante, me dedicó una media sonrisa y me guiñó un ojo. Nuevamente se encargó de unir nuestros labios. Yo apoyé una mano sobre su pecho y la otra la enredé en la nuca. No me importaba que todos nos vieran, de hecho esperaba que Sheila lo hiciera.

Pasados algunos segundos, una mano se posó sobre la espalda del rubio y pidió que nos separemos. Era Seth. Jay y yo nos separamos, pero él continuó abrazado a mí.

-No me contaste nada -dijo con una sonrisa enorme en el rostro. Sonaba feliz por su amigo.

Jay rió.

-Seth, ella es Lizzie. Amor, él es mi mejor amigo.

Yo le saludé con la mayor de las alegrías, no por conocerlo, sino por la forma en la que Jay me llamaba. "Amor", podía repetirlo todo el día y jamás me cansaría. El mejor amigo de Jason me dedicó una mirada amistosa.

Chloe subió las escaleras a los pocos segundos. La saludé y le dije que viniera. Ella levantó la mano pero se alejó. Me extrañó pero supuse que no quería estar con nosotros porque no se llevaba muy bien con su primo, de acuerdo a lo que él me había dicho.

-¿Descubriste algo sobre los chicos que la molestan? -le pregunté a mi... ¿novio?

-Él me está ayudando -me respondió y señaló a su amigo.

Seth era un tipo enorme, de piel blanca y cabello negro y corto. En otro contexto habría pensado que pertenecía al ejército. Tenía ojos marrones y labios finos. Me llevaba más o menos dos cabezas. Supuse que nadie querría meterse con él, pero parecía amigable y simpático.

-Ah, sí. Tengo algunas pistas... no sé si nos llevarán a esos tipos pero nos podrían ayudar.

-¿Qué esperabas para contarnos? -pregunté excediendo la confianza que había entre ese sujeto enorme y yo.

-Te dije que te quería fuera de esto -me recordó Jay.

-Pero ella es mi amiga.

-Sí, y es mi prima. Linda, por favor, no te metas más. Lo hago para cuidarte, porque te quiero.

No quería, pero tenía que aceptarlo. Él era malditamente adorable cuando me hablaba lento y bajito como en ese momento.

Suspiré.

-Está bien. No voy a preguntar más. Lo prometo.

-Te quiero, lo sabes.

-También te quiero.

Esta vez fui yo la que se puso de puntitas y besó los labios del rubio, pero fue un beso cortito. Él me sonrió y besó mi frente.

-Tengo que irme. Te veo en el recreo.

Comenzó a caminar hacia su curso con Seth y yo hice lo mismo, pero sola.


Cicatrices (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora