Capítulo 37. Paul y Faul.

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  Michelle y Ringo llegaban de otra comida en aquel restaurante que era participe de todos sus encuentros cómplices, ese que les había unido la primera vez. Algo les llamó la atención cuando se acercaban a la vereda que colindaba con la casa de la joven. Había cierta gente y sonaba la sirena de una patrulla de paramédicos y otra de bomberos.

—Dios mío, ¡Paul! —Michelle se precipitó y Ringo tragó saliva. —¡Acelera!

Ringo, con las manos temblorosas, tomó el volante y adentro el vehículo por la vereda. ¡Sorpresa se llevaron aquellos amigos al ver una casa hecha trizas! El humo se iba desvaneciendo poco a poco, con la ayuda de los bomberos que apagaban el fuego con ayuda de las mangueras.

—¡No! —gritó Michelle con sobresalto, bajando del automóvil de Ringo. —¡Paul, no mi amor!

Brotaron lágrimas de sus ojos. Ringo también bajo del automóvil y se apresuró a tomar a Michelle, que intentaba correr a lo poco que quedaba de su casa. Todo había sido destruido. Las personas, llegadas por el chisme, miraban la escena con temor y completo asombro. Michelle intentaba zafarse de los brazos de Ringo.

—¡Déjame! ¡Suéltame, Ringo, tengo que ir con Paul! —gritaba Michelle entre sollozos. —¡Paul, Paul! No por favor, Dios, esto no puede estar pasando...

—Michelle... —Ringo trataba de mantener la calma, aunque él apenas podía mantenerse en pie al ver la casa en cenizas. A decir verdad se quebraba por dentro —. No..., Paul no...., él no pudo...

[...]

Un hombre detuvo el auto en la parte trasera de su casa. Miró por ambos lados y al darse cuenta de que los fans no merodeaban por la zona trasera, sacó con sumo cuidado el cuerpo inconsciente de Paul y lo llevó adentro de su casa. Martha empezó a ladrar cuando vio a su amo con una persona desconocida en brazos.

—Shh, Martha, tranquila... —musitó William, impaciente —. Shhh, anda, ve a jugar...

Ni con los ladridos Paul lograba despertar. William subió los escalones y dejó a Paul en el ático, era el único sitio donde podía estar a salvo, al menos por el momento. Ahí, William tendió una aterciopelada colcha color negra, y dejó a Paul recostado sobre ella, luego bajó en busca de unos pañuelos limpios, alcohol y un balde de agua fría. También se cambio la muda de ropa sucia por una limpia y casual. Martha le seguía a todas partes pero su amo no la dejó ingresar al ático.

William comenzó a limpiarle el rostro a Paul, pasándole una franela húmeda. Le oprimió el pecho unas cuantas veces para hacerlo despertar, después le pasaba por la nariz un algodón con alcohol. Transcurrieron unos largos minutos antes de que Paul volviera en sí, tosiendo en demasía.

—No te muevas —musitó William, que le limpiaba la ceniza de la mejilla derecha.

Nuevamente Paul despertó en una cama después de ser salvado. La diferencia a su anterior caso era que ahora recordaba todo, incluso las paredes azul cielo de aquella habitación. La ventana se hallaba cerrada y él tragó saliva.

William se mordió el labio inferior al notar la mirada de Paul sobre él. No podía creerlo. Paul McCartney estaba en frente a él, ceñudo y con un olor a ceniza. William poseía un rostro más cuidado y limpio a diferencia de Paul, cuya depilada barba estaba comenzando a crecerle. Sus mejillas eran más delgadas y sus ojeras deprimentes a diferencia de su doble. A pesar de ello, Paul continuaba siendo tan atractivo como antes. Los dos eran de los hombres más guapos que había en Londres.

—Esta es mi casa... —murmuró Paul entre toses —. Este es el ático..., lo puedo, lo recuerdo mucho. Me gustaba estar aquí aunque Jane lo odiaba...

A day in the life (The Beatles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora