Capítulo 07. William Campbell.

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Transcurrió un mes. Llegó un año nuevo. Mil novecientos sesenta y siete. Los Beatles continuaban en los estudios de grabación, sin otra cosa que hacer o conciertos que dar. De poco a poco se fueron haciendo la idea de que Paul jamás regresaría. John, quien era el último en verlo de esa manera, terminó por aceptarlo a duras penas. Algo en él estaba cambiando. Se le notaba diferente, nuevo, renovado en muchos aspectos e ideas.

Los Beatles comenzaban a cambiar. En sus aspectos físicos: el cabello comenzaba a crecerles, las barbas nacían más ya que no se deseaban afeitarse las barbillas. Ya no eran los mismos niñatos de Liverpool, aquellos melenudos. Ahora eran hombres maduros, bien formados.

George y Ringo se sentían felices por el progreso emocional de John. Pero les causaba extrañeza el interés de John por el arte vanguardista, sobre todo de la aristócrata japonesa, Yoko Ono.

También hubo una revolución en las cabezas de los tres Beatles. El LSD entró en sus vidas.
Sí bien habían ingresado al mundo de las drogas desde mil novecientos sesenta y cautro, ahora el afecto hacía éstas era muchísimo más grande. Cosa que les volaba la creatividad al máximo con sus nuevos sonidos.

John, George y Ringo se encontraban en los estudios Abbey Road, lucían un poco cansados ya que llevaban gran rato ahí, componiendo y tocando viejas canciones, las de amor y chicas bonitas.

Lucy en el cielo con diamantes, esa será una nueva canción ―apuntó John, con aires decisivos. ―Gracias a la amiguita de mi hijo Julian ésta melodía va a ser un éxito en el disco, ya lo verán.
―¿No crees que suena un poco loco? ―preguntó George con el ceño fruncido. ―¿Ojos de caleidoscopio y barcas de mandarinos?

George se encontraba afinando su guitarra.

―¡No es ninguna locura, George! ―vociferó John. ―Creo que dará mucho de qué hablar a la prensa. Sé que a Paul le hubiera gustado.

Ringo negó por sus adentros. Quizá no le hubiese encantado del todo.

―Será mejor que continuemos con el trabajo ―propuso Ringo poniéndose de pie para ir donde el viejo piano que había sido tocado por Paul McCartney. ―Uno... dos...

Su conteo se vio interrumpido por el sonido del teléfono. Alguien les llamaba desde algún lugar, así que se detuvieron. George reviso el verificador de llamadas: provenía del MI5, se trataba entonces de Maxwell. Era extraño, hacía dos semanas que él no se reportaba con ninguno de Los Beatles. Con cierto temor, George levanto el auricular del teléfono.

―¿Bueno? Maxwell...

Al escuchar ese nombre, John levantó la mirada, fijándola en George, en los movimientos que éste hacia. Su ceño se frunció. ¡Cuánto despreciaba a ese hombre!

―Él mismo, pequeño Harrison ―habló Maxwell. Su voz se oía tan gratificante. ―¿Qué tal esas dos semanas de no saber nada de mí?
―Un verdadero milagro ―murmuró John desde un rincón. ―¿Por qué tenía que cagarla con sus mierdas?
―En dos tres ―mintió el buen George. ―¿Qué sucede ahora, Maxwell?

Maxwell se levantó de su escritorio y comenzó a caminar en círculos mientras escuchaba la grave voz de George Harrison. Esbozó una sonrisa testaruda mientras alzaba un retrato del verdadero Paul McCartney enmarcado en plata fina.

―Maravillosas noticias para ustedes, Beatles ―habló. ―Tenemos un ganador ―bajo el cuadro de Paul, cubriéndolo de la superficie plana del escritorio. ―Así es. Se llama William Campbell. Es un oficial retirado canadiense. Cojan sus abrigos y vengan pronto a la casa secreta. Brian y George Martín ya fueron solicitados. Es muy importante que conozcan al nuevo Paul McCartney.

A day in the life (The Beatles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora