Falling in love.

III

  «And would you take away my hopes and dreams and just stay with me?» «Tell me your secrets, ask me your questions, oh let's go back to the start»

Los meses siguientes pasaron demasiado rápido. Hermione y Draco no volvieron a encontrarse. Sin embargo, cada vez que pasan por al lado del otro se miraban, como saludándose mentalmente, como compartiendo un secreto, algo suyo y de nadie más, y así era.

Draco se había sumido en una soledad que poco a poco lo alejaba de todos. Estaba solo, no tenía nadie con quien hablar. Era un desastre por dentro, lo único que esperaba era una dulce rendición, pero sabía que no podía conseguirla. Ciertas veces lloraba en el baño de chicas del segundo piso. Allí se encontraba Myrtle la llorona, que le preguntaba constantemente a Draco que le pasaba. Se encontraba desesperado, quería morir, eso pasaba. Accedió a confesarle a Myrtle sus temores, y encontró allí un gran alivio. Aunque por supuesto, seguía estando solo, y desesperado. Le hubiese gustado que en vez de Myrtle, sea Hermione quien lo escuchaba.

Harry Potter se había cruzado con Katie Bell en el gran comedor, y se acercó a preguntarle por su reciente accidente con un collar maldito. Katie le comentó que no sabía quién había hecho eso. Sin embargo, las dudas de Harry fueron confirmadas cuando vio a Malfoy entrar al gran comedor, notándose nervioso al ver a Katie.

Draco salió de allí y se dirigió al baño. Necesitaba estar solo, llorar, gritar, seguir odiándose, como hacía rutinariamente. No conto con que Harry lo seguiría.

—Sé que fuiste tú Malfoy. Sé que lo hiciste. —dijo Harry con firmeza. Draco, enceguecido por el odio, le lanzó la maldición cruciatus, pero Harry se corrió rápidamente. Comenzaron una pequeña lucha entre ambos.

—Sectusempra —gritó Harry. Malfoy cayó al suelo, su piel comenzó a abrirse y en su camisa aparecieron grandes manchas de sangre, que crecían segundo a segundo, demostrando la profundidad de las heridas causadas por el hechizo.

Snape se hizo presente, y miró a Harry, sin poder creer que usará su hechizo. Harry no entendía cómo había llegado hasta allí, temió por un momento qué Snape le dijera a Dumbledore o McGonagall lo ocurrido, pero Severus no dijo nada, y Harry se marchó un poco nervioso por el silencio de su profesor.

Severus sanó las heridas de Malfoy y lo mando a la enfermería.

Draco quería morir, y detestaba que su profesor lo haya salvado. Para él, la muerte era mucho mejor que seguir las órdenes de Voldemort, pero se sabía demasiado cobarde para matarse. Luego pensaba en su madre. Tenía que protegerla.

Su alma muerta revivía un poco cada vez que sus ojos se encontraban con los de Hermione, y ella le sonreía. Pensar en ella le rompía un poco más el alma, porque sabía de antemano que la muerte de Dumbledore le dolería demasiado. A ella y a todos. Incluso a él mismo, por mucho que detestara que el viejo le diera puntos demás a Gryffindor, era su director, era quien lo había salvado incontables veces del castigo de Flitch. Dumbledore era para todos un ejemplo, una leyenda, todos lo admiraban. Y él lo mataría.

Lo mataría, y todos los alumnos y profesores de Hogwarts lo odiarían. Se merecía que lo odien. Deseaba con todas sus fuerzas que Harry tuviera coraje para intentar matarlo de nuevo, sin interrupciones esta vez, después del acto aberrante que estaba por cometer.

El 15 de Junio de 1997, Draco se encontraba en su habitación de Hogwarts. Su mente no paraba un segundo. Tenía más que claro que su fin se acercaba pronto, y necesitaba ver una última vez a la gryffindor. Le parecía una locura pedirle que se encontraran, de todas formas, su vida ya era una locura. ¿Qué más daba? Si iba a morir, necesitaba verla una vez más, apreciar sus hermosos ojos castaños y las pecas que adornaban su rostro con una dulzura ingenua, propia de ella.