Jason.
Los domingos no eran días muy felices. Quería creer que era porque al día siguiente tenía que volver a la rutina semanal de la universidad, pero eso solo me servía para engañarme durante unos segundos. La realidad era que los domingos eran días muy significativos para mí. Meg se había ido un domingo, por eso, desde que Lizzie llegó a mi vida, traté de estar con ella esos días. Siempre pasábamos juntos los domingos, siempre la llevaba a algún lado, charlábamos de tonterías, no siempre de nosotros. Ella me hablaba de sus sueños, de sus proyectos, de lo que le había sucedido en las clases. Los tres meses junto a Lizzie me habían devuelto la vida. Fui un imbécil al perderla.
Ese domingo sería el primero que pasaríamos separados, yo en casa y ella... no lo sabía. No me devolvía las llamadas ni los mensajes, me estaba volviendo loco tenerla lejos. Me esforzaba demasiado por no romper algo, por no descargarme con los que estaban a mi alrededor, que en realidad era solo mi madre. Los números de todas las chicas que había conseguido a principio de año ya no me servían. Me tomé el trabajo de pedirles que dejaran de escribirme, que me disculparan, que no estaba en el mejor de mis momentos, incluso a las que me inspiraban más confianza les reconocí que estaba enamorado. Algunas entendieron, otras se enojaron, y otras no captaron el mensaje y continuaron haciéndolo, preguntándome cosas que no tenía ganas de responder. Terminé por borrar sus números, bloquearlas o simplemente ignorarlas. No las necesitaba, necesitaba a una sola persona y era la única que no quería saber nada conmigo. La desesperación me consumía gota a gota, segundo a segundo. Me pasaba las horas leyendo las conversaciones que solíamos tener por mensaje, me había convertido en una adolescente de quince años, ni siquiera yo me reconocía. Su risa resonaba en mi mente, esa risa que escuché desde mi jardín y que provenía del balcón del imbécil de Hopkings. Su mirada me perseguía a donde quisiera que fuera, hasta que no lo soporté, decidí seguir el consejo de mamá, bajé las escaleras y busqué las llaves que descansaban cerca de la puerta. Uno no deja ir a alguien que ama, peleas por esa persona hasta el final. Tenía que aprovechar, porque esa noche papá volvería a casa y la camioneta pasaría a ser únicamente de su uso. Le dije a mamá que saldría y luego de pocos segundos ya me encontraba manejando hacia la casa de Liz. Al menos tenía que escucharme antes de desaparecer así de mi vida, y yo quería escucharla, quería que me dijera que ya no me amaba. No, no era eso lo que quería, pero no soportaba tenerla lejos si aún me amaba. Al menos si me decía que ya me había olvidado, podría entender su comportamiento repentino.
Estacioné frente a su casa. Al parecer había gente adentro. Las cortinas estaban abiertas y había algunas luces prendidas. La noche ya empezaba a caer, así que supuse que sí o sí me encontraría con sus padres. Esperaba que saliera todo bien. Caminé hasta su puerta tranquilo, tenía un par de excusas pensadas en caso de que quien me abriera la puerta fuera su padre. Yo solo conocía a su madre, me parecía una mujer agradable y dulce, pero por otro lado sentía un poco de odio hacia ella por no interesarse un poco más en su hija. Toqué el timbre y mientras esperaba, saqué mi teléfono del bolsillo. No había mensajes de Lizzie. Respiré profundo y cuando guardé el celular, la puerta se abrió.
-¡Jason! -me saludó su madre con una sonrisa, lo que me hizo entender que no sabía nada de lo que había pasado entre su hija y yo.
-¿Cómo está, señora Benson? -le correspondí la sonrisa-. Vine a ver a Lizzie.
-Ah, claro. Pasa, ella está en su habitación, iré a buscarla.
No me ofreció asiento, sabía que de cualquier forma me sentaría en el sofá de la sala, siempre lo hacía cuando la esperaba, y luego Liz bajaba las escaleras gritando mi nombre, me abrazaba y toda mi tristeza se desvanecía. Rogué que ese día ocurriera lo mismo. Esperé unos segundos y escuché los pasos en las escaleras. No hubo grito, ni abrazo.
ESTÁS LEYENDO
Cicatrices (PAUSADA)
RomansaNo hay mal que por bien no venga. Pero, ¿cuál de todos mis males te trajo hasta mí?. De un extraño, pasaste a ser mi protector. De temerte, pasé a necesitarte. De odiarte, pasé a amarte. No te vayas nunca. No te permitas vivir sin mí. No me dejes s...