Capítulo 26. Te estoy mirando.

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―¡Dios, lo sabía! ―gritó Ringo con emoción y abrazó a la chica sin pedirle antes su consentimiento. ―¡Sabía que Paul no podía estar muerto! Algo me lo decía muy en el fondo, ¡está vivo! Hemos estado llorando por una persona que no es él, ¡gracias a Dios!, ¡gracias vida!

Entre su propia felicidad al saber que su amigo no había muerto en aquel accidente, Ringo no se percataba de la mirada pérdida y preocupada de su acompañante. A Michelle todavía le costaba creerlo, aunque las piezas de su rompecabezas por fin encajaban no podía evitar sentir algo de miedo.

―Tengo que ir a verlo ―decía Ringo sin salir de su emoción. ¡Por primera vez en mucho tiempo volvía a sonreír! ―Hay que pagar e ir a tu casa, por favor Michelle, tengo que ver a mi amigo, quiero abrazarle y llorar junto a él. Quiero ver a nuestro Paul vivito y coleando..., quiero decirle lo mucho que lo quiero y he echado de menos. ¡Quiero hacerlo volver a nosotros!

En esos instantes Ringo no era él mismo hombre de veintisiete años que había llevado a Michelle a un sitio alejado de Londres, sino un muchacho. Un joven y alegre Ringo como en 1964 o 1965...

―Oye... ―decía Michelle, seria.

Él no la escuchaba entre su fiesta.

―¡Hey!
―Sabía que mis instintos no mentían...
―Oye... ¡Oye! ¡Escúchame por un momento!

Michelle se acercó a los hombros de Ringo y comenzó a sacudirlos pidiendo atención. Él volvió en sí y entonces se encaró con unos ojos serios. Le preguntó qué le sucedía. Sin duda Ringo no estaba pensando al cien por ciento en esos minutos.

―Áng... Diego, digo Paul, digo, ¡lo que sea! Él no te recuerda, ¿me entiendes? Él no sabe quién es en realidad. Desde que despertó de aquel accidente no sabe nada de su otra vida.
―¿Paul estuvo en coma? ―preguntó Ringo.
―Sí. Despertó una semana después del accidente. Hoy en día tu amigo no es más que un alma confundida en este mundo redondo.

¡Oh, ahora Ringo comprendía muchas cosas! Ahora sabía porque Paul no le había reconocido aquella vez que se vieron en la sala de espera del hospital. Entendía porque era y no a la vez ese hombre mujeriego y testarudo. Su amigo había estado vivo todo este tiempo y con amnesia. ¡Qué felicidad y desdicha a la vez! James, Paul, Paulito, ese joven en silla de ruedas y con sonrisa encantadora. Ringo lo veía igual de guapo, más delgado y pensaba que quizá estaría más alto de no ser por la invalidez que le impedía ponerse de pie. Si tan solo todos pudieran verlo, si Paul supiese toda la controversia y caos que había causado su supuesta muerte.

―¿Por qué no regresamos de nuevo al restaurante? ―propuso Michelle. ―Antes de que nos terminen corriendo por habernos salido sin pagar la cena.

Tanto ella como Ringo rieron. Creo que esa risa marcaba el inicio de una buena amistad.

[...]

Mientras una amistad florecía otra empezaba a decaer. ¡Vaya como era el mundo para crear y empeorar ambientes al mismo tiempo!

John se encontraba fumando un poro después de haber corrido a Julian del jardín. El pequeño Lennon no comprendía el desinterés de su padre para con él. De repente un día quería jugar a la pelota y otro lo estaba maldiciendo a él y a todo lo que le rodeaba. Cynthia, la señora Lennon, no encontraba esa actitud en John nada buena, y por dicha razón había salido al jardín para hacerle compañía a su marido.

―John...
―Lárgate Cynthia.

Como Cynthia había discutido con John hace unos días atrás, no se había hecho el mismo corte y tiñe rubio del cabello por enojo y por hacerle frente a John de una manera. Pero las cosas no fueron mejor, John no le hablaba al verla con ese corte que le causaba repulsión.

A day in the life (The Beatles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora