Capítulo 32. Historias de horror.

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  Ella bajó el último escalón y entonces, al girar el rostro, le encontró.

―Ringo, ¿podemos hablar? ―dijo Maureen a su esposo.

Él estaba sentado en la sala, leyendo el periódico ya que Zac había ido a casa de un amigo y Jason dormía como un angelito en su habitación. Ringo asintió ante la petición de su esposa, haciéndole una seña con la mano izquierda para que tomará asiento junto a él en el sofá.

―¿De qué quieres hablar, Mo querida?

La mujer de ex cabellera castaña oscura, ahora rubia, y penetrantes ojos, suspiro. Si bien ellos parecían más amigos que esposos, y es que se confiaban todo lo que les ocurría, desde típicos problemas con la regla hasta chistes sin sentido alguno.

―Voy a ser directa con esto, Ringo. ―musitó Maureen, sin dar rodeos. Ella no gustaba de hacer esas cosas. ―¿Tienes a otra mujer?

Ringo abrió los ojos, indignado, y lanzó el periódico al otro sofá. Miró a Maureen, cuyos ojos lucían entre serios y tristes.

―¿Qué?, ¿de dónde sacas esas tonterías? ―bramo él.
―Solo respóndeme, Ringo. ―pidió Maureen. ―Mira a Cynthia y John; ella lo descubrió con otra mujer en su propia casa, y yo no quiero llegar a tal grado de que me veas la cara así. ¡Por eso dime! Dime si has encontrado a alguien que te complazca mejor que yo.
―¡No me compares con John Lennon, Maureen! ―vociferó Ringo muy molesto, poniéndose de pie. ―¡Fantástico! Es realmente fantástico que dudes de lo que siento por ti..., de mis votos de fidelidad.
―¿Y qué quieres que piense, Ringo? ―Maureen también se levantó del sofá. ―¿Qué quieres que piense cuando ni siquiera estás aquí como dices? Porque no me quieras ver la cara, sé muy bien que en el estudio dices venir aquí para pasar más tiempo con la familia pero no es verdad. Incluso George ha venido varias veces con la intención de buscarte cuando supuestamente tú vas a su casa. Además... ―Maureen subió a su habitación y minutos después regreso con una pequeña fotografía que le entregó a su marido. ―Quiero que me expliques esto.

En la foto aparecían él, Michelle y Paul dando un paseo por un parque. Los tres iban disfrazados: Michelle solo llevaba unas gafas oscuras. Paul un sombrero de bombín, una barba falsa y unos cuadrados anteojos. Ringo una boina, una vieja gabardina, su bigote real y unas gafas. En la foto ellos se veían contentos; Michelle y él intercambiaban una risa mientras que Paul tomaba una foto a algo del parque con su pequeña cámara.

―¿De dónde sacaste esto? ―le preguntó Ringo a Maureen con seriedad.
―Yo misma la tomé ―respondió la mujer cruzándose de brazos. ―Reconocí tu traje, cariño. Esa vez que saliste yo te seguí con una cámara y ese fue el resultado. Ahora dime en mi cara que no me engañas. Anda dilo.
―¡No te engaño!
―¡No seas cínico! ―dijo Maureen. ―La prueba es demasiado clara. Te ves muy contento con esa mujer de cabellos rubios, ¿quién es ella?, ¿quién es ese hombre en silla de ruedas, eh? ¿Su hermano, su primo?

Starr se llevó ambas manos al rostro para limpiarse el sudor que le corría por la frente. No, Maureen no podía saber que ese chico era el verdadero Paul, por su propio bien. Ninguna de las esposas de Los Beatles lo sabía, ni siquiera Jane, que convivía con el propio William.

―¡Es que yo no tengo que ver nada con ella! ―dijo Ringo. ―Yo a la única mujer que amo es a ti, Maureen. Soy tuyo completamente. Esa mujer no significa nada para mí.
―¿Entonces por qué pasas tanto tiempo con ella?, ¿por qué cuando sales del estudio no llegas directamente aquí?, ¿por qué, Ringo? Contéstame, ¿quién es ella?

Unas lágrimas salieron de los ojos de Maureen.

―Se llama Michelle ―respondió Ringo, cabizbajo. ―y ese hombre en silla de ruedas es su esposo, se llama Diego...

A day in the life (The Beatles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora